Puede coincidirse sin errar demasiado en que Jair Bolsonaro se convirtió en un paria internacional. En cierto modo lo reconoció el vicepresidente Hamilton Mourao al admitir que luego de la cumbre del G20 en Roma, el mandatario brasileño no asistirá a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-26) que se celebrará en Glasgow, como el resto de sus pares, porque no tiene sentido “llegar a un sitio en el que todo el mundo le va tirar piedras». En su lugar, aprovechará su estadía en Italia para visitar la pequeña localidad de Anguillara Veneta, de donde emigró su bisabuelo a Brasil en 1878 en busca de mejores horizontes, al igual que hiciereon cientos de miles de italianos. Allí no lo esperan piedras, pero manifestantes de la organización ambientalista veneciana Rise Up 4 Climate Justice arrojaron estiércoles en el edificio municipal por la entrega del título de Ciudadano Honorario que le otorgará la alcaldesa Alessandra Buoso.


Buoso se defendió de las críticas alegando que el homenaje a Bolsonaro es «para el pueblo que representa y no para él como persona» y que es una manera de agradecer al país sudamericano por el recibimiento que brindaron a los migrantes que salieron de allí en el siglo XIX. De todas maneras, en esa región no caen del todo mal las actitudes del presidente brasileño, ya que es zona de influencia y predicamento de la xenófoba Liga del Norte.


Fue recibido por el presidente italiano Sergio Mattarella en una reunión formal ya que es el anfitrión de ese encuentro internacional. La segunda reunión sería con Mathias Cormann, el nuevo presidente de la OCDE, una organización de comercio a la que Brasil aspira a unirse porque pertenecer a ella indica un cierto estatus.


Otro encuentro, muy difundido por el oficialismo, fue con el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan. Fue antes de la reunión de este sábado y, según relatan los medios, fue algo informal, un cruce en un pasillo que se abrió cuando Bolsonaro caminaba junto a su ministro de Economía, Paulo Guedes, y pidió un intérprete al ver a Erdogan. El presidente turco, según la versión oficial, le preguntó por Petrobras, a lo que el brasileño dijo que «es un problema, pero estamos quebrando monopolios, con una reacción muy grande. Ya no es una empresa de partido político”.


La petrolera estatal ciertamente es un problema difícil de resolver para Bolsonaro. Si fuera por Guedes y el ala más neoliberal de su gobierno, ya la habría privatizado totalmente. La excusa que ahora encontró para amenazar con desprenderse de la empresa es que los combustibles aumentaron explosivamente y de alguna manera eso tenía que ver con la gestión estatal. La oposición de izquierda cuestiona, en cambio, que esos precios permiten ganancias exorbitantes para los accionistas y no se traducen en beneficios para el bolsillo de los ciudadanos.


Queda claro que Bolsonaro no logró demasiados apoyos en esta cumbre del G20 y ni piensa pisar la ambiental. Lo cual repercute en sus vecinos, ya que el francés Emmanuel Macron adelantó que hasta que Brasil no ponga fin a la devastación de Amazonas, no habrá acuerdo UE-Mercosur. «