«Los satélites no existen». El título del artículo posteado en Facebook primero llamó su atención. Se sabe: el algoritmo de la red de Zuckerberg es infalible para dar en el target. El muchacho dudó un instante, dos o tres segundos, hasta que decidió darle una oportunidad a la lectura. Tomó coraje y le dio click.

«Era 2015. Estaba investigando en la compu, convaleciente, recuperándome de una operación de rodilla. Antes de ponerme a leer, pensé que era una estupidez. ¿Cómo que no existen los satélites? Por mi trabajo yo había usado un software para simulación de partículas para una publicidad del History Channel. Lo que me llamó la atención fue que el artículo estaba firmado por un ingeniero en telecomunicaciones, muy bien fundamentado, con muchos tecnicismos. Cuando lo terminé, se me había abierto la puerta de otro mundo: el terraplanismo», dice Lautaro Iru Fernando Landucci, sentado frente a dos monitores encendidos, en uno de los ambientes de su productora audiovisual enclavada en Calle 13, pleno centro de La Plata.

Landucci tiene 37 años y se gana la vida como técnico en efectos visuales, pero es, sobre todo –según se define–, un apasionado por las «mal llamadas» –aclara– teorías conspirativas. Durante un lustro le puso voz a una columna dedicada a ese difuso gran tópico en pequeños programas de FM. La masonería, el asesinato de Kennedy, los ovnis y el «Nuevo Orden Mundial» son materias a las que ha dedicado largas horas de estudio, quemando sus pestañas en la Web.

Pero más allá de estos pergaminos, el currículum de Landucci va ganando notoriedad como divulgador de una «teoría» que (¡en pleno siglo XXI!) sostiene que la Tierra, lejos de ser un esferoide oblato, es más plana que una plancha. Entre otros principios, los terraplanistas afirman que no existen evidencias empíricas de que el planeta gire alrededor del Sol. Mucho menos de que el hombre haya dado siquiera un pequeño gran paso para la humanidad sobre la superficie lunar.

«Antes vivía en el heliocentrismo y la historia oficial de la NASA –dice Landucci, categórico–. Pero cuando comencé a investigar, surgieron las dudas. No te hacés terraplanista de un día para el otro.» La mayoría de la gente, dice, no se hace preguntas, cree en los principios de la ciencia como si fuera una religión: «El terraplanismo moderno se aleja de la religión y tiene una pata científica. Nuestra teoría es empírica, real, observable, y pone en duda todo el modelo establecido».

De repente, Landucci hace un alto en su discurso, toma el mouse, bucea en las mil y una carpetas que atesora su computadora y abre un video: «Fíjese bien, ¿dónde ve la curvatura de la Tierra en esta toma? El asunto es fácil de explicar: la esfera terrestre tiene 12 mil kilómetros de diámetro, si nos elevamos 15 kilómetros en una vertical tangente al centro tendría que verse la curvatura. Pero no aparece. Se han tirado globos con lentes rectilineales, que llegaron hasta los 35 kilómetros. Y no se ve. La primera vez que vi este video me dije: ¡Upa, ahora sí sé cómo es la Tierra!».

Planchadita, planchadita


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La teoría terraplanista tiene un vasto recorrido. Su primer impulsor fue el escritor inglés Samuel Birley Rowbotham, autor de Astronomía zetética: La Tierra no es un globo, un volumen panfletario publicado a finales del siglo XIX, dedicado a gritar a los cuatro vientos las bondades de la Tierra plana. Para Rowbotham, nuestro planeta no es tal sino apenas una extensa planicie en el piso de una gran burbuja en un universo sólido, posiblemente de piedra. Una gran caverna iluminada por dos globos brillantes, el Sol y la Luna. El Polo Norte está ubicado en el centro del disco, con los continentes acomodados puntualmente como en el logo de las Naciones Unidas, coincidencia que, dicen, entusiasmó a muchos planistas y les hizo pensar que (¿otra conspiración secreta?) las grandes potencias están de acuerdo con sus principios. La Antártida no aparece en la nueva cartografía: después del mar perimetral lo que hay es una pared de hielo de 50 metros de alto.

