Hace 80 años, en un espectacular accidente que conmueve todavía hoy, se terminaba la era de los dirigibles tripulados y con ello toda una época lírica en la aeronavegación. El 6 de mayo de 1937, una de las joyas de la tecnología alemana con la que Adolf Hitler pretendía promocionar el genio ario, el LZ 129 Hindenburg, se incendiaba metros antes de pisar tierra en Nueva Jersey, Estados Unidos, causando la muerte de 36 personas, la tercera parte de los ocupantes del enorme aparato. La competencia con los aviones quedó sepultada con este incidente inesperado que envolvió en el oprobio a los dirigibles y provocó la ira del fürer al punto de suspender indefinidamente las pruebas con otros “zepelines” que hacían vuelos regulares en Europa y de allí hacia América. Ahora, sin embargo, uno de los fundadores de Google financia investigaciones secretas para retornar a los buenos viejos tiempos de los globos autopropulsados.

La idea de volar forma parte del imaginario de los humanos desde el inicio de la historia, tal cual lo reflejan mitos como el de Ícaro o invenciones como las de Leonardo da Vinci en el Renacimiento italiano. Los globos aerostáticos son posteriores, y la historia señala a los hermanos Mongolfier, en 1783, plena Revolución Francesa, como sus primeros en experimentar la ascensión con artefactos más pesados que el aire. El secreto era, claro, que el aire caliente es más liviano que el que está a temperatura ambiente y por lo tanto cualquier objeto tiende a elevarse cuando se calienta el aire que contiene.

De allí a imaginar una máquina de forma alargada con algún tipo de propulsión mecánica hubo un paso. El primero dio otro francés un año después que Montgolfier, Jean Pierre Blanchard, que usó un sistema de alas batientes. Parecía una ballena voladora, pero sirvió para cruzar el canal de la Mancha. Casi un siglo después Henri Giffard le puso un motor a vapor y ya comenzaban las pruebas con un gas más liviano que el aire. Las opciones más adecuadas eran dos: hidrógeno o helio. El primero tenía la dificultad de que era altamente combustible.

En plena guerra franco-prusiana fue usado para espiar la retaguardia de los enemigos y en menor medida para bombardear desde una altura conveniente. Un americano, el brasileño Alberto Santos-Dumont, fue de los primeros en sumarse a la ola de voladores en dirigibles, por eso cuando el sistema Zeppelin se impuso, los destinos en esta parte del planeta fueron Estados Unidos y el Brasil.

El conde inventor

El teniente general Ferdinand Adolf August Heinrich Graf von Zeppelin desarrolló un sistema de dirigibles que popularizaría su apellido en todo el mundo. El hombre era un aristócrata alemán que murió hace exactamente un siglo, sin ver el rápido crecimiento de su invento y la abrupta caída en desgracia de uno de los “zepelines” más grandiosos.

El sistema “zepelín” consistía en una estructura rígida de aleación de aluminio con una cubierta de tela que contenía celdas de gas separadas entre sí. A sus costados tenía unas aletas que le daban estabilidad y debajo un par de góndolas donde iban la tripulación y los pasajeros.

El primero, el Luftschiff Zeppelin LZ-1, comenzó a volar en julio de 1900. En pocos años se desarrolló una industria de los vuelos en dirigible y hubo compañías que los hacían en Estados Unidos y en varios países de Europa con niveles de seguridad altísimos. El Graf Zeppelin alcanzó un record de dos millones de kilómetros sin accidentes y sobrevoló el Atlántico casi 200 veces. El LZ-127 Graf Zeppelin estuvo también en Buenos Aires, apenas unos minutos sin alcanzar a detenerse, el 30 de junio de 1934, en Campo de Mayo.

El Hindenburg, por el nombre del prestigioso militar que presidía la república de Weimar –y que desde 1933 tuvo como canciller a Hitler- media 245 metros de largo y 41 de diámetro y volaba a un máximo de 135 kilómetros por hora gracias a sus cuatro motores Daimler Benz de 1200 caballos cada uno. Tenía 16 balones de gas con una capacidad de 200.000 metros cúbicos.

La estrepitosa caída del dirigible en Estados Unidos fue investigada hasta el hartazgo por especialistas de todo el mundo e incluso por el FBI. No hay una respuesta contundente pero todo indica que se produjo una cadena de complicaciones que dieron como resultado una catástrofe pocas veces filmada antes y que a su manera se viralizó causando temor en la población. Si Hitler no le ponía fin al proyecto, de todas maneras la empresa se hubiera fundido porque nadie quería volver a semejante aventura.

Embargo estadounidense

El primer eslabón en este siniestro fue obra del Ejército de Estados Unidos, que mantenía un embargo sobre el helio. Los alemanes se vieron obligados a utilizar un gas que, como se dijo, es más combustible, el hidrógeno. Hicieron múltiples pruebas y ya lo tenían controlado al punto que en algunos de los vuelos habilitaban un sector para fumadores.

Pero en este vuelo en particular, para evitar que saltaran chispas por la acumulación de electricidad estática en un vuelo que duró cuatro días, se embebió la envoltura del dirigible, una tela de algodón reforzado con un barniz de óxido de hierro impregnado de polvo de aluminio. Combinación altamente combustible, conocida como “termita”, que al cabo resultó en un letal acelerante del fuego.

El 6 de mayo de 1937, a las 19:25 hora local, había una fuerte tormenta y en medio de los rayos el LZ 129 Hindenburg se acercaba a la Estación Aeronaval de Lakehurst, en Nueva Jersey, cuando desde los testigos observaron una repentina chispa de estática conocida en el mundo meteorológico como “destello de San Telmo”. En apenas 40 segundos el dirigible se incendió y cayó desde unos 15 metros de altura. Tenía 97 personas a bordo, pero muchos se salvaron porque estaban abajo y terminaron empapados al romperse los depósitos de agua. Los otros quedaron atrapados en las llamas, que alcanzaron los 3000 grados.

Hitler ordenó destruir el proyecto. Luego de haberlo mostrado al mundo un año antes, en las Olimpiadas de Berlín, como una joya del nuevo mundo que ambicionaba crear, no pudo tolerar la vergüenza de dar explicaciones sobre lo ocurrido en Nueva Jersey.

Ahora Sergey Brin, cofundador de Google, quiere usar zepelines en lugar de drones, según publica la agencia Bloomberg. Este renacido proyecto, que cuenta con supervisión de la NASA, conserva el sistema de depósitos internos separados, pero en este caso utilizaría helio.

Documentación filtrada de la NSA, la mega-agencia estadounidense de espionaje electrónico global, ya habían utilizado artefactos similares a los que el creador de Google –también denunciada por espiar a sus usuarios bajo las normas de las leyes estadounidenses- está probando con el asesoramiento del antiguo director de programas de la NASA, Alan Weston.

Revela el portal The Intercept, del periodista Glenn Greenwald -que logró la primera entrevista con Edward Snowden, el que reveló el escándalo de la NSA- que un dirigible Hover Hammer, de unos 19 metros de longitud lanzado desde Maryland en 2004, se encargó de vigilar el transporte marítimo que salía de Long Island, Nueva York.

Sin la alharaca del fürer, el zepelín había vuelto a volar y promete volver.