El Hotel Presidente está lleno de gatos. En el aristocrático Salón Canciller, los felinos duermen la clásica siesta del domingo. Pomposos persas, gallardos abisinios, elegantes birmanos y exóticos sphynx descansan a pata suelta sin prestarles la menor atención a los visitantes del show de belleza de The International Cat Association del Plata.

“Creo que en nuestro país se dividen equitativamente las pasiones. Hay muchos perreros, pero también somos muchos los que optamos por los gatos. La diferencia es que, al que le gustan los gatos, es fanático. No hay grises”, asevera rotundamente Mariela Toriggia, una de las organizadoras de este encuentro cardinal de la felinofilia nacional. Odontóloga de profesión, desde hace tres años viene especializándose en la cría del Bengal, una raza híbrida que combina en partes desiguales los genes de un gato común y silvestre con los de un leopardo asiático. Obviamente, la genética y otras ramas de la biología dan letra a esta tarea. “Asumir la crianza con responsabilidad es fundamental. La salud del animal es lo primero que tenemos que respetar. En esta raza, se busca que tenga apariencia salvaje, pero el carácter cariñoso de un gato hogareño”, dice la joven y presenta a Drimi, un mimoso macho de poco más de tres años. 

Drimi luce orgulloso su manto atigrado. También la cucarda que obtuvo por haber subido al podio en la competencia de belleza. Como en trance, disfruta las caricias que le brinda Uriel, un nene fanático de los bengals. Victor Hugo alguna vez escribió que dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre. Uriel acuerda con el prolífico escritor francés. Y Drimi sigue ronroneando. 

El gato que está triste y azul 

Según la Encuesta Anual de Hogares, unos 250 mil gatos viven con las familias porteñas. Los barrios de Agronomía, Chacarita, Parque Chas, Villa Crespo y Villa Ortúzar son los que cobijan la mayor densidad poblacional de felinos. El relevamiento destaca que el 80% de los animales son mestizos y que un 40% fue rescatado de la calle. “Estamos creando conciencia. Es importante adoptar un callejerito, darle una oportunidad a un animal abandonado”, dice Marta Vago, una abuela que impulsa la Fundación De Gatitos. Resalta que la institución trabaja a pulmón hace 17 años, lleva entregados 6000 gatos en adopción y tiene más de 160 mil seguidores en su página de Facebook. Siempre sonriente y cálida, vende en la expo aritos, tazas y remeras con motivos felinos, para así solventar su noble empresa. “Abu” Marta, como la conocen, convive en su casa con siete gatitos. Cada adopción guarda una historia, como la de su querido Manuelito. “Lo encontramos abandonado en Belgrano y Entre Ríos, cerca de nuestra sede. Era un salvaje. Me costó tres meses limpiarle la jaula. Tuve que armarme un guante especial para atenderlo. Pero el amor todo lo puede –dice y se iluminan sus ojos–. Hoy Manuelito es un santo y duerme conmigo.”  

No lejos del puesto de la fundación, varios nenes se sacan selfies con Husni, un coqueto Bengal que, ataviado con un gorrito tejido, reposa sobre un almohadón. “Me interesa que la gente conozca la raza”, explica Astrid, dueña y “mamᔠdel minino. “Soy adicta, fanática y apasionada de los gatos. Husni es como mi hijo”, resalta. Luce un top y calzas en tonalidades animal print, que hacen juego con el manto de su gato. Es psicóloga y entrenadora de atletismo. Y cuenta que tuvo una infancia difícil y los animales la ayudaron a alejar los fantasmas de las malas épocas. “Los seres humanos me lastimaron muchas veces –confiesa–. Los animales nunca.”

Salón de belleza

El mercado también ha metido su larga cola en el nicho de las mascotas. “El rubro crece a razón de dos dígitos por año”, asegura con precisión estadística José María Montorfano, responsable de Can Cat. En el stand de esta empresa de capitales nacionales –pero de nombre foráneo– se ofrecen desde transportadoras de mascotas hasta camas king size. ¿La última novedad? Piedras sílicas sanitarias de largo aliento por 135 pesos. “El afecto que tenemos por las mascotas no se mezcla con ninguna crisis”, afirma el empresario. 

