«¿Dónde están ahora los caceroleros?», se preguntó, exaltado, el expresidente Lula da Silva en un acto desarrollado este sábado en la ciudad paulista de Diadema, en la asunción de la nueva cúpula local del Partido de los Trabajadores (PT). Rodeado de enfervorizados militantes, el mandatario, condenado a nueve años y medio de prisión el miércoles (ver aparte), ligó su sentencia a la aprobación de una ley laboral que retrotrae derechos de los trabajadores a la época previa a Getulio Vargas, que instauró en sus presidencias lo esencial de lo que quedó enterrado el martes y que el jueves, en una demostración de timing llamativo, fue sancionada por el presidente Michel Temer. 

No se equivocaba Lula en el análisis. Su acta de condena, señala, estaba escrita y firmada por juez Sergio Moro desde mucho antes de que lo llamara a indagatoria, el 10 de mayo pasado. Pero ese no era el momento político de anunciarla. Tampoco erraba el exdirigente metalúrgico –que ante el magistrado se presentó como de profesión «tornero mecánico»– en cuestionar a los que salieron a las calles contra Dilma Rousseff, en 2014, tras un aumento en el precio de los transportes pero que ahora verán cercenados derechos que tuvieron sus padres y abuelos y que fueron conquistados por sus bisabuelos luego de largas luchas.

«Solo el pueblo puede juzgarme», repitió Lula, luego de pedirle al juez que, «si tiene una mínima prueba en mi contra, me la muestre, y yo me retiro de la vida pública y me quedo tranquilo». Y volvió a la carga con la ley laboral. «¿Dónde terminaron las cacerolas? Lo que nosotros tenemos es orgullo, parece que ellos solo tienen odio». 

Entre las reformas está la posibilidad de que la jornada laboral pueda extenderse hasta las 12 horas. Además, la ley permite que los salarios puedan abonarse sobre una base diaria y hasta horaria, a decisión de la patronal, que deberá avisar al trabajador tres días antes cómo será su jornada.

Como si esto fuera poco, crea la figura del «trabajador autónomo exclusivo», por la cual la empresa tiene derecho a llamar al empleado para que cumpla tareas solo cuando lo necesite. Otra perlita, que ya en medios de comunicación local tuvo sus defensores, es que se elimina el sistema de indemnizaciones. Se implanta, en su lugar, un fondo con aportes del mismo trabajador, que recupera cuando lo echan. O sea que la patronal tiene las manos libres para disponer de su empleado como si fuera un mueble más en su oficina.

Las mujeres también tienen mucho para reclamar, ya que la normativa aprobada por Temer –que entrará en vigencia 120 días después de su publicación en el Diario Oficial de la Unión– permite que hasta las embarazadas puedan trabajar en lugares insalubres si un médico lo permite. 

En pocas palabras, con esta reforma se cumple el viejo sueño neoliberal: que la mano de obra finalmente sea un costo más, sin la menor consideración hacia el ser humano que realiza el trabajo, como desde la izquierda e incluso la Iglesia Católica se postula desde la revolución industrial. 

Muchos analistas que interpretan a la ley desde el punto de vista económico, la ven como una destrucción de los derechos de la clase trabajadora inconsistente porque ni siquiera cumplirá el objetivo que declara, que es generar más puestos de trabajo. A este argumento, el procurador general del Trabajo, Ronaldo Fleury, le añade que «oficializa el fraude y es fruto de la mentalidad esclavista que aún persiste en Brasil» .

Para Temer, sin embargo, es la forma de aferrarse al poder aceptando el decálogo empresarial cuando aparece en medio de investigaciones por corrupción con pruebas incluso filmadas sobre maniobras para sobornar a un testigo. 

«Las protestas se hacen pero la caravana va pasando, no tengo duda (…) Si hicimos esto en 14 meses –se ufanó este jueves en la ceremonia de sanción de la reforma laboral–, imaginen lo que haremos en otro año y medio de gobierno».

El proyecto que venía del Ejecutivo fue aprobado en abril por la Cámara de Diputados y se demoró hasta ahora en el Senado, muchos de cuyos miembros se mostraron remisos, arguyendo que violaba garantías constitucionales. Pero el martes esa «resistencia» se quebró y terminó votada por 50 senadores y rechazada por otros veintiséis. 

La nueva ley está llamada a impactar de este lado de la frontera, ya que el Mercosur, como lo entienden el gobierno de Mauricio Macri y el de Temer, es una plataforma para beneficio de las multinacionales que tienen un pie en cada país y no mucho más. Por eso el canciller argentino Jorge Faurie se apuró a viajar a Brasilia este viernes para entrevistarse con su par brasileño Aloysio Nunes Ferreira y con el presidente.  Luego de hacer un panegírico de un posible acuerdo Mercosur-UE, Faurie dijo en relación con el proteccionismo estadounidense: «Si somos razonables podemos ser un modelo en un momento en que se dice que no hay posibilidad de libre comercio. Los cambios culturales se dan con la fe infinita. Hay una fe en este momento de cambio tecnológico que es no cerrar fronteras, hacer un comercio inteligente».  «