Joe Biden intenta reflotar el encono de Donald Trump contra China mientras trata de seducir a los republicanos para que le aprueben el mayor Presupuesto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de su plan para “reinventar” la economía estadounidense. Es así que el presidente ordenó a la CIA una investigación sobre el origen del coronavirus y pretende recuperar la industria de los semiconductores para no depender del gigante asiático. La respuesta de la oposición es demorar el asunto, jugar con la ajustada diferencia del oficialismo en el Senado y horadar la unidad de los demócratas alertando que esa montaña de dinero solicitada –unos 6 billones de dólares, 12 veces el PBI de Argentina y el 42% del de EE UU “puede generar una espiral inflacionaria”.

El mandatario estadounidense pidió a las agencias de inteligencia elaborar un informe en un plazo de 90 días para que expliquen cómo y desde dónde se propagó el Covid-19. Según un artículo del diario The Wall Street Journal, que expresa al establishment financiero, fuentes de inteligencia habían revelado que tres científicos del Instituto de Virología de Wuhan –ya en noviembre de 2019– habían tenido síntomas compatibles con el coronavirus. Mucho antes de que Beijing alertara a la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Esto abonaría la tesis que solía exponer Trump a modo de brulote: que se trataba de un “virus chino”, lo que para sus críticos era un simple eslogan en el marco de frente interno y de su declarada guerra comercial contra el principal competidor de EE UU como potencia global.

Biden, que llegó al poder mostrando un perfil absolutamente opuesto a Trump, transita sin embargo por algunos de sus mismos senderos, aunque con un tono más prolijo. Por lo pronto, China también es un punto fundamental en el fabuloso presupuesto que Biden envió al Congreso. Es así que impulsó un plan para reactivar la producción de semiconductores con amplios beneficios para la industria estadounidense.

El proyecto prevé 52 mil millones de dólares en cinco años para producir ese elemento electrónico esencial y otros 1500 millones para el desarrollo de tecnología 5G, el otro caballito de batalla de Trump. Lo presentó como una campaña para reformular la relación entre Estado y empresas privadas hacia una competencia que estratégicamente es existencial para Estados Unidos.

Biden ya había anunciado su propuesta keynesiana para formatear al país luego de la pandemia con un plan de infraestructura para reactivar el trabajo y movilizar la economía. Ese proyecto se financiaría con un incremento impositivo a las grandes corporaciones. O, para decirlo más claramente, reimponer un mínimo porcentaje de los recortes que había hecho Trump para beneficiar a los más ricos con la excusa de que así generarían empleo. Algo que, como recordó Biden, no se produjo. Sería ir al 28% del actual 21%, bastante menos del 35% que existía en 2016.

Ahora la idea es también generar empleo, pero por el derrotero de Franklin D. Roosevelt y el New Deal de los años ’30 del siglo pasado. Eso irrita especialmente a los republicanos más ligados a los intereses del establishment y a no pocos demócratas. Hay que pensar que aquel plan de 2,3 billones de dólares bajó a 1,7 billones en acuerdos parlamentarios. Tal vez el objetivo real del gobierno ahora sea menor a los 6 billones de presupuesto, pero les tiene que dar aire a propios y ajenos en un cabildeo inevitable en estas circunstancias.

Poner todo en un paquete, junto con la mira puesta en China, es un modo de llegar al votante de Trump, que no es para despreciar: fueron más de 70 millones de ciudadanos que apoyaron los cuatro años de su gestión y son las bases republicanas.

Por eso, también Biden apuntó al coronavirus y al laboratorio que primero lo investigó y al que su antecesor acusó de haber diseminado la pandemia como parte de una artimaña militar. Los bien pensantes tildaron al polémico empresario de tener una “mente febril”. Ahora parece ser un guión útil para esta nueva etapa política: el oficialismo tiene una ventaja apropiada en la Cámara Baja, pero en el Senado, con un empate en 50, necesita al menos diez opositores para contar con las mayorías necesarias para aprobar este tipo de iniciativas.

Desde Beijing, voceros de la Cancillería china apuntaron a la “oscura historia” de los servicios de EE UU y aludieron a los informes de la CIA sobre el arsenal de armas de destrucción masiva en manos del gobierno de Saddam Hussein que sirvieron de excusa para la invasión a Irak. Y recordaron las conclusiones de una misión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que visitó Wuhan y descartó como “improbable” que el virus hubiera salido del laboratorio Desde Beijing, voceros de la Cancillería china apuntaron a la “oscura historia” de los servicios de EE UU y aludieron a los informes de la CIA sobre el arsenal de armas de destrucción masiva en manos del gobierno de Saddam Hussein que sirvieron de excusa para la invasión a Irak. Y recordaron las conclusiones de una misión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que visitó Wuhan y descartó como “improbable” que el virus hubiera salido del laboratorio