La administración de Joe Biden no dejó pasar más de un mes antes de demostrar que el objetivo central del gobierno tendrá relación directa con el complejo industrial-militar. El jueves ordenó el primer ataque en el exterior, contra instalaciones en el nordeste de Siria con un saldo parcial de al menos 20 muertos. Según la información difundida por el Pentágono, es a una base de milicias con apoyo de Irán y habían sido responsables de disparos de cohetes contra tropas estadounidenses destacadas en Irak. El gobierno sirio denunció la agresión a la que calificó como “un mal augurio” sobre la política futura de la Casa Blanca. «Condenamos firmemente esas acciones e instamos a que se respete, sin condiciones, la soberanía y la integridad de Siria», sostuvo a su turno la portavoz de la cancillería rusa, Maria Zajarova.

Esa parte del territorio sirio está bajo control de tropas que combaten junto al ejército de Damasco, a las órdenes de Bashar al Assad. La guerra civil en Siria fue desatada en 2011 bajo el impulso de lo que se denominó la Primavera Árabe pero con fuerte impulso de agencias de inteligencia y de la administración de Barack Obama y de la OTAN y fundamentalmente de Francia, con grandes intereses económicos y geopolíticos en la región.

Pero las fuerzas occidentales no la tuvieron tan sencilla como en Libia, destruida luego del asesinato de Mohammad al Khadafi, ni en el resto de la comunidad árabe del norte africano. En gran medida por la intervención directa de Moscú, que tiene una base militar en Siria desde la época soviética y sostiene como un aliado a Al Assad.

El viernes, el experimentado Serguéi Lavrov, titular de la cartera de Relaciones Exteriores de Rusia, lamentó que Washington hubiera avisado de los bombardeos apenas «cuatro o cinco minutos» antes de que se iniciaran. «Este tipo de advertencia no sirve de nada cuando los bombardeos ya están en curso», insistió.

La postura de Biden es a todas luces terminar con el legado de Trump en esa parte del mundo, que de escasa beligerancia, y amenaza con potenciar sus intervenciones en un juego de ajedrez que encuentra contrincante en el gobierno de Vladimir Putin. En tal sentido, aseguró que «Estados Unidos no reconoce y no va a reconocer nunca la anexión perpetrada de la península de Crimea (producida en 2014 tras el golpe de estado contra Viktor Yanukovich) y estamos del lado de Ucrania contra estos actos agresivos de Rusia”.