«Primero vinieron por los comunistas y no dije nada porque no era comunista. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque no era judío. Luego vinieron por mí y no quedaba nadie que dijera nada’’. Martin Niemoller

Jennifer Kristiansen vive en la ciudad de Portland, Estado de Oregón. Desde el 25 de Mayo participa en las protestas contra la brutalidad policial y el racismo. Junto a cientos de mujeres forma parte de «La pared de las madres», una cadena humana para proteger a los jóvenes que participan en las marchas. Hace una semana Jennifer se encontró con sus compañeras, como desde hace dos meses, cuando las fuerzas federales enviadas por el presidente, Donald Trump, empezaron con la represión. En un ambiente enrarecido por las balas, gases y golpes, fue arrestada y llevada a la estación policial. Luego de ser liberada y al ser entrevistada por el medio NBC, Kristiansen comentó: «Nunca supuse que sería apresada, soy blanca, siempre pensé que esto le pasaba a los latinos, indígenas y negros. Ya me di cuenta, vienen por todos nosotros»’.

Desde el 25 de Mayo, cuando la policía de Minneapolis asesinó al afroamericano George Floyd, miles de personas en todo el país han salido a las calles para protestar; no solo lo hacen por Floyd sino por los 250 años de racismo institucional e inequidad social incrementados desde la asunción al poder del Presidente Trump con su discurso y políticas discriminatorias hacia las minorías. En estos meses de extensión de la pandemia con 161.107 mil muertos y 4.973.191 millones de infectados, se observa como el Coronavirus afecta, en mayor medida, a los afroamericanos, quienes registran un 23por ciento de mortalidad, a pesar que constituyen el 13 por ciento de la población. Pero además, esa población está marcada por la inequidad económica; desde el 2007 al 2010 el grupo afro-americano ha sufrido un

empobrecimiento del 31 por ciento, mientras los niveles en la población blanca registran el 11 por ciento, de acuerdo con los datos del Pew Research Center.

La pandemia deja al descubierto un sistema económico que enriquece a una minoría y excluye a la mayoría .En los primeros días del surgimiento del Covi19, 460.000 millonarios abandonaron el condado de Manhattan y se refugiaron en Los Hamptons, una zona exclusiva donde el precio promedio de hoteles es 1585 dólares. Mientras algunos disfrutan, habitantes de otros sectores, se ven sumergidos en la angustia de perder su trabajo y no poder pagar el alquiler; 48 millones de norteamericanos han tenido que acogerse al desempleo, 13 millones de inquilinos no pueden pagar su renta, el 40 por ciento de negocios no volverán a abrir y 3600 compañías (con más de 500 empleados) se adhirieron a la ley de quiebras.

Cuando observamos este panorama desolador, con más preguntas que respuestas, podemos entender mejor porqué miles de estadounidenses salieron a protestar; no es solamente por la brutalidad policial ni el racismo sistemático. Hoy gran parte de la sociedad norteamericana, especialmente la de los jóvenes, toma conciencia acerca del sistema en que vive y como los afectan la falta de trabajo, las deudas estudiantiles impagables y un futuro incierto. Como dijera uno de los líderes afroamericanos más notables de este país, el Reverendo Al Sharpton, al hablar en el velatorio de George Floyd:

«Hace muchos años participo en marchas por los Derechos Civiles, pero hoy estoy muy esperanzado, nunca vi tantos jóvenes blancos caminando a nuestro lado’». Qué respuesta podría haber dado el presidente norteamericano a estas multitudes que marcharon a través de todo el país; ninguna que satisfaga a jóvenes, trabajadores, pequeños comerciantes y agricultores. Donald Trump eligió enviar fuerzas federales a Portland y amenazó hacer lo mismo en Nueva York, Chicago, Nueva México y Seattle. Los militares darían fin al «anarquismo y a los agitadores». El resultado fue el incremento de la violencia en las calles de Portland, con la llegada de fuerzas sin

identificación, que detuvieron y reprimieron a cientos de manifestantes. Mientras todo el país se centraba en estas noticias, miles seguían muriendo por el virus y por un sistema de salud no preparado para esta pandemia, pero sobre todo, a causa de los manejos de un presidente que nunca priorizó la salud de su pueblo; por el contrario, el primer mandatario, todavía se sigue oponiendo al uso de tapabocas y sigue contradiciendo a la opinión de los científicos con respecto a las medidas para controlar el virus.

Noam Chomsky, el lingüista e intelectual más prestigioso de Estados Unidos opinó que: «Donald Trump se comporta como un dictador; nunca este país estuvo sometido a intervenciones del gobierno federal, el presidente ya no puede seguir ocultando su responsabilidad por la muerte de miles de estadounidenses».

Toda tragedia tiene su contraparte, nos deja una enseñanza y muchas reflexiones. Quizás llegó el momento que la sociedad norteamericana tome conciencia de que los mismos que asesinan, arrestan y discriminan a minorías negras, latinas, indígenas, asiáticas, etcétera, son capaces y lo -han demostrado en Portland- de hacer lo mismo con la clase media blanca, si estos empiezan a afectar sus intereses.

Estados Unidos está viviendo una situación límite, superior a la vivida en la crisis de 1930. Una pandemia sanitaria, económica, social y política mueve los cimientos de una sociedad que pensó que las guerras, dictaduras, e invasiones solo pasaban en otro lado, mientras eso solo se veía a través de las pantallas mediáticas. Todo cambió, la realidad llegó a nuestras calles.