Fueron prácticamente las primeras vacaciones con la familia agrandada que formó junto con Ramiro Ponce de León, y Florencia Peña tomó la decisión de decirle que sí a la propuesta de su hijo mayor, Tomás, de invitar a unos «amiguitos» a compartir el descanso estival. «¡Seis, trajo!», exclama riendo para que se note que la disparidad de criterios que puede haber entre una madre y su hijo adolescente no le quita gracia al asunto. 

«Y el departamento que había alquilado era para siete personas –continúa sin poder ocultar la gracia que le provoca recordar la situación–. Así que éramos como once en un departamento para siete. Y no sólo un departamento: adentro de una camioneta en la que sólo entran cinco. Bueno, no puedo explicar lo que fueron las idas y las vueltas a la playa. El olor a bolas que había en ese departamento… (ríe ya sin contención). El bebé que lloraba. El de 9 (su segundo hijo) que se aburría porque los más grandes no le daban cabida. Fue espeluznante, podría ser la palabra que se aplique para explicarlo».

Sin embargo, gran comediante al fin, no deja de llamarle la atención el costado tierno de esos días. «Por otro lado, también fue divino: cuando estás lleno de chicos, hay algo de una energía muy arrolladora que está buenísimo, y que es lindo tener siempre cerca. Eso es lo que más me gusta de mis hijos, poder tenerlos conmigo y que se copen trayendo a sus amigos. Por un lado, TREMENDO el desorden, jaja, el quilombo de la casa y trasladarnos todos juntos y, por otro, el amor y las ganas de estar todos juntos, que fue divino».