Cuando pensamos en la capacidad predictiva de la ciencia, puede venirnos a la mente algún ejemplo espectacular como el de la vuelta del cometa Halley: un hecho nuevo, predicho con exactitud y que no hubiésemos registrado de no haber sido porque una teoría nos dijo “adónde mirar”. En este sentido, nuestra idea de una predicción científica se asemeja a predecir que, en las próximas eliminatorias mundialistas, el seleccionado argentino le va a ganar al de Bolivia: sobre la base de hechos pasados, predecimos un hecho futuro.

Si entendemos la predicción científica de esta manera, indudablemente encontraríamos ejemplos en la astronomía, pero le diríamos “adiós, vuelva pronto” a la paleontología y la arqueología, que solo hablan de hechos pasados y por lo tanto no podrían PREdecir.

Ahora bien, detengámonos en una pequeña historia, protagonizada por un viejo amigo de la casa.

La teoría de la evolución por selección natural ha sido frecuentemente elogiada por su gran capacidad explicativa. La propuesta de entender la aparición de nuevas especies a partir de un mecanismo –que a través de una “presión de selección”, permite que una población vaya adquiriendo adaptaciones por propagación de las características que favorecen la reproducción– permitía, entre otras cosas, unificar bajo un único principio explicativo varias diferentes clases de hechos, cosa que el propio Charles Darwin destacó.

Se dice a veces que Darwin logró para la biología algo parecido a lo que Newton hizo con la física, cuando don Isaac usó las mismas leyes para explicar las mareas, la traslación de los planetas alrededor del sol y la caída de tu tostada a la mañana (mostrando una capacidad unificadora muy celebrada por tempranos filósofos de la ciencia como Whewell).

Con la misma teoría, Darwin podía dar cuenta de los datos del registro fósil en paleontología (¿por qué encontramos restos de animales hoy extintos que tienen tales y cuales características?), de la distribución de especies en biogeografía, y de las similitudes en el desarrollo de individuos de diferentes especies, como se observa en la embriología.

Ahora bien, explicar es una cosa y predecir es otra, como diría Panigassi. Un reproche muchas veces repetido contra la teoría darwiniana es que no predice hechos nuevos; incluso pareciera que, a fines de que hiciera predicciones exitosas, ellas tendrían que ser predicciones sobre las características de nuevas especies, y esto no es algo que la teoría darwiniana pueda proporcionar.

Pero parte de la respuesta a esta objeción la tenemos gracias a una vuelta de tuerca curiosa de la vida de Darwin: su fascinación por las orquídeas. Enterado de su entusiasmo por estas plantas, un famoso horticultor inglés, llamado James Bateman, le mandó en 1862 varios ejemplares de una orquídea muy bella, conocida como “Estrella de Navidad” y que tiene un espolón sorprendentemente largo, de 30 centímetros, en cuya base está el néctar. Un espolón de esta longitud ciertamente haría complicado a los insectos polinizadores poder alimentarse del néctar de la flor, lo cual en principio parecería ser un obstáculo para la reproducción de la planta.

Para Darwin esta situación era en efecto llamativa y lo llevó a preguntarse qué clase de insecto sería capaz de libar este néctar. Una posible solución a este enigma era la existencia de algún insecto que tuviera una probóscide (es decir, el órgano bucal alargado que les sirve a los insectos y otros animales para alimentarse) ridículamente larga. Esta solución parecería plausible de no haber sido porque 1) nunca nadie había visto semejante insecto, y 2) era difícil explicar semejante grado de especialización en el bicho en cuestión. Ya bastante rara era la planta, y encima estamos postulando un insecto más raro aún.

Para resolver el segundo problema, Darwin introdujo las bases de lo que hoy conocemos como Coevolución, es decir, la adaptación evolutiva mutua entre dos o más especies.

Para resolver el primer problema, en cambio, hubo que esperar hasta… 1903. En ese año, fue descubierta la mariposa esfíngida Xanthopan morganii praedicta. Como decimos en el barrio: QUÉ PEDAZO DE PROBÓSCIDE. Darwin nunca se enteró: llevaba 21 años muerto.

orquideas
Charles Darwin

Además de la espectacular probóscide, ¿vieron cómo se llama el insecto? Xanthopan morganii PRAEDICTA. Pero, ¿cómo es posible que llamemos predicción a lo que hizo Darwin, si el insecto debía haber estado ahí todo el tiempo, desde hace millones de años? O sea: ¿por qué criticaríamos a Messi por decir, después del hecho, “sabía que íbamos a ganar el Mundial” y no a Carlitos que “predijo” una co-evolución del insecto y la orquídea que también había ocurrido antes de que él la describiera?

Lo que pasa es que cuando hablamos de PREdicción, lo que nos importa es que lo que todavía no se dio no es el hecho mismo, sino nuestro conocimiento del hecho. El evento que sí es futuro desde la perspectiva de Darwin es el hallazgo de la mariposa. A veces se usa la palabra “retrodicción” o “posdicción” para hablar de predicciones sobre hechos ya pasados, como las que pueden hacerse en historia, paleontología o arqueología. Pero en tanto se refieren a lo que todavía no sabemos, las “retrodicciones” son predicciones como cualquier otra.

¿Moraleja de esta historia? No está mal “predecir el pasado”; lo que está mal es “predecir” hechos que no solo ocurrieron sino que ya sabemos que ocurrieron, como el campeonato del mundo obtenido por la selección nacional.  «