Tras la muerte de Rowbotham en 1884, Lady Elizabeth Anne Mould Blount, una acólita de su obra, fundó la Sociedad Zetética Universal, para mantener vivo el legado del maestro. Después de la Primera Guerra Mundial, el grupo, cuyas creencias se basaban en una lectura efusiva de la Biblia, se evaporó como el agua. Sin embargo, la idea de que la Tierra es un disco plano no se ha desvanecido en el final de los tiempos. Desde mediados del siglo XX, la Sociedad de la Tierra Plana, fundada por el británico Samuel Shenton, tomó la posta en la chata cruzada. Ni la esfericidad postulada por Aristóteles, constatada por Elcano en su circunnavegación de 1519, ni la sombra que se proyecta sobre la Luna durante los eclipses y mucho menos las imágenes registradas por astronautas desde el espacio, más de 2000 años de evidencias científicas siguen chocando con sus teorías.

Landucci comulga con una rama jovencísima del movimiento, el neoterraplanismo: «Surge en 2014. Los anteriores eran una oposición controlada. Pude participar en cuatro conferencias. A la que se hizo en Carolina del Norte, el año pasado, fue mucha gente. ABC News y Fox sacaron informes ridiculizándonos, pero ni siquiera entraron a escuchar las ponencias. Es curioso lo que nos pasa a los terraplanistas. Parece que no podemos salir a decirlo abiertamente. Uno puede creer en fantasmas, en unicornios de colores… Pero si decís que la Tierra es plana te tiran con todo: ‘¡Estás loco! ¡Terminá el colegio!’ Es algo que no se puede discutir, un dogma».

La NASA y el globo

De chico, Landucci era fanático de las naves espaciales. En su cuarto adolescente atesoraba una miniatura del Apolo XI y un póster de la NASA: «Vi todas las películas, informes y documentales sobre el tema. A la distancia, me doy cuenta de que el fanatismo no me dejaba ver la ridiculez de esos viajes. Todo hecho en un estudio de televisión. Al ser humano se lo adoctrina con imágenes. Y en eso la NASA es experta». Otra vez, el terraplanista husmea en su computadora. La nutrida videoteca que comparte en sus plataformas digitales muestra clips neobarrocos, sobrecargados de información, forjados con imágenes de archivos donde se ven astronautas controlados con hilos como si fueran títeres, naves espaciales dignas de Sábados de Súper Acción y trabajadores retocando impecables paisajes lunares: «Ya lo dijeron los Red Hot Chili Peppers –pontifica Landucci–: ‘El espacio puede ser la última frontera, pero está hecho en un sótano de Hollywood.’”

Este año, algo cansados de explorar apenas la faceta bibliográfica del terraplanismo, su divulgador platense y un grupo de colegas decidieron encarar un estudio de campo. Un experimento único, aseguraban, sin precedentes en la historia argentina: lanzar un globo aerostático para constatar, con sus propios instrumentos, la planicie que reina sobre el orbe. Lo bautizaron proyecto ArFLAT. Hicieron una vaquita virtual, juntaron $ 60 mil, importaron un inflable desde EE UU, pidieron permiso a la Fuerza Aérea, se fueron hasta el aeropuerto pampeano de Victorica, equiparon al globo con cámaras especiales, agregaron un GPS y el 6 de octubre lo soltaron. «Parecíamos sacados de la película Twister«, saca chapa Landucci. A 22 mil metros de altura, una antena suelta en el objeto volador identificado arruinó el experimento. Les pinchó el globo.

Hace unas semanas, Landucci recibió un llamado desde La Pampa. Un gaucho había encontrado las cámaras. Pudo compartir algunas imágenes rescatadas por su canal de YouTube. Proclama que confirman su hipótesis. Antes de despedirse, posa con el globo terráqueo que tanto combate y dispara: «No sé cómo alguna vez pude creer que vivía en una pelota». «