El día que te equivocás al aire, todo el mundo dirá: ‘¡Qué boludo!’. Y solo tu vieja dirá: ‘Pobrecito'». En la casa familiar de Barracas se cenaba y se escuchaba en la radio, como en misa, a Luis Sandrini. Eso hacían Nieves y Antonio, y su único hijo. A Norberto Palese un reiterado sueño infantil –el de pertenecer a la radio– se le cumplió varios años después cuando, ya locutor profesional, se convirtió en el partenaire de Felipe, el personaje que Sandrini hizo durante 23 temporadas. Quien ya era Jorge Fontana repetía frente al micrófono la presentación urdida por Miguel Coronato Paz: «Alegre y decidor / contento y ocurrente / viene a dar a su gente / un rato de buen humor». Fue justamente Coronato, cuando uno como guionista, y el otro como locutor, contribuían al jocoso ciclo El Relámpago, el que lo rebautizó Cacho sin sospechar que ese alias identificaría a la persona y al personaje hasta el fin de sus días.

Antes de ingresar por concurso a esa ejemplar fábrica de radio que era El Mundo, Palese-Fontana había pisado los peldaños del escalafón radial en condición de lector de tandas, de presentador de orquestas y de eficaz maestro de ceremonias, una función que bien avanzadas las noches replicaba en boliches bailables y cabarets. En 1956 ya era alguien reconocido y tenía un trabajo seguro en la LR1 cuando alguien le acercó una oferta ultratentadora. Pasaría a ganar 70 mil pesos al mes para trabajar en televisión y por eso se preguntaba: «¿Qué hago?, ¿qué hago?». Quién lo sacó de la duda fue Iván Casadó: «No dejes pasar esta oportunidad», le dijo su colega y compañero de trabajo. Desde entonces, y durante 19 años, estuvo vinculado a las comunicaciones publicitarias del dentífrico Odol. Fue, entre otras cosas, el conductor de un popularísimo concurso de preguntas y respuestas que entregaba miles de pesos en premios. A ese muchacho que estaba tocando el cielo con las manos, aunque apenas había completado la educación primaria, no solo le cambió la vida el dinero que llegó de pronto, sino también el contacto atento con los expertos del jurado y con los participantes. A todas esas voces escuchó y las incorporó. En poco tiempo Fontana nadaba en la abundancia. Fue uno de los pocos profesionales que pudo defender su lugar frente al avance de las modelos, de los jingles y de los avisos con personajes animados.

En la tele blanco y negro llenó una época al frente de programas como Odol pregunta, El show de Industrias Kaiser, La campana de cristal y, mucho más adelante, con Video show. Dotado de una dicción impecable, innovó con énfasis, pero sin gritar, dejó para siempre remates como Dígale sí a Terrabusi, Y péguele fuerte, Supermóvil, el Gardel de los lubricantes y ¡Con seguridad! En 1979 hizo la experiencia de ponerse del otro lado del mostrador al hacerse cargo de Canal 11, en manos del Estado. En mayo de 1982, en plena guerra, condujo junto con Pinky el programa benéfico Las 24 horas de Malvinas. Tras la rendición de las fuerzas argentinas también los dos conductores de ese especial padecieron cancelaciones y destratos.

Lo suyo fue la radio

Despuntando los ’60, a la radio le tocó barajar y dar de nuevo para zafar del brete en que la había metido la llegada de la TV privada. Si en aquel entonces, la radio emergió airosa, fue a partir de la propuesta de una emisora –Rivadavia–, por la impronta noticiosa del Rotativo del aire de la mañana a la noche, por el fútbol transmitido por José María Muñoz, por varios programas entre los que estaba el Fontana Show. El momento coincidió con que los conductores dejaban de ser rehenes de libretos y formalidades y se animaron a mostrarse más naturales y desacartonados. Con audacia, Fontana y su equipo desarrollaron un género –el magazine– que sigue vigente. Con el aporte de dos fabulosas locutoras-intérpretes, el programa, además, hacía reír. Rina (Morán) y Beba (María Ester Vignola) junto con Cacho protagonizaban cada mañana entre 30/40 breves sketchs de humor. Y lo hacían, sin evitar carcajadas o tentaciones, algo muy contraindicado por el vademécum radial de la época.

El Fontana Show no fue un programa de actualidad en sentido riguroso (eso lo garantizaban las entradas del informativista Faustino García) y tampoco su conductor se las daba de periodista. Al contrario, nunca dejó de reivindicar su orgullosa condición de origen: locutor y animador. Con colaboradores como, entre otros, Domingo Di Núbila, Magdalena Ruiz Guiñazú y Silvio Huberman, el programa estableció un estándar informativo que durante largo tiempo compitió con creces con la televisión.

Grandes hitos

En un tiempo en que el precario sistema telefónico argentino convertía en proeza o en milagro las comunicaciones al exterior, Fontana tomó la costumbre de agradecer y mencionar con nombre y apellido a las operadoras internacionales de ENTel, cada vez que la gestión era positiva. Los movileros de otras radios tenían que salir a la calle munidos de una bolsa de monedas o de cospeles para concretar sus coberturas desde teléfonos públicos, siempre y cuando encontraran uno que funcionara. Los cronistas de Fontana viajaban en unidades del año (Fairlane, cedidas por el concesionario Alberto Armando) y se comunicaban desde el auto con transmisores UHF. El programa llegó a distintos lugares del mundo, desde cubrir la pelea de un argentino en Japón o la presentación de un artista local en el festival de San Remo. Como algunos dudaban de que las entrevistas fueran reales, Fontana acostumbraba a preguntar la hora en el destino al que llamaba. «Lo hacíamos para despejar dudas, pero, igual, nos criticaban diciendo que éramos capaces de llamar al fin del mundo solo para preguntar que hora es», explicó. Luego de más de 12 años en el aire, en octubre de 1973 Fontana sorprendió a su equipo con el anuncio del fin del ciclo, alegando motivos de salud. Siguió trabajando, más en TV que en radio, aunque su camino profesional no fue el mismo y su vida personal tuvo también idas y vueltas. En los recientes 20 años el mundo de los medios lo colmó de reconocimientos y lo halagaron como el involuntario maestro que fue. En uno de esos homenajes devolvió: «Un quiebre de la persona alguna vez lesionó al profesional».

Intuitivo como productor, eficaz como conductor, con una voz que, al decir de Antonio Carrizo tenía «as tonalidades completas de una orquesta», y con un conocimiento enorme de lo popular, Fontana y sus colaboradores hicieron un programa inolvidable, de ritmo vertiginoso que, según encuestas, era sintonizado entre las 10 y 10:30 por seis de cada diez oyentes. Pero no solamente: siete de cada diez estudiantes de la carrera de Locución tenían a Fontana como la figura a imitar. Esa condición de modelo es lo que acaba de confirmar y agigantar su reciente muerte a los 90 años de edad. «