Por decreto y sin avisar, el presidente Jair Bolsonaro incluyó a los gimnasios, salones de belleza y peluquerías en la lista de “actividades esenciales”, lo que implica que podrán realizarse a pesar de las restricciones que implementaron los gobernadores estaduales y alcaldes municipales. El primer choque, sin embargo, vino de su propio gabinete: cuando su nuevo ministro de Salud, Nelson Teich, fue avisado de la medida, dijo que no estaba enterado y como esquivando el dardo, afirmó que esa era una atribución presidencial en consonancia con el ministerio de Economía y no de su área.

La explicación de Bolsonaro fue que «quien está en casa como sedentario, por ejemplo, está aumentando su colesterol, el problema del estrés, un montón de problemas. Pero si pudiese ir a un gimnasio, lógicamente conforme a las normas del Ministerio de Salud, va a tener una vida más saludable. Igual con el peluquero. Y pintarse las uñas, arreglarse el cabello. Es una cuestión de higiene».

Teich, un médico oncólogo con una fuerte impronta empresarial que reemplazó a Luiz Henrique Mandetta el 16 de abril pasado, afirmó ante la prensa que no había sido informado del decreto que se publicó este lunes a última hora el Diario Oficial de la Unión (El Boletín Oficial brasileño). “Esa decisión no pasó por el Ministerio de Salud”, se exculpó.

Como para bajarle tensión al asunto, luego dijo que ese tipo de medidas pueden ser dictadas por el presidente y la cartera de Economía por ser ambos competentes en el tema. Y agregó que “si se crean las condiciones para que las personas no se expongan al riesgo de contagio, puede trabajar. Tratar a esas actividades como esenciales es un paso inicial”.

Las divergencias en cuanto al tratamiento de la pandemia mantienen en vilo a la sociedad brasileña. Mientras el presidente insiste en mantener la economía en funcionamiento y minimiza el peligro del coronavirus, los mandatarios regionales, que padecen las crisis en sus sistemas de salud, colapsados, son partidarios de respetar las recomendaciones de la OMS. El primer caido en esta pelea fue precisamente Mandetta, que pretendía seguir los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud.

Brasil se convirtió en el segundo país de América en cantidad de contagios y de muertes por Covid-19, detrás de Estados Unidos. Acercándose a los 175.000 enfermos y con más de 11.000 muertos, es un peligro para el subcontinente, ya que ese país tiene fronteras con todos los países sudamericanos salvo Chile.

Pero las diferencias en la dirigencia llevan a un desconcierto de la población. Mientras el presidente no solo ningunea el virus sino que organiza marchas y promueve la ruptura del aislamiento, distritos como San Pablo y Río de Janeiro, los más poblados, instauraron cuarentenas bastante estrictas para tratar de contener el avance del coronavirus, que está diezmando a la población.

Ese enfrentamiento también se produce con el resto de las instituciones de la república, como el Congreso y el Supremo Tribunal Federal (STF), que vienen tratando de ponerle freno a las políticas de Bolsonaro. Por eso los hijos del presidente y los manifestantes bolsonaristas los tienen en la mira. (ver acá)

Una encuesta del Instituto Datafolha muestra que el 67% de los brasileños considera necesario que la población permanezca en sus casas para evitar contagios. Pero los seguidores de Bolsonaro atestan las calles en manifestaciones contra lo que afirman es una limitación a sus libertades.  El más extremista dentro del Gabinete de gobierno parece ser el canciller Ernesto Araújo, quien llegó a declarar que se intenta “usar la pandemia para instaurar el comunismo”.