«Sacamos la ciencia al aire libre para disfrutar de un verano más aventurero»

Por: Pablo Taranto

Florencia Servera, profesora de Química y licenciada en Enseñanza de las Ciencias, publicó "El mochilero científico": un divertido y muy didáctico compendio de fundamentos de física, química, biología y otras disciplinas para el el aficionado al camping.

Llega un momento del año en que los científicos también se quitan su bata blanca y abandonan el laboratorio en el que los imaginamos esforzados por develar los misterios del Universo”. Así presenta Florencia Servera este singular período, las vacaciones, en que ciencia y disfrute no necesariamente son incompatibles, y el conocimiento puede ser muy útil para resolver más de un inconveniente, sobre todo si el descanso programado no es en el hotel, el spa o el departamento a metros del mar, sino algo un poco más movido, de mochila, al aire libre y expuestos a un sinnúmero de desafíos que la ciencia puede hacer más fácil sobrellevar.

El mochilero científico (Siglo XXI Editores) es el libro que acaba de publicar esta joven divulgadora pergaminense, licenciada en Enseñanza de las Ciencias con orientación en Didáctica de la Química y profesora de esa materia en secundarias de su ciudad. Dos años atrás había escrito Un científico en el lavadero, y ahora abandona el ámbito hogareño para ampliar sus horizontes en plan trotamundos, hacia selvas, montañas y playas. “Buscamos la forma de acercar la ciencia a los chicos, y contrarrestar esa imagen que muchas veces se impone de la ciencia como algo difícil, aburrid. Primero había buscado situarla en el hogar, por ejemplo en el lavadero, buscando la mejor manera de sacar manchas. Y ahora la idea fue sacar la ciencia al aire libre, al espacio de ocio del verano, y ver cómo se le puede sacar provecho para unas vacaciones más aventureras”.

–¿Más aventureras o menos? Porque la solución a los problemas que se presenten ahí afuera reduce en cierto modo los imponderables.

–Más aventureras, porque tenés más herramientas disponibles y la posibilidad de probarlas, ponerlas en práctica, a ver si funcionan. Por ejemplo, conocer métodos para orientarse a partir del sol y las estrellas sin usar el GPS, ni siquiera una brújula, o eventualmente sí pero saber cómo construir una. O aprender nuevas formas de hacer fuego, con latas, botellas, baterías, virulana, palitos o piedras.

–El libro explica qué hay que llevar en la mochila y, sobre todo, cómo suplir lo que no llevaste. Hay un paralelo entre la vida al aire libre del mochilero y la del hombre antiguo, un redescubrimiento de los principios. Porque hoy, aún en el camping, usamos herramientas complejas pero ya naturalizadas. ¿Qué pasa cuando no las tenemos?

–La premisa es arreglarse con lo que haya a mano en el ambiente en el que estemos, aprovechar los recursos que ofrece la naturaleza para suplir los recursos tecnológicos que tenemos hoy. Y en paralelo, explicar cuáles son los principios científicos que explican el funcionamiento de unos y otros. En síntesis, qué hacer cuando una situación, inesperada o no, nos pone frente a la necesidad de tomar decisiones, cómo subsistir, para qué lado ir, qué hacer con lo que hay a mano. Si tenemos conocimientos, vamos a tomar muchas mejores decisiones. Aunque sean las más extremas. Nos perdimos. Cómo hacer señales, por ejemplo. Si es de día, convendrá usar leña húmeda para que la fogata genere mucho humo blanco. Si es de noche, leña seca para genere más luz. O qué comer. No tenés experiencia como cazador ni recolector, pero te vendría bien saber que los insectos, lo más fácil de encontrar, si no les tenés miedo, pueden tener más nutrientes que un churrasco. Hay que estar preparados.

–¿Podés asegurar que, con tu libro en la mochila, las vacaciones del campamentero serán óptimas?

–Puedo asegurar que, por lo menos, será el centro de las miradas en el camping mostrando cómo puede prender el fuego de un modo insospechado. La ciencia, en definitiva, es eso: curiosidad y creatividad. «

El centro de gravedad de la mochila

El libro de Florencia Servera prescribe no sólo qué llevar en la mochila sino cómo distribuir el peso en función de la distancia a recorrer y de las características del terreno. Primero ofrece la explicación científica de la diferencia entre los conceptos de peso y masa. Luego informa que el centro de gravedad de nuestros cuerpos está aproximadamente a la altura del ombligo en los hombres y unos centímetros más abajo en las mujeres, y que, cuando estamos parados, se proyecta verticalmente hacia la base de sustentación, entre los pies. Explica por fin los modos en que actúa la fuerza de gravedad en los cuerpos en reposo y en movimiento. Y concluye que “en un terreno llano, conviene ubicar los objetos más pesados a la altura de los hombros, para que el centro de gravedad de la mochila esté cerca del nuestro, de modo de no desequilibrarnos. Lo mismo en bajada, porque uno tiende a inclinar el cuerpo hacia atrás. En subida, como se inclina hacia adelante, los objetos pesados deben ubicarse más cerca de la cintura, para no irse de boca al piso.” «

