Jamás imaginé conocer París en llamas. Días antes de mi llegada a Francia el incendio de la catedral de Notre Dame anunciaba algo más que el deterioro de un patrimonio cultural. ¿Qué llamas valen más para la sociedad francesa? ¿Por qué se legitima el fuego de una simbólica obra de arte y se desconfía del fuego consecuente de la injusticia social?

El movimiento de los “chalecos amarillos” comenzó en noviembre de 2018 y ha despertado mi curiosidad como toda lucha social. Los franceses saben qué hacer cuando sus derechos y privilegios se ven vulnerados. El sábado 27 de abril hice un precalentamiento en la vigésima cuarta marcha de los “chalecos amarillos”, accedí a un blog privado que el movimiento utiliza para organizarse y compartir el itinerario de cada sábado.

En Montparnasse documenté la marea amarilla acompañada por sindicalistas y activistas ecologistas, sus cánticos contra las políticas del presidente Emmanuel Macron y me sorprendí al ver abuelos con sus nietos unidos por una misma causa. Esa jornada que resultó sin incidentes me inició como corresponsal visitante y me brindó herramientas para la manifestación del 1 de Mayo. “No dejamos que el discurso de Macron nos anestesie, sus palabras son decorativas por eso volvemos a las calles como cada sábado hace seis meses. No permitiremos que sus políticas liberales nos quite derechos, el pueblo se organice y tiene propuestas para debatir, solo deben escucharnos”, dijo una profesora estatal por megáfono en la Place d’Italie ese sábado.

Los “chalecos amarillos” esperaban que el Día del Trabajador sea masivo. Pier (autoconvocado amigo) me contó que esperaban mayo con muchas ansías para unirse a otras tradicionales manifestaciones. También nos aconsejó a Julia (compañera fotógrafa) y a mí que revisemos cómo llegar a Montparnasse con anticipación ya que la policía requisaba en el metro obstaculizando la llegada a la marcha.

El 1 de Mayo decidimos salir temprano, zapatillas cómodas y elementos para cubrirnos de los gases lacrimógenos que indefectiblemente nos llegarían. La celebración se sentía en el aire, ramilletes de muguet (flor emblemática del Día del Trabajador) adornaban sombreros, sacos, tiendas y cafés. La cruz roja los ofrecía a cambio de una donación en la boca del metro de la estación Convention.

Después de unas combinaciones en el metro llegamos a Montparnasse a las 12, las calles rebosaban de “chalecos amarillos” de Francia, España, Italia, Alemania y Portugal. Observo mi alrededor, veo una gran cantidad de “black blocs” (personas vestidas de negro que se manifiestan violentamente) y policías en los laterales del Bulevar de Montparnasse, presiento que esta vez la manifestación no será pacífica.

A las 14 comenzó la represión. Me separo de Julia que buscaba capturar el enfrentamiento. Elijo quedarme con un grupo de periodistas y fotógrafos pero una avalancha de gente que se aleja de los gases nos desparrama. Me resguardo en el hall de una cafetería que no dejaba pasar a nadie. A los cinco minutos médicos socorristas traen a un desmayado, piden por favor que los dejen entrar al café para asistir al herido. El aire irritaba. Los médicos vuelven al campo de batalla y son despedidos con aplausos y gratitud. Después de ese episodio me dejé las gafas de protección puestas y cubrí mi cara con un cuello polar. Una señora (de unos 50 años) con chaleco amarillo me regaló un barbijo, ese gesto salvaría mis pulmones de los gases lacrimógenos. Me muevo del epicentro para seguir la transmisión en vivo que el periodista Remy Buisine realiza para el medio francés Brut en cada manifestación de los “chalecos amarillos”.

