Del brazo de su secretario general, Luis Almagro, la Organización de Estados Americanos marcha a paso redoblado con el objetivo de lograr el respaldo regional que legitime una intervención militar de EE UU en Venezuela. La invasión es parte de una estrategia diseñada por la Casa Blanca y sus lugartenientes regionales –el ultraderechista gobierno de Colombia y el propio Almagro–, que incluye la reelección del diplomático al frente de ese desgastado organismo al que Fidel Castro había definido como el «ministerio de colonias» de EE UU. Así, a medida que los aliados no logran aún la mayoría, para que la bestia apocalíptica inicie «legalmente» la devastación, se aleja la posibilidad de que el empleado del mes –cuatro años con sueldo y beneficios envidiables– sea reelecto y mantenga su buen empleo.

De todos modos, la nueva triple alianza Almagro-Colombia-EE UU logró aplicar a Venezuela su llamada Carta Democrática –una especie de permiso para entrar en el gallinero– y accionar la primera fase del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un mecanismo previsto para salir en defensa de un país miembro cuando este sufra el ataque de un enemigo externo. Como Venezuela se retiró del pacto en 2012, y como ningún enemigo extraregional apunta a Venezuela, la decisión no pasó más allá del principio. Esa primera fase, votada el 23 de septiembre, prevé la aplicación de sanciones económicas y diplomáticas ya vigentes. Pero en este caso los aliados incluyeron un peligroso antecedente, una especie de Plan Cóndor versión siglo XXI. La resolución contempla «perseguir» y «capturar» a «entidades asociadas al régimen de Nicolás Maduro». Para eso se resolvió crear una red en la que «las autoridades de inteligencia financiera y de seguridad pública de los Estados sumen esfuerzos en la investigación y persecución».

Uruguay –los pagos de Almagro–, Bolivia, México y Nicaragua, más los 12 países de la CARICOM, la Caribbean Community, conforman el frágil consorcio que, sin embargo, les sigue atando las manos a los verdugos de Venezuela. Después de que el presidente uruguayo Tabaré Vázquez, su canciller Rodolfo Nin Novoa y el FA, el partido que lo llevó al gobierno, patearan el avispero intervencionista, apareció el pequeño San Vicente y las Granadinas para recordarles a Almagro, Donald Trump y el presidente colombiano Iván Duque que la dignidad y otros principios tienen valor y siguen estando vigentes. Se los dijo el más chico de la región, esas dos islitas que, sumadas, apenas dan 387 km2, una patria que entra 58 veces en el territorio de la provincia de Tucumán.

Las ambiciones de Almagro van de la mano de las necesidades de EE UU, que aún sigue siendo el dueño de la pelota. De ahí que desde poco después de haber asumido, y llevándose por delante los principios por él enunciados, el secretario general se haya puesto al servicio de la causa intervencionista. Así, en esta emergencia, la derrota de uno es la derrota del otro. Aunque el mandato de Almagro concluye en mayo del año que viene, cuando ya haya nuevos gobiernos en Argentina, Bolivia y Uruguay, el hombre se apuró e inició la campaña reeleccionista en diciembre del año pasado. En consonancia, y sin razones a la vista, la Casa Blanca pidió a la OEA que adelantara la elección del secretario. El pedido fue rechazado, como también lo fue el ruego de apoyo que Almagro les dirigió a los 12 del CARICOM. Vázquez ya le había anunciado en julio que no apoya la reelección de su compatriota porque el secretario de la OEA «está violando los principios históricos del país sobre el derecho a la autodeterminación de los pueblos y defraudó al no atemperar las diferencias entre los países y fomentar el diálogo».

Las antiguas colonias independizadas en 1979 de Gran Bretaña se expresaron igual. En su cumbre del 3 de julio pasado en Santa Lucía, denunciaron que Almagro atenta contra la unidad de los Estados americanos y caribeños, por lo que los países del CARICOM impulsarán un candidato propio. «Pensamos proponer a quien contemple nuestros intereses, nos preocupa mucho más el cambio climático del que Almagro jamás habla que pelearnos con Venezuela, que es su prioridad absoluta», dijo Gaston Browne, primer ministro de Antigua y Barbuda. De no prosperar el candidato propio, hablan de apoyar a la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, actual presidenta de la Asamblea General de las ONU, o al diplomático peruano Hugo de Zela.

Uruguay, que con las presidencias de Vázquez y de José Mujica llevó a los gobiernos del Frente Amplio a desplegar una sinuosa política exterior, muchas veces disonante con los principios históricos de la izquierda uruguaya, se ha convertido ahora en la punta de lanza de esta política de la dignidad que parece resurgir en América Latina. Ya había respondido con fina ironía a una grosera recomendación del Departamento de Estado a los norteamericanos que viajen al país. La cancillería de Montevideo había retrucado el 5 de agosto: «Recomendamos a los compatriotas que piensen viajar a EE UU que deben cuidarse especialmente por los persistentes episodios de racismo y discriminación que costaron la vida a más de 250 personas en los primeros siete meses de este año». Un mes antes, Nin Novoa se había retirado de la Asamblea General de la OEA reunida en Medellín, Colombia, tras advertir que sus pares «están haciendo un progresivo vaciamiento de la institucionalidad» de ese foro. Cuando la semana pasada los ministros del TIAR votaron la primera fase de las sanciones previstas, Uruguay fue el único país que lo hizo en contra de la propuesta de la triple alianza. «

La frase de un «tupa» en boca de un pragmático

En el mundo de la diplomacia podrían decir que las idas y vueltas de Luis Almagro son un buen ejemplo de pragmatismo político. Cuando el ultraderechista colombiano Iván Duque invitó a Tabaré Vázquez a sumarse a la reelección de Almagro, el uruguayo fue conciso: «Almagro se alejó de los principios democráticos que predica mi país.» Acodados en el mostrador de El Resorte, el boliche imaginado por Julio César Castro para ambientar las sencillas elucubraciones de los personajes compartidos con Luis Landriscina, los contertulios quizás dirían, simple y llanamente, que «el hombre tiene dos caras».

Cuando el 18 de marzo de 2015 Almagro habló ante los cancilleres que acababan de elegirlo, aseguró que no le interesaba ser «el administrador de la crisis de la OEA sino el facilitador de su renovación». Recordó, allí, que cuando era canciller uruguayo en los eventos internacionales se le había creado la imagen de un diplomático demasiado ideologizado. «Por si esa falsa percepción llegó hasta aquí, les digo que encontrarán en mi a un luchador por la unidad, alejado de la retórica y las estridencias ideológicas.»

En la «renovación» invocada incluyó una referencia a Raúl Sendic, fundador y líder del Movimiento de Liberación Nacional–Tupamaros. Citó «una frase de Sendic que le calza muy bien a la OEA: ‘Si nos ponemos a discutir sobre las cosas que vemos diferente vamos a pasar toda una vida discutiendo, pero si trabajamos en lo que estamos de acuerdo pasaremos una vida trabajando’. Yo la hago mía», dijo aquella vez. Fue la única ocasión en la que en el ámbito de la OEA se citó a un demonio guerrillero sin pensar para él en términos de “persecución” y “captura”, más todo lo que viene después.