Las manitos lastimadas, curtidas, agotadas de tanto cortar ramas y hojas en el yerbal. “Trabajamos de día para comer de noche”, dicen los gurises al cierre de Tareferos, el flamante cortometraje de Claudio Altamirano. Su nuevo documental echa luz sobre las oscuras raíces que hacen crecer la vulneración de los derechos de las infancias, juventudes y familias pobres en las plantaciones de yerba mate, ese infierno verde enclavado en el Noreste argentino.

“La idea del documental no es solo contar una historia, sino más bien hacer visible la situación de los pibes y pibas que trabajan en la tarefa. Mirar lo que está pasando ahí, reflexionar y buscar soluciones, que exista un Estado presente que resguarde los derechos y, finalmente, cambiar la realidad”, explica el realizador en diálogo con Tiempo. Además de documentalista, formado en el Instituto de Arte Cinematográfico, Altamirano es maestro de grado, especializado en enseñanza primaria, retardo mental y discapacidad de la audición, voz y lengua. Trabajó casi dos décadas en escuelas públicas del Bajo Flores. Y en los ’90 formó junto a otros docentes el grupo de realización audiovisual Marina Vilte. Se alumbra la vida (1996), su premiada opera prima, retrata la historia de una estudiante víctima de abuso sexual.

Su segundo film, El futuro ¿será para todos? (1997), fue pionero en denunciar el trabajo infantil doméstico. «En esos tiempos, la OIT no consideraba el trabajo cotidiano en una casa de niños y niñas al cuidado de sus hermanitos como trabajo», puntualiza Altamirano. La película fue proyectada en jornadas de capacitación del Ministerio del Trabajo. En 2007, el cineasta fue convocado por la Comisión Nacional contra el Trabajo Infantil. Esa fue la semilla de Tareferos, filmado en Misiones.

La yerba mate y sus satélites dan trabajo a más de 30 mil familias en la Argentina, principal productor mundial con 800 millones de kilos de hoja, que se convierten en 300 millones de kilos de yerba elaborada. Más de 200 se consumen aquí. Lejos de las cifras estimulantes de la industria verde, en muchas zonas del Litoral, los tareferos y sus gurises trabajan en condiciones dignas de la esclavitud: un paisaje dantesco no muy distinto al que retrataron hace décadas Rafael Barrett en Lo que son los yerbales y Alfredo Varela en sus crónicas sobre los mensú. Los números actuales desnudan la explotación en pleno siglo XXI. El 50% de los tareferos empezó a trabajar entre los 5 y los 13 años. El 16% nunca fue a la escuela. Tres de cada cinco niños y niñas cosecheros repiten el año. Hay en todo el país 110 mil niños, niñas y adolescentes que trabajan en el ámbito rural. «Cuando se habla del campo, generalmente solo se escucha la voz de los terratenientes o de las empresas multinacionales. Nunca está la palabra de los trabajadores explotados. En ese contexto, el trabajo infantil es un universo totalmente invisible», dice Altamirano.

–¿Por qué se da esta situación en plena democracia?

–Porque hay explotación y el Estado mira para otro lado, o es socio, en vez de intervenir y proponer soluciones. Si los trabajadores tuvieran garantizados sus derechos a la salud, la vivienda y el salario digno, sus hijos no tendrían que ir a la tarefa. Los pibes tienen que estar en la escuela, en el club, jugando en la plaza, ser felices. Tareferos da voz a los protagonistas de esta realidad: trabajo no registrado, paga mínima. Por ley está prohibido que los niños menores de 16 años trabajen, pero hay permiso para los de 16 a 18, que es de tres horas diarias, 15 semanales. Los pibes tienen que ir porque la plata en sus casas no alcanza. La pobreza y la explotación son las causas que hay que atacar para terminar con el trabajo infantil. Cuando tomamos un mate a la mañana, tenemos que pensar en todo esto.

–¿La pandemia profundizó esta realidad de explotación?

–Todo fue para peor. Las cifras de pobreza son inéditas y provocan más explotación y trabajo infantil. Es una realidad histórica que tiene décadas, siglos. Ni el Estado ni el avance de la tecnología han mejorado la situación de los tareferos. En la tarefa, con la mañana y su frío insoportable, y al mediodía el calor terrible, ves cómo tienen las manos lastimadas los pibes, sus ropas desgastadas, pero las madres me decían que necesitaban la colaboración de sus hijos. Es muy duro.

–El año 2021 fue declarado por la Organización de Naciones Unidas como Año Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil. ¿Pensás que es solo un título pomposo o una propuesta posible para el futuro?

–Hay muchas resistencias, pero también muchos colectivos, compañeras y compañeros que trabajan para lograrlo. Hay que construirlo entre todos. Tareferos es un granito de arena para hacer visible esta realidad. Me permito ser optimista. El rol del Estado es central para garantizar los derechos de los gurises.  «