Alemania encontró en la Ucrania desangrada el más oportuno de los pretextos para iniciar un ambicioso proceso de rearme que la llevará a tener el mayor ejército europeo, “eficiente, de última generación y avanzada”, según anunció el canciller Olof Scholz con un orgullo digno de mejor causa. Para cumplir con el sueño atragantado desde la caída de Adolf Hitler, el Congreso estableció un fondo de 112 mil millones de dólares –algo menos de la mitad de la deuda externa argentina– para invertir en las fuerzas armadas. Sumado a la decisión de presupuestar al mismo fin el 2% de su producto bruto interno (PBI) –en los dos años anteriores, la asignación fue del 1,4%–, las medidas suponen el mayor cambio en la política militar alemana desde el fin de la Segunda Guerra.  

Para estimar adecuadamente la desmesura de semejante cifra, es bueno considerar que el presupuesto de defensa del año pasado fue de 56 mil millones de dólares –la mitad del fondo votado el 31 de mayo–, más o menos en el rango de otros socios de la alianza atlántica a los que ahora superará. El Reino Unido destinó 68 mil millones y Francia, 56 mil. Lejos quedaron Italia (32 mil millones), Canadá (26 mil millones) y España (12 mil millones). Con los recursos dados por el Congreso, Alemania se sitúa en el tercer lugar del ranking mundial de gasto militar. Solo la superan Estados Unidos (800 mil millones) y China (293 mil millones. Quedan por debajo países con mayor población y territorio, como India (76 mil millones) y Rusia (66 mil millones).

Las decisiones fueron precedidas por una gran campaña publicitaria de partidos y medios de derecha a los que la industria armamentística les dio el verso, y sobre todo los recursos. Se centró en la denuncia de una supuesta obsolescencia del aparato militar y una sucesión de mensajes fantasiosos sobre la incapacidad de las fuerzas armadas para hacer frente a imaginarias amenazas bélicas externas. Más que garantizar la seguridad –poco de eso dicen los considerandos de lo aprobado–, el fondo apuntalará las ganancias de grupos como Thyssen Krupp Marine Systems (astilleros), Rheinmetall (tanques y blindados), Hensoldt (radares y electrónica bélica), Heckler & Koch (armas de fuego) y las transeuropeas con participación alemana Airbus y Eurofighter GmbH.

Las noticias del rearme llegaron acompañadas de un debate que asoma de tanto en tanto: la vuelta al servicio militar, eliminado en 2011. “Debemos plantear urgentemente el diálogo sobre el restablecimiento del servicio militar, necesitamos el consenso de la sociedad”, dijo Wolfgang Hellmich, prominente diputado del partido socialdemócrata de Scholz. La Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel se sumó. Buena parte del espectro político volvió a rememorar los peores tiempos y renació el deseo de volver al vergonzante esplendor de los años triunfales del nazismo. En su momento, la supresión del servicio militar se apoyó en consideraciones económicas y geopolíticas. Alemania achicó también sus fuerzas armadas, de 500 mil efectivos al finalizar la guerra a los 200 mil de hoy. 

El mundo occidental ni habló del tema. Sí trascendió la opinión de Rusia, que condenó el proyecto porque se trata de una “remilitarización”, palabra punzante que hace referencia al período nazi. Hasta ahora parecía que primaba una opinión contraria al rearme y el regreso al servicio militar. Sin embargo, el crecimiento del apoyo a partidos de extrema derecha y el renacer de grupos violentos lo pone en duda. Pese a que pasaron 77 años del fin de la guerra, Alemania no ha podido reconciliarse con los fantasmas del pasado. En las últimas legislativas, la ultranacionalista Alternativa para Alemania casi duplicó sus votantes y la Tercera Vía, abiertamente nazi, ganó las calles de varias ciudades.

La diplomacia rusa sabe que cuando habla de rearme, ese vocablo duele. La Primera Guerra Mundial concluyó con la firma del Tratado de Versalles (junio de 1919), donde le  pusieron severas restricciones a Alemania, incluyendo límites estrictos al personal y número de las unidades de cada una de sus armas. Tras 16 años de buena letra, en 1935 Hitler anunció el inicio de un programa de rearme. Gran Bretaña y Francia, las dos potencias occidentales europeas, miraron para otro lado. Aunque el mismo nazismo se expresaba en términos beligerantes y delataba su vocación expansionista, para Londres y París era más cómodo hacer la vista gorda. Rusia, en cambio, dio la voz de alerta, como lo hace ahora, cuando denuncia que “ya sabemos cómo puede acabar una política de rearme”.

