Estamos negociando con todos los laboratorios”, explicó la ministra Carla Vizzotti el jueves pasado, durante un desayuno con periodistas, y enumeró: Pfizer, Janssen, CanSino, Novavax y otros, además de mencionar las conversaciones para firmar un nuevo acuerdo con la empresa china Sinopharm. Como se explica en la página 6, el flujo de vacunas hacia el país será constante en lo que resta de mayo y junio, y genera en lo inmediato un nuevo desafío: asegurada la disponibilidad de dosis, la premisa es aceitar la logística de distribución y aplicación para inmunizar a toda la población objetivo (mayores de 60, adultos con factores de riesgo y personal estratégico) antes de que comience el invierno. Y además, multiplicar las tratativas para asegurar nuevos suministros y apostar a la transferencia de tecnología para apurar la producción local, porque esto sigue en 2022.

Nada de esto parece interesarle a los principales columnistas de los medios corporativos y a los políticos de la oposición. Del discurso negacionista del año pasado, pasaron a una cierta oratoria antivacunas a comienzos de éste e inmediatamente a clamar por la falta de vacunas. Ahora que la llegada de millones de dosis –que en rigor nunca se interrumpió desde diciembre, aun en el peor momento de la disputa global por ese recurso vital– está asegurada, se revela que el problema no eran las pocas o muchas vacunas, sino cuáles vienen y cuáles no. O más exactamente, cuál.

El problema es Pfizer.

En los primeros tres meses de 2021, la industria farmacéutica invirtió 92 millones de dólares para hacer lobby en Washington (según reveló Open Secrets, una organización que analiza el financiamiento privado de la política en EE UU), en una lucha sin cuartel contra la prédica de Joe Biden de liberar las patentes de vacunas antiCovid mientras dure la pandemia. Pfizer es la segunda firma del sector que más dinero destina a “convencer” parlamentarios.

Ese convencimiento se ha hecho carne entre los editorialistas de los principales diarios y los líderes de la oposición, que reclaman a viva voz “arreglar” con Pfizer, no importa si hay que entregar a cambio, como ¿bromeó? Patricia Bullrich, las Malvinas. El bloque de Diputados de su partido ofreció revisar la legislación si fuera necesario, con tal de tenerla. Y un ilustre columnista de La Nación fantaseó con las millones de vacunas que podrían haber llegado rápidamente si el país se arrodillaba ante Pfizer, suscribiendo acuerdos de confidencialidad que, según adujo el gobierno, exigían incluir activos soberanos como garantía e indemnidad jurídica ante efectos adversos.

Mientras, la pandemia sigue, siguen las muertes, y arrecian las fake news contra las vacunas “soviéticas”, las “maoístas”, o las de Oxford, que por su origen universitario y filantrópico son más baratas. No les importan las vacunas. Quizás tampoco las muertes. Les importa Pfizer.