Débora tiene bien ganado su apodo. En el ambiente la conocen como la Buscapleitos: «Me cobraron la séptima falta y me rajaron, cómo no voy a estar caliente. ¡Los referís son unos bomberos!», dice, áspera, la chica de La Plata, con mansa ira inyectada en su rostro maquillado con esmero. En la pista, sus compañeras del team Alianza Rebelde sienten la ausencia de una de sus principales figuras, en el choque con el equipo de Las Pibas, afiladas candidatas para conquistar el torneo Violentango 6, la competencia top del roller derby porteño. «¡Todo mal –espeta Débora, sin dejar de alentar a las guerreras rebeldes que caen como moscas en el campo de batalla–. La estrategia era que no nos sumaran puntos, pero nos están llenando la canasta.» El tablero electrónico del Club Martín Fierro, en los arrabales de Villa Soldati, es irrefutable. Las Pibas suman 400 puntos, contra los modestos 70 del equipo cuyo nombre homenajea a la saga Star Wars. Hoy no las acompañó la Fuerza.

«Es una paliza. Y mirá que habíamos planificado el partido –se lamenta la blocker nacida y criada en Villa Elisa–. Habíamos pensado una táctica defensiva, pero ellas tienen un gran equipo. Acá vale más la maña que la fuerza. Desde afuera por ahí ves sólo pibas chocando. Pero el roller derby es mucho más que eso.» Y no se equivoca. Este joven deporte de contacto va mucho más allá de la imagen estereotipada de chicas tatuadas, rápidas y furiosas, que colisionan sin ton ni son.

«Este no es el deporte de las mujeres rudas. Es otra cosa», asegura, categórica, Lucila Zandoná, miembro activa del capitalino Team Osom. Luego da una clase magistral sobre los fundamentos de la disciplina.

Lección uno: el roller derby se basa en el patinaje sobre ruedas alrededor de una pista oval. Primera aclaración, sobre todo para los futboleros, ¡no hay pelota en juego!

Lección dos: es un pasatiempo predominantemente femenino –aunque es practicado por hombres y hasta existen partidos mixtos– que hunde sus patas rodantes en el barro de la subcultura punk y, fundamentalmente, del girl power feminista.

Lección tres: los partidos constan de dos tiempos de media hora. Obviamente, en las canchas, que pueden ser de cemento alisado o de baldosas, se ven los pingos. Dos equipos de cinco integrantes compiten por ver cuál es más eficaz al aplicar tácticas y estrategias para infiltrarse, velocidad, viveza y espíritu de equipo mediante, entre las filas del adversario. En criollo, un malón que ayuda a una jammer (la solista que luce siempre un casco con una brillante estrella) a superar al otro pelotón. Cada vez que la jammer penetra la pared humana, el equipo anota un punto. «Mis compañeras son mi escudo y mi principal arma, el dribleo», asegura Lucila, pichona de «gambetita» Latorre y psicóloga de profesión.

Su biografía sobre ruedas podría resumirse en una dulce pero dura infancia llena de frutillitas, raspones y unas pocas caídas antológicas en los años en que las rueditas naranja eran monopolio en estos pagos. Luego, Lula Zan –el «derby name» tatuado en su casaca– tuvo un largo romance con el más fino y estético patín artístico. Pero en algún momento de su tardía adolescencia, el amor sufrió un porrazo. El roller derby la atrajo nuevamente al mundo del rodado: «Llegué por una nota que vi en Internet. Arranqué como fresh meat –carne joven– y tuve que aprender las reglas, pero como sabía patinar tenía la mitad del camino recorrido. Me gusta mucho el espíritu de equipo que se respira acá, de comunidad. De encuentro femenino», cierra la chica, y a pocos metros las muchachas en la pista se trenzan en abrazos rodantes.

Ruedan las ruedas

Aunque se popularizó a nivel global hace pocos años gracias al film Whip It, una comedia pochoclera dirigida por la exniña terrible Drew Barrymore, el roller derby tiene una larga historia. «Arrancó en Estados Unidos como carreras de patines entre mujeres, en los años de la gran depresión. Pero con el tiempo pasó a ser más un show, algo parecido al catch. Para fines de los ’70 ya estaba agotado», cuenta con aires de historiador Cocks In Hell, un jugador de origen francés, radicado hace un tiempo en Buenos Aires. Esta tarde, el muchacho imparte justicia en los enfrentamientos entre señoritas: «El renacimiento del roller derby se da en 2005, en Texas, cuando se dictan las reglas actuales, pero también sus valores –agrega el juez franchute–. Es un deporte netamente creado por mujeres, por eso su veta feminista, pero sobre todo es inclusivo con la diversidad sexual y de género, también con la colectividad vegana. Con espíritu punk, autogestivo y muy horizontal.» Actualmente, el deporte atravesó culturas y fronteras, hay campeonatos mundiales y las principales potencias son Estados Unidos y Australia.

«Y todo a pulmón», es el lema madre de esta comunidad del patín. «Para bancar los campeonatos y los viajes, damos charlas, preparamos comidas y vendemos nuestro merchandising», explica Verónica Córdoba, jammer estrella de la porteña Liga 2×4 y creativa diseñadora de indumentaria, al tiempo que vende pines, remeras y gorras a dos manos, en un puesto montado en la pobladísima tribuna del gimnasio de la calle Oruro.

En la pista, Vero utiliza el apodo Tropical Mecánico, alter ego que homenajea a una noble tela que, asegura, nunca se rompe. Cuenta que con sus compañeras entrenan religiosamente tres veces por semana en el Parque Chacabuco, abajo del puente de la autopista: «El roller derby es sacrificado desde lo físico, pero también por el tiempo que le sacás a la familia y a la pareja. No somos profesionales, no vivimos de esto».

Los costos de los insumos –la mayoría importados– son otro obstáculo a sortear. El equipo completo, que consta de patines, rodilleras, casco y protectores bucales, puede alcanzar los mil dólares. Pero las pibas siempre se la rebuscan. Así nació Ramona Wheels, un emprendimiento que comandan Vero y su fiel novio Lucas. Producen rueditas de resistente uretano para el incipiente mercado local, en una fábrica de Quilmes. Mal no les va. Sacan para pagar el alquiler y darse algún gustito. En los torneos, Lucas da una mano atendiendo el puesto y también oficia como relator. Es admirador de Víctor Hugo y se le nota en la elaboración de metáforas. Por ejemplo, estalla en un grito triunfal cuando la jammer de las Mandrágoras surca la pista como si fuera un barrilete cósmico: «¿De qué planeta habrá venido esta piba?» Cuando termina la partida, luego de la obligada vuelta olímpica para saludar a la hinchada, las jugadoras maltrechas reciben las curaciones de Helena, la terapeuta oficial de la liga. Sus dedos y sus agujas de acupuntura hacen magia. Por 140 pesitos hace olvidar un esguince en minutos. Laburo le sobra. «Nunca patiné –confiesa Helena–, siempre estuve del otro lado del mostrador. Además, le tengo pánico a la caídas.»   «

A rodar mi vida

El Torneo interligas Violentango es el más importante de la Argentina y de Latinoamérica. Su sexta edición se disputó en el club Martín Fierro, de Villa Soldati, con 14 equipos de todo el país. Actualmente hay más de 20 ligas –la de Capital se llama 2×4– y teams de roller derby en 12 provincias, la mayoría con nombres muy creativos como Mambas Negras, Atomic Bombs o Sarcasticats. A fines de agosto, dos equipos argentinos participarán en La Coruña de los playoffs de la Women’s Flat Track Derby Association (WFTDA). El Mundial será en Nueva Orleans.