Desde antes de empezar a estudiar Psicología, la investigadora Eugenia Tarzibachi ya tenía una clara sensibilidad por las injusticias de género. Durante su carrera investigó sobre género y educación inicial, se acercó profundamente a debates feministas en España a partir de una beca de intercambio académico con la Universidad Autónoma de Madrid y, haciendo viajes asiduos a Washington DC para visitar a su familia, se enamoró de la Biblioteca del Congreso de Washington, en los Estados Unidos, donde empezó a nutrirse de debates vacantes en la Argentina como el de la menstruación. Así empezó, desde 2009, a construir lo que hoy podría definirse como una arquitectura de la sangre con perspectiva de género, amplio archivo convertido en un innovador y portentoso libro, de reciente publicación, titulado Cosa de mujeres. Menstruación, género y poder (Sudamericana).

Tarzibachi ha sido nombrada parte de la junta directiva de la Society of Menstrual Cycle Research. En su estudio abarca distintos ‘períodos de concepciones diferenciales sobre la sangre a partir de un rastreo de la historia publicitaria estadounidense y de nuestro país, a lo largo del siglo pasado, y en diversas áreas de investigación como los estudios culturales, la sociología, economía, política, estética, comunicación y filosofía. “Todas las tecnologías hacen cuerpo, la ropa que usamos, el tampón que nos ponemos, la comida que comemos”, dice cuando abre la charla con Tiempo, reflexionando desde el comienzo sobre las tecnologías y las narrativas presentes, los materiales educativos de la industria autodenominada de cuidado personal femenino –“Femcare”-, pero sin dejar de lado los debates médicos ni la experiencia de las mujeres que vivieron la transición entre los productos reusables y los descartables de la gestión menstrual.

En relación a las diversas aristas por las que transitó la investigadora en torno a la sangre menstrual, la industria, el vocabulario sexista sobre la menarca fraseada en “hacerse señorita” o “convertirse en mujer” o la instalación de la maternidad como destino, Eugenia despuntó en construir una completa historización de los discursos del pasado del cuerpo menstrual como “cuerpo defectuoso y sucio”, que lo ligaban al asco y la revulsión. Tarzibachi cuestiona también la naturalización del mal llamado “ser cíclico” de las mujeres vinculado con la irritabilidad, el mal humor, la ansiedad en el momento anterior a la menstruación. Así lo explica: “Toda esa patologización del síndrome premenstrual tiene una historia, hay evidencias de que una fase del ciclo en relación con una emoción determinada no existe y esa evidencia suele quedar en las sombras. Hay que deconstruir la idea de una ciencia objetiva y neutra.”

-Hace unos años, en el extranjero era muy común la “copita”. Y ahora cada vez más en nuestro país. ¿Qué opinás? 

-La copa es aún un producto de consumo de nicho en Argentina. Es interesante porque requiere un conocimiento de tu cuerpo para utilizarla bien, también un mayor registro de cuánto se sangra, la textura del sangrado, etc. Pero a la vez existe una retórica de venta de los productos reusables que siguen insistiendo en la idea de “protección” y de la garantía final de que “no te mancharás”, que es un modo de construir el cuerpo menstrual en consonancia al discurso del siglo pasado que capitalizó el tabú de la menstruación para vender sus productos descartables. Hay una versión esencialista sobre qué es la menstruación, vinculando la condición de ser mujer a un proceso fisiológico, cuando sabemos que hay un montón de personas que menstrúan y que no se consideran mujeres. Y hay muchas bio-mujeres que no menstrúan y se consideran mujeres. Por eso hoy hablamos de personas que menstrúan.

-¿Podrías ampliar lo que mencionás como “vigilancia corporal”? 

-Me ocupé de entender las ramas del feminismo académico. Trabajé fuertemente con el feminismo foucaultiano, un marco pertinente para pensar cómo una nueva práctica de disciplina corporal que podríamos resumir como “la forma moderna de menstruar” liberó y oprimió al mismo tiempo. Esa nueva forma de menstruar implicó un nuevo modo de hacer, pensar y hablar sobre la menstruación que fue desplazando a las prácticas tradicionales. En relación al hacer, supuso abandonar los productos caseros y reusables y adoptar el uso de toallas y tampones descartables.

-¿Cómo se llevó a cabo la “forma moderna de menstruar”? 