En el puesto vecino, Ana vende juguetes que hacen adelgazar las billeteras de los felinófilos: chifles, pelotas, dosificadores de alimento y hasta varitas mágicas coronadas con plumas. La encargada de Identidad Propia Artesanías advierte que, a la hora de consentir a sus mascotas, los fanáticos “gastan más de lo que uno cree”. Rascadores Mau es uno de los emprendimientos más novedosos del mercado. Ofrece cuchas que parecen diseñadas por Le Corbusier. La más extravagante es un Empire State de cuatro pisos, forrado en peluche, que cuesta casi 6000 pesos. 

Greta es la coiffeur de Jade Jeanette, una glamorosa gatita Bosque de Noruega. “Para este tipo de eventos se le pone espuma y tonalizadores”, cuenta Greta y con delicadeza cepilla a la dócil felina. Revela que cada raza tiene su propio estilo: “Por ejemplo, los persas tienen que tener el pelo bien volado, como cuando la Pantera Rosa sale del lavarropas”. Tres largas horas se afanó la estilista para que Jade Jeanette luzca hoy como una verdadera reina de la belleza felina.

Mininos con sponsors

Adolfo González es uno de los padres fundadores de la felinofilia nacional. “Empecé en el’81. Pisé la tierra cuando todavía estaba caliente”, resalta este veterano criador de gatos Peterbald, una raza de origen ruso que se caracteriza por la ausencia de pelo. Adolfo dice que nunca vivió de los gatos: “Cuando uno piensa esta actividad como una empresa, seguro se equivoca. Acá trabajamos con vida.” Lo acompaña Carboncito, un joven ejemplar de bigotes enrulados, orejas en punta y la particular “pelusa de durazno” que engalana su delicado cuerpo. 

Puppi Borgatti es otra de las pioneras. Arrancó en el ’85 y no frenó más. “Estaban los siameses, los persas y alguna raza más dando vueltas. Ahora se amplió tanto el panorama que hay unas 70”, comenta la curtida criadora.

En una punta del salón, Milena acuna a un fornido minino. Bachi es un Maine Coon, una raza estadounidense de gran tamaño –llegan a pesar hasta 12 kilos– y con notable talento para la caza de roedores. Ernest Hemingway, otro famoso cazador, era fanático de este peso pesado de los felinos. Pese a su instinto asesino, Bachi tiene un aura pacifista que envidiaría Gandhi. “La nuestra es una convivencia perfecta –dice su dueña–. Bachi se cuida solo y es muy independiente. Siempre digo lo mismo: los perros tienen amos y los gatos, sponsors.” 

Último round 

No es cuestión de buscarle la quinta pata al gato. La cosa es sencilla: en el ring –el escenario donde se lucen los competidores– se define quién es el gatito más bello. Adriana Kajon es la jueza que se encarga de evaluar el encanto de los competidores. “Obviamente hay que tener el conocimiento técnico de los estándares de la raza. Pero es más importante la pasión y la capacidad de educar”, explica la magistrada, mientras se prepara para la final de los cachorros de pelo largo. “El gato muchas veces ha sido señalado como un animal diabólico, durante la Edad Media se los aniquilaba. Ahora más bien es un fetiche. Tenemos que luchar contra esas creencias. Es un animal terapéutico, de compañía”, afirma la jueza y viróloga argentina, hoy radicada en Alburquerque, Nuevo México.

La finalísima está peleada. La elegancia de un cachorrito birmano de nariz romana pelea palmo a palmo con la simpatía de un persa. Adriana explica que cualquiera de los dos podría ser best in show en cualquier parte del mundo. Al final no hay gato encerrado y la jueza comparte su veredicto. “El primer puesto es para el pequeño persa –dice Adriana y abraza al minino ganador–. Se lo merece por su belleza, pero sobre todo por su temperamento. Ya lo dijo El Principito: lo esencial es invisible a los ojos.” «