A la memoria de Santiago Senén González, luchador del gremio de periodistas.

Muy pocos días después del 25 de Mayo de 1810 la Primera Junta anunció por decreto la aparición de un periódico semanal que se llamaría La Gazeta de Buenos Ayres. No fue el primer impreso registrado en los albores de la patria, pero sin dudas es, hasta estos días, el más simbólico. Según palabras de algunos de los héroes de Mayo nace para enfrentar “rumores y conspiraciones”, o sea que las operaciones de prensa tienen la edad de nuestra nación. Nació cobijado en el siguiente concepto: “Por qué les ha de tener ignorantes de las noticias, prósperas o adversas, que manifiesten el sucesivo estado de la península”.

En La Gazeta, por inspiración del pensante y libre Moreno se leyó: “Si se oponen restricciones al discurso vegetará… el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo, el embrutecimiento… que causarán para siempre abatimiento, ruina y miseria”.

Hoy, al órgano de prensa que imaginó y luego dirigió Mariano Moreno cierta prensa lo llamaría “oficialista”, “morenista” o “medio ultra M”. Mientras duró, La Gazeta, planteó doctrinas y asumió posiciones de la Primera Junta. Igual que otros retrocesos (aún peores que éste) al presidente Bernardino Rivadavia se le debe la interrupción de las apariciones de la hoja maya tras once años.

Ciento veintiocho años después de proclamas surgidas de plumas estelares como las de Moreno, Belgrano y Castelli y con Alberti como jefe de redacción, se realizó en Córdoba el Primer Congreso Nacional de Periodismo. En ese encuentro se estableció la fecha del 7 de junio celebratorio del “Día del Periodista y de la Periodista” y cobraron fundamento los principios básicos del Estatuto del Periodista, convertido en ley seis años después cuando el coronel Perón estaba a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión. La 12.908 fue una norma legal vigente durante muchos años y entre sus ventajas más apreciables ofrecía, a manera de trofeo, el preciado carnet de periodista que habilitaba viajar en trenes, barcos y aviones de líneas estatales con descuentos muy significativos. Ese carnet hoy es un objeto encantador del Museo del Desuso, pero en aquellos días (el mío, que guardo como recuerdo, lleva el número 4721 y me lo entregaron a fines de la década del ’60 cuando era redactor del semanario Confirmado) titulaba a quien lo tuviera como “periodista profesional”, garantizaba “libre tránsito”, “acceso libre a toda fuente de información de interés público” y legitimaba “el ejercicio de la profesión”. Que no era poco. Luego llegaron las dictaduras de los años ’60 y ’70 y retrotrajeron su función a la nada misma. La apreciada contraseña murió en circunstancias tan sospechosas como fue el fin de los días de Moreno, en plena alta mar, camino a Gran Bretaña.

¿Qué ocurriría hoy si alguien, con convicción patriótica y vocación periodística (y moreniana) se propusiera replicar la pionera experiencia de La Gazeta? Seguramente se encontraría con dificultades gigantescas como el precio del papel; lo desanimaría el fenómeno mundial que preanuncia el fin de los medios gráficos; lo desagradaría que su lucha dependiera tanto de la obtención de pautas publicitarias privadas y públicas; lo paralizaría la enorme dificultad para armar un staff con profesionales con dedicación exclusiva y tendría que admitir que es el aciago tiempo de los periodistas precarizados o necesitados de contar con varios trabajos para llegar a fin de mes. En síntesis: encontraría demasiados obstáculos, los mencionados y varios más, suficientes para desesperanzar al más entusiasta.

Y siguiendo con la fantasía, que por el momento sigue siendo gratis, ¿cómo caería la iniciativa de replicar aquel Congreso de Periodismo a 85 años de su realización? Seguramente sería algo de difícil o imposible concreción poder poner frente a frente y con mínimas posibilidades de escucharse a posiciones tan opuestas.

Pero si, superados resquemores, malos entendidos e incluso odios, esa reunión pudiera concretarse debería convertirse en tema de análisis y discusión colectiva la frase “El periodismo es la manera más divertida de ser pobre”. Complejo será determinar el origen y su autoría, pero es un dicho que condena a nuestro oficio a admitir que deberá ser desarrollado con la más sofocante y amarga humildad de recursos y que, por lo tanto, hoy no hace reír a nadie. Sin embargo, cada tanto la Argentina te sorprende con alternativas que te hacen cerrar la boca. En la seguridad de que peor que ser pobre es la falta de libertad, como quien no quiere la cosa, surgieron nuevas, estimulantes Gazetas. Medios autogestivos, independientes, cooperativos- como este milagroso Tiempo Argentino – descubrieron el modo de patear el tablero y salieron adelante. Ese periodismo nuevo puede ufanarse de haber podido reformular el dicho: «La manera más divertida de ser pobres es el periodismo sin patrones». O ser dueños de nuestras propias palabras.

Sea como sea, el miércoles 7 de junio llegará, inevitablemente, en modo nuevo Día de las y los periodistas. No será feriado. Los canillitas sí lo consiguieron, ¿por qué no nosotros? Podría ser otro tema para incluir e imaginar en el programa del Congreso. Dentro de la humildad del conjunto, este que se avecina tendría que convertirse en una jornada ideal para discutir, proponer, exigir, pensar cuál es nuestro lugar en la sociedad (el que quisiéramos ocupar, uno que se nos adjudica, el que supimos ganarnos), nuestra posición en términos laborales y la necesidad de poner en valor la calidad del servicio que ofrecemos, cada cual desde el lugar que le toca. Y antes de que ese día se nos convierta en un día demasiado parecido a los demás tomémonos un respiro, y de paso, abracemos a los que están cerca y recordemos a los que ya no están.