La muerte volvió a Hugo Chávez más mediúmnico de lo que fue en vida y para muchas y muchos chavistas ese hombre fue y sigue siendo un ser casi inmaterial, intemporal, casi absoluto y eterno. Como Dios.

Para quienes tenemos pasión por las revoluciones sociales de este mundo no hay derecho a desvariar en la fantasía. Estamos obligados a evaluarlo en su tiempo y en su obra. Y Hugo Chávez realizó una obra para un tiempo determinado y dejó el resto en manos de una generación que resultó absolutamente incapaz de dar un solo paso en el mismo sentido.

En 1995 le dijo al historiador oral Agustín Blanco Muñoz en una entrevista una frase que lo retrata en alma: “No quiero ser uno más que lo intentó y no pudo” (Habla el comandante, 1995). Casi veinte años después en 2013 resultó una verdad catastrófica, fatal. Murió mucho antes de completar su obra. Lo intentó. No pudo, y eso no es un pecado. ¿Acaso es el único con ese destino infausto? El mismo final tuvieron varios durante el siglo XX. No hay misterio en ello. Chávez hizo todo lo que pudo pero no pudo hacer todo lo que quiso. Eso vale para la obra pública de sus tres gobiernos como para su idea de construir un “socialismo del siglo XXI” en Latinoamérica. Algunos prefieren llamar a ese proyecto la “patria grande”, que resultó chiquita y cada vez menos patria.

Al comandante lo medimos por lo que hizo, no por lo que no pudo.

Este abordaje metodológico impone dos preguntas con sentido histórico-concreto: ¿Qué fue lo que hizo que lo trascendió y vale la pena? Y ¿Qué cosa no pudo y por qué?

En 2007 relaté en “Quién inventó a Chávez” –Ediciones B–  (con reedición ampliada en 2013 bajo el título “Chávez el hombre que desafió a la historia” –Ediciones Continente– y traducción francesa homónima –Editions Delga, París 2014–) su origen, desarrollo político y actuación gubernamental, esa dimensión personal en la que caben los elementos que componen su obra y su legado postmorten. Lo que pudo. Espero terminar ¿Quien mató a Chávez? para comprender las razones de la debacle actual del chavismo, a pesar de Chávez y el chavismo.

Chávez surgió de un nacionalismo militar provinciano y plebeyo. Su contexto histórico local e internacional y su inteligencia emocional lo hicieron mutar hasta convertirlo entre 2005 y 2009 en un socialista radicalizado que entendió una idea clave: Si el imperialismo es internacional, el socialismo debe ser de igual escala, o si no, lo nacional no tendría destino. Sobre todo en Venezuela (como indica el Programa de la Patria, 2012).

En 2009 el presidente Chávez se atrevió a proponer la fundación de la Quinta Internacional, una idea loca de trotskistas, algunos anarquistas y otras corrientes minúsculas. Aunque se equivocó de invitados para tamaña tarea, la verdad es que nadie en funciones de gobierno desde 1938 se había atrevido a tanto, aunque algunos, como los dirigentes cubanos practicaron un internacionalismo a su manera, varias veces contra la opinión de Moscú.

Pero Chávez se atrevió. Desafió lo in-desafiable. Les asaltó la paz y el metro cuadrado individual de comodidad a muchos de sus ministros y sobre todo a varios presidentes que se confesaban “amigos y aliados de la Patria Grande” en América latina. Al revés de la derecha, sus aliados no desearon su muerte pero ella los salvó de un compromiso indeseado.

No es ocioso pensar si el Chávez personaje histórico apareció en el lugar equivocado. Siempre que no lo miremos a través de gastados lentes europeos ni mediante ditirámbicos lentes tercermundistas. La Venezuela desindustrializada, sin grandes tradiciones culturales ni políticas, amodorrada en el rentismo petrolero desde 1927 hasta 1999 (el capitalismo más anormal del continente), produjo una sociedad media que era y es el retrato espiritual de esa anormalidad socio-histórica. 

Para Daniel Bensaid ninguna revolución “llegó a su hora”. ¿O acaso la rusa, la china y la cubana si? Y como advierte con belleza la joven intelectual venezolana emigrada Daniela Saidman: Somos herederos “…de los náufragos de un sueño común que despertaron en medio de la tragedia.” (TodosAdentro, Caracas, febrero 2020).

Yo creo que el valor histórico de los “atrevimientos” radicales de Hugo Chávez valen para las actuales y próximas generaciones igual que la suma de lecciones de las revoluciones anteriores a Chávez. Meros intentos “de superación de la prehistoria humana”. Como rescató Albert Einstein en 1949 ante jóvenes socialistas puertorriqueños, son tentaciones de superación de «la fase depredadora» del desarrollo humano. Habrá una generación que haga llegar la revolución a la hora y al lugar adecuados.