Sandra Raggio: «La paradoja es que en el pasado también aparecen promesas de futuro»

Por: Gerardo Aranguren

La directora general de la Comisión Provincial por la Memoria advierte sobre el desafío de conectar las luchas de la generación víctima del terrorismo de Estado con las demandas de los jóvenes del presente.

Sandra Raggio estudia, difunde e investiga desde hace años las formas de abordar la memoria y el terrorismo de Estado desde la educación. Es profesora de Historia, magister en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata y actualmente directora general de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), organismo bonaerense que desde 2002 coordina el programa Jóvenes y Memoria, por el que ya pasaron más de 185 mil chicos y chicas de escuelas y organizaciones sociales de todo el país.

“Recordar no garantiza la no repetición”, asegura la especialista. “La memoria crítica, el activismo, la disputa en torno a la memoria, sí pueden generar procesos de modificación de ciertas subjetivalidades, pasa por la relación que pueden establecer les jóvenes entre el pasado y el presente, no solo evocando lo que pasó”, añade.

Ese proceso es el que aplican desde hace más de 20 años en el programa Jóvenes y Memoria, que surgió en 2002 con el desafío de acerca esa historia e interpelar a chicos y chicas que cada vez estaban más alejados generacionalmente de la dictadura.  “La propuesta de transmisión no remite solo a contarles lo que pasó durante la dictadura militar a les jóvenes, sino a generar espacios donde sean los propios jóvenes los que se apropian de ese pasado y que intervengan en las disputas por la memoria como sujeto activo, como un sujeto político que también tiene un rol muy importante en la construcción de la memoria, no solo en recibirla como una especie de posta que le dejan las viejas generaciones, sino que la transmisión es el encuentro entre las generaciones”, explica en diálogo con Tiempo.

“Muchas veces los que activan esos encuentros entre generaciones son les jóvenes, cuando salen a preguntar, cuando investigan sobre lo que pasó en su comunidad, y su intervención en ese proceso es muy interesante y renueva las formas de la memoria porque muchas veces se empieza a hablar en la comunidad de las cosas que no se habían hablado, de esos silencios, de esas negaciones. Entonces, más allá de que sean los que reciben las historias, son un poco los activadores de esas historias, los productores y permite ver cómo las nuevas generaciones tienen mucho que aportar a los procesos de memoria y a la reconstrucción de ese pasado”, agrega.

–¿Qué impacto tiene este trabajo sobre la memoria en los y las jóvenes?

–La pregunta de siempre es, ¿a las nuevas generaciones le importa la dictadura militar o no les importa? La experiencia que nosotros tenemos en Jóvenes y Memoria es que cuando empiezan a conectar con lo que pasó hay un compromiso y un interés muy importante, el tema es cómo se acerca la temática a les jóvenes. Cuando se genera interés y cuando se genera este espacio donde le das la posibilidad de que sean ellos los que protagonicen el proceso, el interés emerge de una manera muy fuerte y conectan, sobre todo en esa figura de las personas desaparecidas, que son las figuras muy potentes todavía, porque son estos jóvenes eternos que interpelan mucho a las nuevas generaciones sobre todo en aquellos que están buscando su lugar en la construcción de la ciudadanía, en la política, permite también repensar su lugar en el mundo.

–¿Cómo opera esa imagen de los desaparecidos en la actualidad?

–Vivimos en una sociedad actual donde es todo muy presentista, uno ve la lógica del mercado, todos lo novedoso tiene que ver con la tecnología, con el consumo que diluye de alguna manera la noción del tiempo histórico, está siempre como con una zanahoria de lo que va a venir, un tiempo de lo descartable. La sensación del tiempo histórico como presente continuo donde no hay historia. Entonces, la memoria viene también a redefinir la identidad de los sujetos en el sentido de configurarnos como sujetos históricos. No venimos de la nada, sino que venimos de una historia, vamos a construir una historia y en función de lo que hacemos la historia puede ser de una manera o de otra. Entonces eso es central en esta cuestión de la configuración de la conciencia histórica de las nuevas generaciones y les interesa porque les resuelve muchas de sus de sus inquietudes incluso existenciales. Más allá de que sea un pasado cargado de dolor, también estaba cargado de esperanza. Los desaparecidos tenían proyectos, querían una sociedad distinta, y también se conectan con eso, con los sueños de esa generación que todavía están por cumplirse y que a muchos de ellos también les generan deseos nuevos y poder pensar en transformar la realidad. Entonces aparece el futuro como posibilidad: parece una paradoja, en el pasado aparecen también las promesas de futuro.

–¿Cómo se lucha contra los discursos negacionistas cada vez más presentes?

–Lo que tenemos que hacer es conectar esas luchas con las problemáticas que tienen los jóvenes hoy, no disociar como que lo único importante es lo que pasó y lo que hoy les pasa está en segundo plano. Hay que conectar fuerte esa agenda del pasado con esta agenda del presente. A les pibes les pasan muchas cosas, tenemos más del 50% de los de jóvenes, niños y niñas que son pobres y tienen muchas problemáticas, están atravesados por la exclusión, por la pobreza, por las múltiples violencias que hay en los territorios. Hay un grado de vulnerabilidad de los sectores juveniles muy importante entonces el descrédito de la política puede cundir si no trabajamos sobre eso. Muchas veces las políticas de memorias que tenemos, esta institucionalización del recuerdo, con leyes que regulan, con el feriado nacional, efemérides en la escuela, están asumidas desde arriba hacia abajo, entonces pueden generar resistencias y aparecen estas voces disonantes que generan una cierta seducción en algunos sectores juveniles que tiene una gran desconfianza sobre la política actual, que están muy decepcionados. Hay que estar muy atentos a no estar nosotros encantados con nuestro propio discurso sobre el pasado y creer que es el único posible, sino  también integrar a las nuevas generaciones, que ellos digan en qué medida les importa, porque les importa, qué dimensiones del pasado les son significativas, qué cuestiones de ese pasado les remiten al presente, qué tienen para decir sobre lo que les pasa a ellos, para también desnaturalizar las violencias que viven.  «

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