La ruta 40 regala un paisaje que se contradice en su belleza con la tragedia que guarda banquinas abajo. Se llega a Epuyén mirando al cielo entre las montañas nevadas. La soledad, esta vez, estremece. Aquí estuvo el 1º de agosto Santiago Maldonado, bien vivo, apoyando el reclamo eterno de los mapuches en el Pu Lof de Cushamen. Era un grupito apenas de ocho hombres interceptando el camino, antes de que llegara la Gendarmería.

En un trapo blanco colgado del alambre, letras naranjas se proponen “Prohibido olvidar a Santiago”. A pocos metros, entre la vegetación alta y dura, una casilla de troncos mal puestos y techo de chapas. Y un hombre que declara, con la cara tapada, con la voz tensa y segura, lo que pasó aquella tarde que parece tan lejana: “Cuando se hizo presente la gente de Gendarmería, nosotros inmediatamente tratamos de resistir aquí en la ruta en principio. Cuando ya despejamos el camino y nos obligaron a meternos dentro del territorio pensamos que la represión iba a ceder porque su objetivo ya estaba cumplido”, dice el vocero de la comunidad Cushamen.

El territorio del que habla es el inmenso campo que lo rodea todo. Y entonces le mete palabras a la desaparición de Santiago Maldonado: “Cuando las balas de la Gendarmería siguieron sonando y las armas no pararon, nosotros seguimos resistiendo dentro del territorio porque ya veíamos que lo que ellos querían hacer era ingresar. Hasta que nos atraviesan un unimog en la tranquera y allí, alrededor de cinco o seis tiradores son los que se acuestan y empiezan a disparar hacia adentro. Nos tiran hasta que uno vino con un escudo y logra romper el candado con una patada en la puerta. Ahí entran todos corriendo: ´¡agarren, agarren, tirale, tirale!´”.