Con apenas 22 años, Bassel Issa naturalizó el horror de las bombas, la muerte y la guerra. Es uno de los 400 sirios refugiados en la Argentina. Hoy trabaja de custodio en el estacionamiento del Club Sirio Libanés, en Saavedra, pero llegar no fue simple: ingresó al país de manera ilegal y luego se acogió al régimen que lo beneficia por haber nacido en la región que atraviesa la peor crisis humanitaria del mundo. Pasa sus días en una modesta vivienda en el primer piso del Instituto Monseñor Raspanti, en Haedo, donde también funciona una parroquia, una escuela para chicos especiales y se dictan varios profesorados. Allí espera el reencuentro con el resto de su familia: sus padres y sus dos hermanos.

El joven, de rostro diáfano, se comunica en un español básico, lento. Mientras comparte un mate típico de su tierra natal –cebado en un vaso de vidrio pequeño y con la bombilla más corta–, se dispone a dialogar con Tiempo en el playón del patio cubierto del colegio, acompañado de su mascota, una cachorra de galgo.

–¿Por qué Argentina?

–Muchos refugiados fueron a Europa, a Alemania por ejemplo, pero yo no quería ir a un lugar para después tener problemas. Ahí hay discriminación y yo quiero estar tranquilo. Entonces, dos amigos argentinos me dijeron que acá estaba bien para vivir y trabajar. Argentina me gustaba de antes. Ya la conocía por fotos y por el fútbol. Ellos me dijeron que podían hacerme la visa a través del Programa Siria (ver recuadro).

–¿Cómo los conociste a estos argentinos?

–Por Internet, hace mucho tiempo. Ya había empezado la guerra. Y cuando la cosa se puso peor, me invitaron a venir. Hicimos la visa pero después de esperar un año y medio, la Embajada argentina en Siria la rechazó. Entonces me dijeron que viniera por Brasil como turista y mi amigo fue a buscarme en auto a la frontera, en Misiones. Cuando con Osvaldo (Napoli, director del Raspanti) fuimos a Migraciones a hacer los papeles, me dijeron que tenía otorgada la visa. Ahora Osvaldo hizo el llamamiento a mi familia y estamos esperando.

–¿Por qué te fuiste?

–Vivir en Siria ahora es muy difícil, muy peligroso, hay bombas por todos lados. Y vine para ayudar a mi familia a venir, porque si no hay alguien acá es más difícil. En Siria estudié dos años de traductorado de inglés y acá quiero seguir. Pero con el trabajo ahora no puedo. Tengo mucho viaje de Haedo a Saavedra.

Bassel vivía en Salamiyeh, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Hama, capital de una de las provincias que el gobierno sirio le arrebató recientemente al terrorismo. «Mi ciudad está con el gobierno, pero en las afueras está el Isis y es bastante peligroso, porque mis hermanos deben viajar a la universidad, a la escuela o a hacer las compras, y en cualquier momento pueden caer las bombas del ejército», explica el muchacho quien, al igual que los suyos, profesa el ismaelismo, una corriente del islam chiíta, algo más permisiva: por caso, la mujer no lleva hiyab (velo en la cabeza) y beber alcohol no representa un gran pecado.

–¿Los ataques son del ejército, de la oposición o de los terroristas del Isis?

–No todos los ataques son del Isis. Hay tres grupos terroristas de Siria. Pero la mayoría son de afuera: franceses, ingleses, de Irak. Son malas personas. Del gobierno no puedo hablar mucho, pero todos tienen sus cosas malas. Igual, puedo decir que en Siria hace ocho años que estamos en guerra y todavía hay escuelas. Hay de todo pero es más caro, y es más difícil el acceso, por ejemplo, al gas y la electricidad.

–¿Cómo era Siria antes?

–(Bassel no puede evitar sonreír) Hermosa, linda. Muy tranquila. Las cosas eran baratas. Para arreglarla y estar como antes se necesitan más de 50 años. Está muy complicado ahora y la gente cambió, es diferente. Hay quienes dicen que el problema es de Siria, que cambiando el gobierno va a estar mejor. No creo eso.

