Una pequeña marea roja avanza por la avenida Ipiranga, en el centro de San Pablo, principal bastión de las batallas políticas que concentra el 22% del electorado nacional. Es día de marchas sectoriales y esta la protagoniza el Frente de Lucha por la Vivienda; son mayoría de mujeres de las barriadas populares que cantan y saltan, pero sobre todo bailan, caminan sonriendo y agitando las caderas. Para cada foto las manos dibujan la L de Lula y nunca se apaga el espíritu rumbero.

Desde lo alto de un edificio, un hombre blanco y setentón despliega una bandera de Brasil —apropiada por estos días como símbolo bolsonarista— y les grita insultando. Las manifestantes le chiflan y responden. “Vamos compañeras, no caigamos en provocaciones”, ordena la morenaza que dirige la columna.

La secuencia refleja el clima que sobrevuela esta campaña electoral y más allá, el espíritu de época: una escalada de violencia política (más bien violencia bolsonarista), que incluso llegó al asesinato de varios militantes y simpatizantes de Lula y que, en parte, logró su objetivo: inocular el miedo. Salvo en estas actividades puntuales, no se respira en las calles paulistas efervescencia ni entusiasmo electoral; el cotidiano de las millones de almas que circulan por esta mega urbe parece ajeno a lo que serán, en apenas una semana, las elecciones más importantes de las últimas décadas. “Es por el temor que estamos viviendo —me explica Renata, comunicadora y militante del PCdoB—. Yo ahora no salgo a la calle con identificaciones de Lula, esto que pasa es nuevo en Brasil”. Renata también me cuenta que Manuela D’Ávila, una de las grandes promesas de la izquierda y el feminismo brasileño, renunció a su candidatura por el aluvión de amenazas que recibe, incluida la amenaza de violación contra su hija de cinco años.

El nivel de violencia de esta minoría rabiosa (dicen que al menos el 25% de la población sigue bancando fuerte a Bolsonaro) vino escalando a medida que se reducían las chances de su líder de ser reelecto. La última encuesta de Datafolha da a Lula con el 47% de intención de voto y con crecientes posibilidades de ganar en primera vuelta. “Esas encuestas no valen nada, vamos a ganar en primer turno”, agitó este viernes Bolsonaro, inmerso en su realidad paralela o preparando el terreno para su anunciado no reconocimiento de los resultados.

Se vienen los últimos actos masivos de campaña, debates presidenciales y batallas en redes sociales, donde el bolsonarismo pisa más fuerte pero también donde la campaña de Lula viene remontando con jingles de artistas como el “vira voto” o la viralizada foto del expresidente mostrando orgulloso sus nueve dedos a nueve días de los comicios.

La gran pregunta que flota en el aire es qué hará el bolsonarismo si pierde. El contexto nacional e internacional pareciera no dar para aventuras golpistas. “Es importante reconocer la voluntad del pueblo”, advirtió ayer Christopher Johnson, vocero del Departamento de Estado de Estados Unidos.  «