-Incrementó la productividad y el autocontrol de los cuerpos al ocultar eficientemente el cuerpo menstrual bajo la idea de la modernización y la liberación femenina y, al mismo tiempo, reprodujo narrativas tradicionales sobre el género. Por ejemplo, la idea de un cuerpo abyecto, defectuoso, vergonzante y asqueroso por menstruar que podría ser efectivamente ocultado en público gracias a la “protección femenina” de toallas y tampones. La industria sólo retomó el tabú menstrual, lo capitalizó para vender estas tecnologías y, una vez que el cuerpo menstrual quedó bien oculto, el tabú pareció desaparecer. Esa nueva forma de menstruar consolidada a lo largo del siglo XX requirió estrategias de auto-vigilancia desde la menarca sobre ese cuerpo considerado estrictamente privado e íntimo.

-¿Esta vigilancia de la sociedad argentina sobre el cuerpo menstrual se relaciona con las emociones? 

-En términos prácticos, los productos descartables ayudaron a esa autovigilancia. En términos más sutiles, la regulación social de ciertas emociones que atraviesan la experiencia de menstruar fue el motor de esas prácticas de autovigilancia. Como el asco y la vergüenza cuando se descubre en público o a la hora del sexo y también el orgullo, en otra medida, cuando ese cuerpo menstrual está en funcionamiento pero no es percibido. El cuerpo menstrual también fue vanagloriado porque supone fertilidad, la posibilidad de ser madre. Hubo un vaciamiento de significantes de la lucha feminista como la liberación de las mujeres para vender estos productos de desmentida del cuerpo menstrual que buscaron perfeccionar, entre otras cosas, su vigilancia para que queden bien ocultos y estrictamente situados en el territorio de lo íntimo, privado. Las reacciones violentas que genera tocar estos temas para algunos sectores de la sociedad nos muestran cuán difícil es aún hoy abrir esta discusión. La sociedad argentina es profundamente machista pero algunas cosas están cambiando, lentamente. Afortunadamente hay muchísimas mujeres y también varones acercándose curiosos y respetuosos a esta discusión.

-¿Sobre qué innova el tampón vibrador que describís hacia el final? 

-Si bien no se comercializa aún en Argentina, hay estudios que afirman que esa vibración es mucho más efectiva que el ibuprofeno en el alivio de los dolores menstruales. Es interesante. Se alivia al cuerpo en el momento de los espasmos de una forma natural. Porque lo que duele durante la menstruación son las contracciones del útero, no “los ovarios” como aún se escucha. Al mismo tiempo, la vibración coquetea con el discurso vinculado con el autoerotismo que también es sugerente porque una experiencia corporal tan vinculada al dolor y lo patológico se pone en serie con algo del orden del placer.

-¿Qué otros productos te llamaron la atención? 

-Existe un tampón que cada mes permite hacer un escaneo de la salud ginecológica. Esa tecnología está en proceso de evaluación. Además hay una especie de “pegamento” llamada lápiz que se pondría en los labios vaginales para retener la sangre y descartarla cuando vas a hacer pis. Otras son las adaptaciones de la copita con un pequeño chip que podés sincronizar con el celular y saber cuándo la copa se está llenando, qué color tiene la sangre.

-La sangre fue estudiada en términos históricos. Vos hablás de “estética de la sangre”, “el arte de la sangre”. Pareciera haber una arquitectura. 

– Lo que está pasando con el arte menstrual es una forma de activismo porque muestran belleza en algo que fue históricamente considerado algo repugnante y meramente desechable, por ejemplo lo que hacen Jen y Rob Lewis en La belleza en la sangre (N.de la R: Beauty in Blood). Es un proyecto bellísimo de macrofotografía de sangre menstrual.

texto aternativo

                   Declarado de interés por la Legislatura porteña

«Mi primera menstruación» 

«Contar la experiencia de mi primera menstruación es un gesto político, encarnando el lema de ‘lo personal es político’. Es interesante que nos pongamos en juego en las investigaciones exponiendo el porqué del interés, ese recorte singular es para mostrar los trazos nacionales y transnacionales de esa experiencia menstrual que el libro sintetiza. 

Estoy trabajando en un libro sobre niños y niñas sobre cambios puberales porque tenemos una responsabilidad en salud pública de colocar en agenda el tema de menarca, que sigue siendo un tema desestimado y, por otro lado, en otras narrativas posibles sobre qué es la menstruación, distinto a que un cuerpo se prepara para algún día ser madre.Hay otras narrativas posibles a la posibilidad de ser madre que la menstruación significa y la de la ocultación férrea de algo que avergüenza. No me refiero a hacer una apología de que vayamos manchadas por la vida, pero hay una insistencia en que no se debe notar y esa tensión sigue estando presente en la experiencia de muchas personas que menstrúan.»