Prescindente de todo debate, con la mira puesta en sus balances y en cómo mejorarlos, la industria de la muerte se frota las manos pensando en los 112 mil millones de dólares que, prolijamente repartidos, se sumarán a sus arcas. En el sensible mundo de las finanzas lo vieron de inmediato y, en la jornada siguiente a la decisión alemana, las acciones de los fabricantes subieron hasta el 85% en algún caso. Aplauden que en una circunstancia incierta (Covid+Ucrania) Alemania haya echado mano a la vieja receta que habla de la industria bélica como locomotora de la reactivación económica.

Es una apuesta peligrosa, alienta una nueva espiral armamentista y abre la puerta a la tentación más nefasta que provocan los grandes arsenales: usarlos.  «

Modernas expresiones de nazismo

El nazismo se reinstaló con furia en Alemania, tras 15 años de gobierno de Angela Merkel (Unión Demócrata Cristiana, “partido de centro, democristiano, liberal y conservador”, para lo que guste mandar, faltó decir) y seis meses de Olaf Scholz (Partido Social Demócrata). No volvió todavía con la potencia de los tiempos de Adolf Hitler, pero sí con su mismo, fétido olor a muerte. “Las expresiones de nazismo crecieron en estos años con aquiescencia y complicidad de las instituciones del Estado”, señaló el equipo de investigación Redfish.

El grupo aseguró que desde la fundación (2013) del partido nazi Alternativa para Alemania (AfD), su padrón de afiliados creció un 33% y los crímenes de odio (desde manifestaciones hasta asesinatos) se duplicaron, para llegar a 7491 en 2019. La entidad agregó que en 2021 hubo 320 muestras de terrorismo “y en todas hubo nexos con el aparato del Estado”. Armas y municiones faltantes en arsenales militares aparecieron en sedes policiales y en la mayoría de las amenaza a defensores de migrantes, las llamadas provenían de esos lugares.

Tras el fin de la II Guerra no se desnazificó el país. El hecho de que haya nazis en todos los niveles del Estado y en los partidos políticos viene del nacimiento (1949) de la Alemania Federal –con la bendición de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia–, cuando la CIA norteamericana diseñó una agencia de espionaje interno y puso al frente a Reinhard Gehlen, un exoficial nazi elegido por ser uno de los mejores anticomunistas del nuevo país. De la misma forma, cientos de exnazis implicados con el exterminio de judíos, comunistas, gitanos y homosexuales fueron incorporados al aparato del Estado Federal.

En 1957 –el gobierno de la otra Alemania, la República Democrática Alemana (RDA), lo denunció en el llamado Libro Pardo– se constató que eran nazis el 75% de los jueces y 25 integrantes del multitudinario Gabinete de aquellos tiempos. En 1964 se creó el Partido Nacional Democrático y en 1972 el Partido Libre de los Trabajadores, ambos nazis y ya proscriptos. De todas maneras hoy, y vale insistir en esto de hoy, los nazis del ejército y la policía se multiplicaron. Conforman células y mantienen casas de seguridad. Alemania es la cabecera, pero en las fuerzas armadas de toda Europa hay miles de nazis encubiertos.

En países como Francia, Holanda, Suiza, Suecia, Hungría, Austria, España, el nazismo civil está a la vista, pero aún se ignora la dimensión de sus ramificaciones en las fuerzas armadas y los aparatos de seguridad. El nazismo queda reducido a los civiles que, a diferencia de los militares, no ocultan su ideología. Las últimas expresiones provienen de España, donde la ultraderecha tiene en Vox a su partido nazi, y en Ucrania, donde la ultraderecha quedó a la vista tras la invasión rusa. Pese a las evidencias, en el debate sobre el nazismo europeo se excluye a Alemania, que parece haber expiado sus culpas pagando indemnizaciones.