En la Rue Peguy hay menos gente pero aún así caminar se dificulta. Veo a los “chalecos amarillos” expectantes y nerviosos. Un cartel dice “RIC por una banca nacional para ser liberados de la deuda”. Escucho los gritos del enfrentamiento policial, cuando el clima se torna violento los franceses comienzan a gritar “revolución, revolución” eso significa que la policía está reprimiendo. Quise anotar en mi celular los carteles que llegué a traducir pero hay corridas a mi alrededor. Aparece un grupo de “black blocs” detrás de ellos dos cordones de policías que nos encierran en el pequeño bulevar donde minutos antes sólo había gente mayor, prensa y manifestantes pacíficos. Tiran gases lacrimógenos y disparan contra los “black blocs”. Quedo en el medio del enfrentamiento, me resguardo con los “chalecos amarillos” en una iglesia cercana. Intenté saltar las rejas para diferenciarme de los chalecos ya que mi carnet de prensa no es suficiente resguardo pero al saltar la reja en punta me traspasa la zapatilla. Siento mi propio mayo francés en el ardor del pie izquierdo, en la garganta irritada y en mis lágrimas lacrimógenas. Ya no soy periodista sino un blanco más que tranquilizar. La policía francesa es justa y reaccionaria, no actúa sin directivas. La represión está dirigida por el prefecto policial, el ministro del interior Castaner y del presidente Macron.

A las 16 la violencia se desató por las calles de París. Semáforos y monopatines eléctricos son incendiados sobre el Boulevard de I’Hopital, se acrecienta la tensión entre policías y “black blocs”. A esta altura son 200 los detenidos (cifra del Ministerio del Interior) y más de 100 heridos asistidos por médicos socorristas de París. La marcha se dispersó, un grupo se desvió a la Place de la Bastille donde fue incendiada una garita de construcción pública y varios locales fueron destruidos. Me encuentro con Julia y los médicos socorristas me asisten rápidamente. En ese mismo momento un centro de estética es saqueado para utilizar como barricada un sillón y sillas de madera que luego fueron incendiados frente a la policía que aparece montada a caballo desde el norte de la ciudad para dispersar a la multitud.

A las 17 decido quedarme un rato más a pesar del ardor y la hinchazón de mi pie, la adrenalina hace que no me duela. En las cercanías del Jardin du Luxembourg registré más de 50 camiones hidráulicos y un grupo de bomberos que controlaban el fuego de un banco. La policía rodeaba la zona con controles de identidad y requisas a toda persona que transitaba la zona.

El Día del Trabajador reunió a unas 40.000 personas en París y terminó con más de 250 detenidos e incendios en el sur de la ciudad. Un gran despliegue policial organizado por el Ministerio del Interior y la Compañía Republicana de Seguridad (CRS), instaló más de 7000 efectivos policiales en las calles. La seguridad autogestionada de los “chalecos amarillos” destacó el compañerismo con el que este colectivo actúa como así también la templanza frente al caos que protagonizó la celebración de este 1 de mayo.

“La violencia es siempre una reacción al comportamiento de la policía. La violencia que tuvimos en esta manifestación se debe a que hay personas que decidieron practicar el método ​black bloc: vestirse de negro y confrontar con las fuerzas del orden en respuesta a la violencia estatal”, dice un “chaleco amarillo” en silla de ruedas.

Entendí que la violencia que se vive en Francia, desde hace seis meses, no solo es económica y social sino también una amenaza constante que muestra el accionar de un gobierno que se camufla en la prensa imparcial y en la reprensión de las fuerzas del orden. “El nuevo prefecto policial es un desquiciado que tiene reputación de sádico, hoy tuvimos una represión desigual, fue muy intenso y violento por parte de las fuerzas del orden. Vamos a tener que organizarnos para responder”, manifestó Camille de 20 años estudiante de ciencias políticas.

La lucha contra el gobierno de Macron protagonizada por “black blocs” y “chalecos amarillos” dejó una París en llamas y a mi en muletas. Pero el poder de comunicar no quedó trunco por la desesperación y el miedo. Antes de partir de la manifestación me uno al cántico “acá estamos por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor, aunque Macron no quiere acá estamos”.