–¿Cómo es convivir con la muerte?

–El primer año fue difícil. El segundo también. Muchos amigos murieron. Y es todo normal. Salís caminando de tu casa a comprar algo y cae una bomba, y es normal. Vimos mucho de eso.

–¿Pensás volver aunque sea de visita?

–No sé, es complicado. Ahora no puedo porque tendría que hacer el servicio militar (obligatorio para los mayores de 18 años) o pagar 5000 dólares para no hacerlo. Podría volver por un mes haciendo un trámite en la embajada, pero también sería muy caro.

–¿Cómo te recibieron acá?

–Me gusta cómo la sociedad acepta a la gente de afuera. Acá hay sirios desde antes que los italianos. El primer mes fue difícil, no hablaba nada de español. Ahora es más fácil.

–¿Cómo te imaginás en diez años?

–(Suspira, una década le parece una eternidad). Tengo una idea pero no sé si podré llevarla adelante. Sueño con tener un restaurante chiquito para mi familia. Ayudar a mis hermanos y a mis padres a que aprendan castellano. Me gusta vivir acá. Allá no hay nada. 

De Medio Oriente a un colegio católico en Haedo

Osvaldo Nápoli es el representante legal del Instituto Monseñor Raspanti, de Haedo, en la diócesis de Morón. «Cuando la cosa en Siria se puso muy fea y aparecían esas imágenes como la del chiquito muerto en el agua, dijimos que algo teníamos que hacer. Y más cuando Europa se mostró reticente a la llegada de refugiados», explica el sacerdote, con quien Bassel Issa comparte cada tanto alguna pitada de su narguile.

«Le escribí al presidente, al jefe de Gabinete y al ministro del Interior diciéndoles que nosotros estábamos dispuestos a acoger familias, pero no tuve respuestas. Unos amigos en común que tenemos con Bassel me comentaron de su situación, así que no dudamos en acondicionarle este departamento», cuenta Osvaldo, quien a título personal hizo el «llamamiento» para recibir al resto de la familia del joven. «Iniciamos un expediente por cada uno. Ahora esto tiene que ir a Siria, donde la Embajada argentina haría las averiguaciones del caso y concedería las visas. Eso es lo formal, pero después no ocurre nada de esto. Empezamos el trámite hace meses pero allá todavía no llegó nada. Necesitamos que se adelanten los tiempos».

Un «llamamiento» difícil

La Argentina tiene poco más de 800 refugiados. De acuerdo al país de origen, un 48% es de Siria, un 13% colombianos y un 8% ucranianos, mientras que Ghana, Haití, Cuba y Nigeria representan el 2% cada uno, según las cifras de la Comisión Nacional de Refugiados (CoNaRe), que depende de la Dirección Nacional de Migraciones. Lo más común es que el interesado ingrese de algún modo al país y luego demuestre que corre riesgo en su lugar de origen por motivos de raza, religión, nacionalidad o pertenencia a determinado grupo social.

Desde 2014, existe el Programa Siria, por el cual a título personal alguien se ofrece a ser «llamante» de un individuo o grupo familiar sirio. Pero el trámite es engorroso y en la mayoría de los casos queda en la nada. «Esta herramienta es un acuerdo entre privados. No podíamos asumir el costo de los traslados, alojamientos o el sustento. Esos gastos corren por cuenta de las familias o los Estados provinciales y municipales. El gobierno se encarga de la salud y la educación», explica a Tiempo Federico Agusti, presidente de la CoNaRe y director de Asuntos Internacionales de Migraciones, quien aclara: «Una vez que se hace el llamamiento, el trámite no es rápido. Se requieren ciertos chequeos de seguridad tanto acá como allá. Pueden pasar muchos meses. Se intercambia información biométrica con otros países y se chequean bases de datos, además de realizar entrevistas personales». 

Poco después de asumir, Mauricio Macri había asegurado que llegarían 3000 sirios a la Argentina a través de este programa, pero al día de hoy sólo arribó el 10% de ese número. «