La feria Matear ofrece yerbas premium, porongos y bombillas de diseño, helado, tragos y más productos a base de yerba mate.
«A esta altura del partido, y deje de lado lo cultural, lo económico, lo histórico, nuestro vínculo con el mate es más que nada emocional. Es el conector, el encuentro, el compartir, es sanador», arriesga Carlos Coppoli, miembro activo del Instituto Nacional de la Yerba Mate. Mientras recorre La Rural, lo rodean miles de personas que se acercaron a la tercera edición de Matear, la ceremonia laica, libre y gratuita para los fieles de la bombilla y otras yerbas. «Ojo, no es un encuentro sólo para fanáticos. El que no toma, por ahí se come un bizcochuelo, o se toma un helado, un trago, un licorcito, otras maneras de acercarse al mate», reflexiona Coppoli, y le convidan unos caramelitos de yerba, que más o menos zafan.
El mate y sus satélites dan trabajo a más de 30 mil familias en todo el país. «Somos los principales productores a nivel mundial con 800 millones de kilos de hoja, que se convierten en 300 millones de kilos de yerba elaborada. 256 millones se consumen acá. Además de la carne, del vino, también el mate ya empieza a pensarse como marca argentina», precisa Coppoli.
Lejos de las cifras estimulantes, muchos tareferos del Litoral trabajan en condiciones dignas de la esclavitud. No tienen su espacio en este encuentro. Quizá el próximo año.
Lo que sí hay en Matear es lugar para visibilizar la irrupción de la tecnología en un nicho históricamente ligado a lo tradicional. En el stand de Matino se ofrecen coloridos porongos con Led incorporado que permiten cebar en lugares adonde no llega la luz. «Estaba podrido de usar el monitor o el celular para iluminar. Ahora también estamos trabajando en una bombilla con luz», detalla Carlos, uno de los padres de la criatura. Por $ 350 pesos, promete 300 mil cebadas luminosas.
Hace tres años, durante un largo viaje en micro, Magalí y su novio se cansaron de tomar mate. El problema surgió a la hora de tirar la yerba. No tenían ni una bolsita a mano. Tuvieron una epifanía y del mal momento surgió la flexible TapaMate: «Es una tapa universal de látex. Evita los enchastres, es higiénica y ecológica. Por $ 200 te olvidás de la bolsita para siempre», vende Magalí.
¿Helado de yerba mate? Un amable Increíble Hulk ofrece paletas congeladas en el puesto de Arkyn. «El año pasado en la feria vendimos 500 unidades, una barbaridad», infla el pecho el heladero. No es un tereré congelado. Hubo que diseñar una máquina para transpolar un producto que usualmente se consume a 90 grados y en la paleta baja a -22° C. «Es pura yerba mate, no tiene crema ni leche», asegura Hulk, sin furia, y detalla estudios científicos que dicen que el mate conserva más propiedades en este formato que en el habitual.
Gastón es fabricante de bombillas. Su firma, Reunata las forja en acero inoxidable y aluminio. Hay rectas, curvas y de todos los colores del arco iris, desde 30 pesos. Cuenta que están saliendo mucho las pico de loro, originarias del vecino Uruguay, la meca del arte cebador: «Cuestan 240 mangos, tienen buena terminación, siete piezas y un tambor que se desarma, y se pueden limpiar bien. La pico de loro no se dobla ni que le pase un Scania por arriba». El profesional evita los consejos determinantes para el tapón: «Depende del palo, del polvo, hay muchas aristas. Yo recomiendo usar filtro resorte argentino, es el mejor del mundo».
En el puesto de Porongo, dos pibes bien gauchitos ofrecen yerba orgánica sin agregados químicos. Y en el stand de Mathienzo hay variedades premium llegadas desde Oberá. «Tenemos una parcela en la que desarrollamos nuestro blend. Es como crear un buen whisky o un buen vino: un trabajo artesanal», confiesa Nicolás, una de las cabezas de un emprendimiento muy for export. Venden a Rusia, Australia, Chile y Alemania. El medio kilo se consigue a $ 160 en la feria. En el fondo, la inflación macrista hizo que todas las yerbas se transformaran en premium.
En el patio matero se van formando las rondas. Ricardo y su mujer Silvia están cebando tranquilos, como en el living de su casa. El hombre es camionero y cuenta que el mate es su compañero fiel en la ruta. Silvia –cebadora eximia– nunca leyó el poema de Ezequiel Martínez Estrada, pero coincide en que «El mate es como un diálogo / con pausas que llenar». Convida uno. Medio frío y con edulcorante, como le gusta a su querido Ricardo. Por supuesto, no está lavado. «
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