“La ley de etiquetado frontal de alimentos es más que los octógonos negros; es un modo de que dejen de publicitar cualquier cosa como si fuera comida”, sostuvo la periodista Soledad Barruti, al participar de un tuitazo que este jueves, con el hashtag #EtiquetadoClaroYa, puso de relieve la imperiosa necesidad de los consumidores de saber qué están comiendo.

“La Ley de Etiquetado nos permite saber qué comemos. Empodera al consumidor al otorgarle información y permitirle decidir que consumir, y que no consumir. Esto fomenta cambios en los patrones de producción y consumo, promoviendo una alimentación saludable”, agregaron desde la organización Jóvenes por el Clima Argentina.

El proyecto aprobado en octubre de 2020 por el Senado se basa en un sistema de advertencias con forma de octógonos negros y el sistema de perfil de nutrientes de la Organización Panamericana de la Salud, y cuenta con el respaldo de una amplia evidente científica. Sin embargo, el lobby de la industria alimenticia, particularmente el de las azucareras, es fuerte.

Y la iniciativa, que ya cuenta con media sanción, espera que Diputados la apruebe. El tuitazo busca exigir el tratamiento inmediato y transparente de una norma que vendría a garantizar el derecho a una salud integral.

“Este proyecto no es contra nadie sino a favor de los ciudadanos. Es una oportunidad para que la industria pueda ofrecer mejores productos a la sociedad. En los países en donde se aplicaron regulaciones similares la industria logró reconvertirse y utilizar estrategias de venta para posicionarse «. Las palabras pertenecen a la senadora Anabel Fernández Sagasti, vicejefa del bloque del Frente de Todos y una de las responsables de comandar la unificación de una decena de proyectos de los distintos bloques, que derivó en la media sanción.

El artículo 1° habla de brindar «información nutricional simple y comprensible de los alimentos envasados y bebidas analcohólicas, para promover la toma de decisiones asertivas y activas, y resguardar los derechos de las consumidoras y los consumidores», y advertir al público sobre «los excesos de componentes como azúcares, sodio, grasas saturadas, grasas totales y calorías». Se trata de un modelo similar al adoptado en Chile y México: la figura será la de un octógono negro con borde y letras de color blanco en mayúsculas que alerten cuando el contenido supera los valores establecidos por la OPS o por las autoridades sanitarias locales, con leyendas como «exceso en azúcares», «exceso en sodio» y «exceso en calorías»; lo mismo para los casos de valores superiores en cafeína o en edulcorantes para enfatizar que no son recomendables en niños y adolescentes. El plazo de adecuación podrá ser de hasta doce meses, y las empresas no estarán obligadas a reetiquetar el stock actual.

El tamaño deberá ser mayor al 5% de la superficie de la cara principal del envase. Los productos que porten este etiquetado crítico no podrán complementar con otros carteles que destaquen cualidades positivas «a fin de no promover la confusión»; tampoco se les permitirá incluir personajes o prometer regalos o concursos, ni ser publicitados al sector infantil y adolescente. También tendrán negada la posibilidad de ser comercializados o promocionados en entornos escolares. A su vez, la ley exige al Consejo Federal de Educación que se incluyan contenidos sobre educación alimentaria nutricional en todos los niveles educativos.

A modo de radiografía sintética de cómo se alimentan los argentinos, la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud de 2019 concluyó que cuatro de cada diez niños tienen exceso de peso, y en adultos supera el 60%. Y sólo un 30% de ellos lee la tabla de composición nutricional del envase de los productos.

La ley de etiquetado no la tiene fácil. “La industria azucarera, con el paraguas de la Copal, y muchas sociedades ‘de nutrición’ esponsoreadas por la industria son quienes hacen lobby para que no salga. Por eso hay que militarla fuerte», dice Barruti

Daniel Funes de Rioja, presidente de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal), aseguró: “No nos oponemos al etiquetado si no tiene fines de demonización de los alimentos».

Desde el gobierno se apuesta al etiquetado octogonal por sobre el “semáforo”, que suele confundir a los consumidores. «Mucha información mata información. Hay que ser inteligentes en qué información se pone en el frente. Y siempre va a estar la opción cuando uno da vuelta el paquete para aquel que se quiera informar más. Buscamos alertar y no demonizar. A nadie se le escapa que un hexágono tiene mayor capacidad de advertencia que una lupa», subrayó Paula Español, secretaria de Comercio Interior. En el mismo sentido se expresó Sebastián Laspiur, de la OPS: «El que ha demostrado cambiar el perfil de compra y de consumo es el octogonal».

Si la Argentina ya tenía malos hábitos alimenticios, con la pandemia éstos se agudizaron. Un trabajo de las investigadoras del Conicet Emilce Sudriá, Marta Andreatta y Daniela Defagó, publicado en la revista científica Diaeta, remarca que dos de cada diez encuestados pasaron más tiempo en la cocina que antes de la cuarentena. Pero cantidad no siempre significa calidad. Una de cada cuatro personas también incrementó el consumo de masas de tartas, empanadas, golosinas y postres en detrimento de frutas y verduras. Aumentó la presencia de gaseosas y snacks, y un 27% recayó en más bebidas con alcohol que antes.