«El miércoles, en el sitio Economía Femini(s)ta pusimos un anuncio del paro que decía: ‘El 76% del trabajo doméstico en la Argentina lo hacemos las mujeres. El 8 de marzo paramos de limpiar, de cocinar, de barrer, porque reclamamos una distribución igualitaria.’ Más de 900 personas respondieron diciendo que cómo podía ser que si tenés un hijo no lo amamantes, que si tu papá está enfermo… Como si ahora todos fueran a morir porque vos querés parar. Mientras que si un hombre va un día entero a cortar la ruta, nadie le va a reclamar quién está cuidando a los chicos.»

Quien cuenta la anécdota y reflexiona al respecto es Mercedes D’Alessandro, doctora en Economía por la UBA y co-fundadora de un sitio que produce y comparte información económica con perspectiva de género. «Esta situación me sorprendió y me dio la pauta de lo necesario que es visibilizar esto. Pero también me hizo pensar en cómo plantearlo de una manera que llegue mejor y no genere una reacción tan negativa.» Ese fue el germen de la web que el año pasado se transformó en el libro Economía Feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour).

–¿Cuánto dice la falta de perspectiva de género en la economía sobre la sociedad machista y cuánto sobre el sistema capitalista?

–Habla de las dos cosas. Pensemos que en el feudalismo las mujeres eran reinas y princesas o siervas y campesinas. Su libertad era muy restringida. En el capitalismo aparece esta idea de la igualdad atada a los ideales de la Revolución Francesa, pero las mujeres no tienen ni la misma libertad ni la misma igualdad ni la misma fraternidad que los hombres. Pensá cuánto pasó desde entonces hasta conseguir el derecho al voto: aquí lo tuvimos recién hace 69 años y en otros países hace menos.

–Un ejemplo tradicional para demostrar esta carencia en el análisis está en el trabajo doméstico.

–Nueve de cada diez mujeres hace trabajo doméstico no remunerado. Entonces, primero tenemos que hacer notar lo indispensable del trabajo, cómo recae asimétricamente sobre las mujeres y el impacto que tiene sobre su vida. La falta de una retribución económica también genera dependencia y ese factor incide en la violencia de género. Porque hay muchos casos de mujeres golpeadas recurrentemente que no se animaron a dejar el hogar porque no podían sostenerse o criar a sus hijos solas. Eso no tapa que hay jefas de hogar o mujeres que sí lo hacen, pero necesitan un jardín maternal en su lugar de trabajo, una licencia de maternidad más larga, un trabajo más flexible (no flexibilizado) en el primer año y medio, etcétera. Y eso no pasa solo por cómo nos organizamos, sino también por cómo interviene el Estado para que estos sistemas de cuidado puedan desarrollarse.

–El movimiento feminista cobró mucha visibilidad en el último tiempo y tiene una enorme lista de reclamos. ¿Cómo se organiza de cara a la obtención de resultados concretos?

–Hay muchos tipos de feminismo. Algunas mujeres y varones están más conmocionados por la violencia de género, otros por los derechos reproductivos, otros por las desigualdades económicas, otros por la participación política. Tiene que ver con el lugar donde uno milita, pero también con que el feminismo es un movimiento bastante transversal. Aquí, por ejemplo, es apoyado por los partidos de izquierda, el kirchnerismo, el movimiento sindical y hasta algunas funcionarias que votaron a Cambiemos. Yo me considero una feminista de izquierda. No me da lo mismo el feminismo de Hillary Clinton, pero hay cosas en las que vamos a coincidir: como el aborto legal o la participación política. En el paro internacional también se va a ver que cada país tiene diferencias respecto de las demandas importantes. En EE UU no se pelea tanto por el aborto legal y en Europa tampoco porque ya es legal desde los ’70. En la Argentina es uno de los ejes.

–¿Se podría tener un indicador de desigualdad de género?

–Hay trabajos de la OIT que muestran qué pasaría si el trabajo doméstico no remunerado se cobrara: aumentaría el PBI entre un 15 y un 40%, según el país. No hay, eso sí, un sistema de mediciones establecido que se pueda aplicar como hace el FMI, por ejemplo. Pero la economía feminista es nueva, su campo de estudio arranca en los ’90, y va en esa dirección : construir indicadores para tener una dimensión real de cuál es la magnitud de estos trabajos y cómo solucionarlos.

–¿Cómo evaluás la perspectiva de género en la toma de decisiones de este gobierno?

–Yo veo fotos del Banco Central, del Ministerio de Economía, del gabinete de Vidal: son todos varones. Y no solo eso: no se dan cuenta de que toman decisiones sin tener una sola mujer sentada en la mesa. El nuevo equipo de Dujovne y el anterior de Prat-Gay, e incluso el que tenía Kicillof, eran todos 100% de varones. Si no ves que no hay mujeres en tu mesa o te preocupás porque haya una, ¿cómo voy a esperar que se preocupen por la agenda de las mujeres? Que tienen el mayor nivel de desempleo, de precarización, que son más pobres que los varones…

–¿Y a nivel global, cómo analizás las diferencias de género?

–El World Economic Forum emite un ranking de países que pondera participación política de las mujeres, brecha salarial, acceso a la educación, etcétera. En 2015 mostraba que, si uno proyectaba el ritmo de las acciones que reducían la brecha salarial, hacia 2086 se debería cerrar. Pero a fines de 2016 salió la actualización de ese informe: la brecha se cerraría recién en 2186. Es decir que en un año las políticas retrocedieron y nos hicieron perder un siglo más. 

–¿Se puede aspirar entonces a una especie de keynesianismo feminista?

–Como mínimo. Y después vemos si no hacemos una revolución feminista. «