En tres semanas, Alemania irá a las urnas. La mayor trascendencia se centra en que marcará el final de la era Angela Merkel. Pero, además, hay un dato secundario aunque elocuente.

El contexto: más de la mitad de la población de un país que no solo la derecha argentina toma como ejemplo político y social no tiene vivienda propia sino que debe alquilar. En la capital, Berlín, ese porcentaje se eleva al impresionante 85%. En el último lustro los precios de mercado se elevaron un 43%. Son cifras oficiales.

La consecuencia: los berlineses no solo votarán legisladores y al próximo alcalde sino que habrá un referéndum con la siguiente pregunta: «¿Usted quiere que el gobierno de Berlín expropie 240 mil viviendas a los grandes propietarios especuladores?». Si bien no es vinculante, se descuenta que el voto afirmativo será abrumador.

Un dato: Berín tiene 3,8 millones de habitantes contra los 3 de CABA, aunque su superficie la cuatriplique: allá alquila una enorme mayoría; acá, un porcentaje superior al 35%. Aunque lo más significativo es que el 9,2% de las viviendas porteñas están vacías. Nada menos.

Finalmente, la reflexión: ¿se puede sospechar qué ocurriría si semejante tendencia (en un país exhibido como modelo por tanto conservadurismo vacuo) prendiera en algunas de las sociedades, al sur del Río Bravo? Concretamente: ¿qué sarta de barbaridades diría la derecha argentina –los obscenos como Milei, y también otros mamarrachos como expresidentes mitómanos, exgobernadoras pseudoangelicales, alcaldes maquiavélicos, persistentes provocadores seriales, zigzagueantes vanguardistas espirituales, exministra todoterreno y toda esa burda pandilla mediática que le da letra odiadora– si a un grupo político (el que fuera), con cierta visión progresista, se le ocurriera llevar adelante una propuesta similar en estas tierras? 

Estamos tan permeables a los sinsentidos y a los escándalos que cuesta mensurar la bomba neutrónica que se abalanzaría sobre CABA, y ni qué hablar sobre la provincia de Buenos Aires (que nadie entre en pánico: es solo un libre ejercicio de la imaginación, por favor…) si a algún demonio comunista gobernante (como se lo tilda sin pudor ni cordura desde vastos sectores del otro lado de la grieta) u opositor más recostado a la izquierda se le ocurriera impulsar un proyecto por el estilo.

Por un instante, detengámonos en cómo hegemoniza el conservadurismo, la derecha, el poder real, los lavadores de cerebro, de tal modo que ante una eventual medida como la que, tal vez, empiece a florecer en Alemania (ya no en la China de Mao), la reacción inmediata sea la retracción a evaluarla, a considerala aun como utopía, locura, ficción, una idea inviable por completo.

No solo fueron los cuatro años malditos del macrismo fantoche del poder real y el infinito mal que provocó. El establishment dominante, día a día con mayor impunidad y desparpajo, así como puso a sus Ceos en el gobierno (para administrar el Estado como coto de negociados, cuando no para dirimir la puja de intereses entre los sectores que cortan grueso el bacalao), así impone una agenda de campaña de candidatos desaforados, mentirosos, triviales tirabombas; de tipos que se ofrecen a la sociedad con el gesto de comer un pancho gigante: ¿qué “gente”, como les dicen sus asesores que llamen a sus “convocados”; qué electorado puede devorarse ese discurso? Despolitización, desencanto, incredulidad, discurso berreta, falsamente canchero, exiguamente argumental, que logró abrazar incluso al oficialismo. Provoca un cierto escozor vislumbrar el retroceso, incursionar en el “hondo bajo fondo donde el barro se subleva”, y que solo nos queden lágrimas de ron. Lo juramos: esta referencia no tiene la menor relación con integrante alguna del anterior gobierno…

En una semana habrá elecciones de medio término. Unas PASO muy particulares. Las primeras posneoliberalismo. También las primeras en una pandemia que parece transitar por sus postrimerías, aunque por lo salvaje, nunca se sabe… Sin actos multitudinarios, sin la calle como protagonista central e histórica, con insuficientes referencias a la recuperación del trabajo, la redistribución de las riquezas, la movilidad social ascendente o al crecimiento con inclusión, por caso. Una verdadera pena que hayan rebasado los panchos a las ideas fuerza, potentes, convocantes, disruptivas.

Sí prevalece un discurso propicio, por caso, para intentar soslayar, quitar de la palestra, proyectos como los de gigantescas torres de cara a un Río de la Plata al que la Ciudad jamás le brindó la trascendencia costera que se merece. Como para contraponerlo con la iniciativa de los “revolucionarios” socialdemócratas o democristianos berlineses.

Tal vez cuando se menciona Berlín, muchos reparen en el inquietante, narcisista, egocéntrico personaje clave de La casa de papel, que regresa por estas horas. No es nuestro propósito spoilear el destino del Berlín que protagoniza el vigués Pedro Alonso.

Sí lo es incursionar en que Berlín está a 11.902 km, en línea recta con Buenos Aires. Se trata de una de las ciudades europeas más influyentes, centro cultural, artístico e histórico de enorme predicamento. Fue capital del Reino de Prusia (1701-1918), del Reich alemán (1871-1919), de la República de Weimar (1919-1933) y del III Reich (1933-1945). Desde 2014, la gobierna Michael Müller –quien accedió a la alcaldía por la Socialdemocracia (SPD) y los Verdes–, en alianza con la Unión Demócrata Cristiana de la compañera Merkel, una señora respetadísima en la esfera internacional, aunque en realidad tenga poco de “compañera”. Angela deja su cargo así como Müller el suyo.

A él, probablemente lo suceda Franziska Giffey, una dama de 43 años, que hasta lanzarse a la campaña fue ministra Federal de Familia, Tercera Edad, Mujeres y Juventud. Tal vez cargue con la responsabilidad de cumplir el mandado simbólico de expropiar 240 mil viviendas a los propietarios especuladores. Algo que a Larreta está a un abismo de sucederle.