Cada época construye sus propias ficciones, sus saberes, y hasta sus contradicciones. Tal vez una de las nuestras sea la relación que mantenemos con el celular. Ese dispositivo que, como ningún otro, queda adosado a nuestros cuerpos, tanto que cuando falta, suele percibirse como miembro fantasma. Lo curioso es que esta misma dependencia, en muchos casos, no sólo no se reconoce, sino que es rechazada en nombre de un supuesto «estado de naturaleza». 

La contradicción se evidencia aun más cuando se analizan las formas en las que efectivamente se usa el celular en conexión ininterrumpida con el mundo circundante. Una que, posibilitada por la conveniencia del tamaño, permite no sólo emitir y recibir de manera constante, sino que además, almacena contenidos como extensión de la propia subjetividad. Tanto es así, que si se tomara cualquier teléfono al azar y se exploraran las aplicaciones bajadas, las redes sociales más visitadas, la música y las películas recientemente vistas, podría armarse un perfil que nada tendría que envidiar al mejor test de personalidad. Incluso, más de un psicólogo ya lo debe estar implementado como práctica en su propio consultorio off line.

Por otro lado, nadie duda de que la conformación de los consumos culturales contendidos en un aparato tan pequeño modifique los estados de percepción, los internos pero también los externos. Al fin y al cabo, no es lo mismo acopiar bibliotecas, videotecas y discografías completas en espacios invisibles que construir muebles para los libros, discos y películas. Incluso, la arquitectura debe haberse visto modificada con estos cambios. La contracara de estos procesos se advierte en los movimientos de resistencia vintage que hacen culto del objeto físico. Tanto es así, que el disco de pasta o hasta el CD –incluso por su carácter corruptible– son hoy el símbolo de nuestra contradicción epocal.  «

*Investigadora Ciencias Sociales (UBA)