En un pueblo cualquiera de una provincia perdida de China, unas señoras bailan juntas en un espacio abierto. Ninguna tiene menos de 65 años, algunas visten prendas típicas de la minoría étnica a la que pertenecen. Un aparato de música emite un chirriante coro que canta: “No hay nueva China sin el camarada Mao”. Hasta hace pocos años, las señoras eran pobres, hoy viven dignamente. Otros grupos de mujeres y hombres bailan como ellas en miles de lugares de toda China.


No hay China sin gobierno. No hay gobierno chino sin Partido Comunista Chino. No hay China sin Partido Comunista Chino (PCCh).


El disciplinamiento de la sociedad china es portentoso. Ese acatamiento irrevocable, indispensable tanto para mantener el orden en una sociedad de 1400 millones de personas como para superar la pandemia en pocos meses –sin vacuna–, sustancia al PCCh.


Se trata del mayor partido político del mundo, con 92 millones de militantes, y es un partido único. No hay China sin la tendencia a lo único, el centro, la unidad singular. El nombre de su país, para los chinos es Zhongguo, que significa “nación del centro”. China nació singular con el emperador Qin Shi Huang, que unificó el territorio, la moneda, el sistema de escritura, los códigos legales, los procedimientos burocráticos y una infinidad de aspectos de la realidad que no dejaron afuera ni siquiera la longitud del eje de los carros. Una vez establecido el centro único, esa unidad tiende a expandirse sin límites. Así crece China, bajo las órdenes del PCCh, su corazón político.


En 1949 el PCCh venció al Kuomintang e hizo la revolución, venció a los japoneses y recuperó la nación. Liberando a China de los japoneses, y también de las naciones europeas que la habían sojuzgado y humillado desde hacía más de un siglo, el PCCh le devolvió al pueblo el orgullo nacional, que es la veneración de los ancestros, o sea, del pueblo que construyó durante miles de años la civilización china. Por otro lado, básicamente con la reforma agraria, liberó al pueblo de los terratenientes locales. Su programa comunista fue consiguiendo una igualdad social que fue liberando de la miseria a las masas.
Treinta años después, el PCCh buscó una tercera liberación: la de la pobreza. Para eso, el país tenía que crecer, y lo hizo ensamblándose a la globalización capitalista.


Es tradición china la de integrar a su centro elementos dispares, basándose en su atávico sentido de la armonía. La armonía es una unidad hecha de diversidad. El PCCh supo asimilar el socialismo y el capitalismo, y así crece a un ritmo que EE UU no está pudiendo empatar.


Encaminado el desarrollo interno, el PCCh, ya con Xi Jinping a la cabeza, encaró la expansión externa, que hoy tiene la forma de la BRI, Iniciativa de la Franja y la Ruta. El PCCh cumple 100 años mirando a los 100 años que en 2049 cumplirá su mayor obra, la República Popular. Se propone para ese futuro una vida digna para los chinos y sabe que será potencia mundial. Hoy declama el deseo de que el mundo sea, para entonces, una “comunidad de destino compartido”.

Naturalmente, esto genera fuerte suspicacia en EE UU y otros poderes de Occidente, de que el PCCh hará de China un imperio que intentará sojuzgar al resto, imponiendo sus intereses y su forma de vida. Para responder a estos temores, el PCCh invita a observar la historia, en la que se hace evidente que la expansión del país no se hizo a merced de invasiones militares, y el presente, en el que China negocia con otros países sin ejercer injerencia en sus asuntos internos.


De todos modos, el irrebatible hecho de que no hay soldados chinos disparando tiros en guerras por el mundo no significa que en la mayor presencia global que tendrá el país, su PCCh vaya a aceptar que los valores occidentales son universales. China no participó de las declaraciones de los derechos del hombre, y aunque los considera valiosos, no los aceptará como propios antes de haberlos discutido. «