Agua segura, con un filtro casero

El compendio de saberes teórico-prácticos que ofrece Servera funciona como un manual de supervivencia. Explica cómo orientarse con el sol o las estrellas, cómo construir un reloj solar para medir el tiempo y, en general, los modos más apropiados de hallar comida, agua y refugio, los tres recursos básicos del aventurero, en cualquier hábitat. Y cómo las reservas de la cantimplora suelen menguar rápido en épocas de calor, revela en qué plantas encontrar reservorios de agua y cómo obtenerla. Y si proviene de un río o arroyo que podría estar contaminado, cómo hacer un filtro de agua casero. “Podemos cortar el pico de una botella de plástico de modo que se forme una especie de embudo, le ponemos una media, ¡limpia, por supuesto!, arena si encontramos por el camino, piedritas, y en el mejor de los casos algodón si tuviéramos. Pasamos el agua por ese filtro y va a quedar cada vez menos turbia. Igual, no podemos consumirla así. Hay que hervirla, agregarle dos gotas de lavandina por litro o usar pastillas potabilizadoras”. «

Un cortocircuito para encender el fuego

El libro muestra no menos de 15 formas de encender fuego y cocer alimentos, pero sobre todo explica sus principios físico-químicos, desasnando a quienes amontonan combustible (carbón o leña) sin dejar espacio para el comburente (el oxígeno). “Para encender un buen fuego debemos tener en cuenta que el material que usemos como combustible tiene que estar seco. Si lo que encontramos es leña humeda, porque llovió hace poquito, hay que cortarla y fetearla con una piedra filosa o un cuchillo hasta obtener trozos secos. Y por supuesto, propiciar las condiciones necesarias para que este combustible se combine con el oxígeno del aire. Muchas veces vemos asadores que reniegan y soplan, abanican, se llevan hasta el secador de pelo. Hay que dejar espacio para que haya contacto entre combustible y comburente cuando acercás la fuente de energía, el fósforo. Y si no hay encendedor, hay alternativas. Una es el papel metálico dentro de los paquetes de cigarrillos. Si con él se forma un puente entre los extremos de una pila o los electrodos de una batería, el cortocircuito hace que el papelito se encienda por un instante, y hay que trasladar rápidamente esa llamita al combustible.»

Los mitos playeros, derribados a pura ciencia

«Hay mucho mito dando vueltas, y tener conocimientos científicos ayuda a que no metamos la pata», sostiene le profesora de Química. Buena parte de esos mitos creados al aire libre se relacionan con la playa, escenario que también frecuentan los cultores del camping. «Mucha gente cree que estando en el agua no tiene que usar protector solar, porque los rayos del sol son más débiles. Pero lo cierto es que a medio metro de profundidad llega el 40% de la radiación UV, y que el reflejo en el agua incide en las partes del cuerpo que no están sumergidos. Lo mismo pasa con la radiación reflejada en la arena: puede ser de un 15% y te quemás aunque estés bajo la sombrilla. Lo mismo en un día nublado: el 90% de los rayos atraviesan las nubes poco densas y, al pasar por las gotitas de agua que las forman, se desvían y nos llegan desde varias direcciones.» Otro mito usual, «muy típico de las madres», es el que prohibe meterse al mar después de comer porque puede cortar la digestión. «El problema no es la panza llena o vacía, sino el cambio brusco de temperatura. Cuando uno está acalorado y el agua está muy fría, conviene refrescarse de a poco.» «

Gel cicatrizante natural contra las quemaduras

La divulgadora científica no olvida el cuidado de la salud y, entre muchos consejos, rescata un remedio casero para los mochileros que se quedaron dormidos al sol o se expusieron demasiado sin protector solar, “y terminaron al rojo vivo”: la planta de aloe vera, que se encuentra en cualquier jardín, cantero o zona boscosa y que, cuenta Servera, usaron a lo largo de la historia Cleopatra, Alejandro Magno y Cristóbal Colón, entre otras personalidades. “Lo primero es retirar los bordes filosos de la hoja carnosa del aloe y quitarles cuidadosamente la corteza. Después, machacar en un potecito el gel transparente que hay en su interior hasta que quede una pasta, y llevarlo a la heladera para luego aplicarlo sobre la piel. ¿Qué pasa? Según diversos estudios, el gel genera la disminución del enrojecimiento de la piel afectada por la radiación UV, por sus efectos antiinflamatorios. Además, tiene vitaminas A, C y E, y minerales que por su poder antioxidante neutralizan los efectos de los radicales libres. También monosacáridos y polisacáridos que ayudan a retener la humedad de la piel y la suavizan, y hormonas que aceleran la cicatrización.” «

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