“Ya no me duele tanto la guata (panza) ser parte del gobierno nacional”, aclara la diputada nacional chilena por la región de La Florida Camila Vallejo, en un pasaje de la entrevista que le concedió a Tiempo momentos antes de brindar una charla magistral titulada “Más democracia, derecho y justicia social” el último jueves en la sede de la Universidad Metropolitana de los Trabajadores (UMET) junto a la presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto; Clara Ant, del Instituto Lula; y Gabriela Diker, rectora de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

Vallejo, ícono de la revuelta estudiantil que sacudió al gobierno del magnate Sebastián Piñera y cuadro orgánico del Partido Comunista, había declarado en el inicio de la nueva gestión presidencial de Michelle Bachelet que “ser parte de la nueva Concertación (ahora Nueva Mayoría) a veces me trae dolores estomacales”, en alusión a las contradicciones políticas que le traía aparejado ser parte de una coalición gubernamental heterogénea que no avanzaba en las reformas sociales con la velocidad que ella pretendía. “Mi malestar era, para ser sincera, particularmente con las posiciones conservadoras de la Democracia Cristiana. En realidad, hemos conseguido muchas conquistas con el actual gobierno. No todas las que pretendíamos. Pero, es lógico. Integro un frente policlasista, con contradicciones en su interior”, balancea Vallejo.

Geógrafa por la Universidad de Chile y ex presidenta de la Federación Estudiantil de Universitarios chilenos que jaqueó uno de los segmentos programáticos claves de la pesada herencia pinochetista –la educación arancelada-, Camila Vallejo es, indudablemente, una de las caras de la nueva política chilena que vino a descolocar al tradicional y pacato bipartidismo trasandino. Ella junto al más centrista dirigente Marco Enríquez Ominami o al también ex dirigente estudiantil y actual diputado Gabriel Boric, aunque ubicado en la ascendente Izquierda Autónoma, representan un nuevo modo de entender y actuar la política en un país todavía muy atado al esquema institucional que implantó con sangre y tortura el dictador Augusto Pinochet.

Quizás, por eso, a Vallejo los medios concentrados de su país la critican con ejes muy estratégicos como el hecho de “haber reiniciado su vida amorosa con un salsero”, tener el atrevimiento de “concurrir al Congreso con su pequeña hija”, contar con “un buen sueldo y ser comunista al mismo tiempo” o apoyar el reclamo de una huelga de trabajadores: “lo que es un hecho inconstitucional”, aseguraron con furia varios legisladores piñeristas.

-¿La recién promulgada Ley Corta de Educación es un piso o un techo legislativo? ¿Se puede ir por más para desarancelar el sistema de enseñanza en su país? ¿Qué balance hace de la norma?

-La reforma educacional es, en realidad, un conjunto de leyes ya aprobadas para todos los segmentos de la educación: desde el nivel básico al superior. Hemos logrado, ahora, una cobertura educativa de mayor calidad y hemos avanzado en terminar con el lucro, la selección (en el ingreso) y el copago, que es el cobro efectuado por muchas escuelas y que ha permitido la segregación educativa en nuestro país con criterios sociales y culturales. Resta la aprobación de la denominada nueva educación pública, que implica el proceso de traspaso de las escuelas municipales hacia la órbita del Estado nacional. Un paso importante porque el sistema de municipalización en Chile ha contribuido a la precarización de la educación pública. En el segmento de la educación superior hemos avanzado en gratuidad pero sólo vía Ley de Presupuesto porque no se pudo implementar aún en su totalidad la reforma educativa. Y, claro, esa ley, como todas las presupuestarias, sólo dura un año. Nuestra ambición es lograr en ese punto una proclamación estructural, a largo plazo, que no tenga que renovarse anualmente. También buscamos implementar una Súperintendencia que fiscalice las competencias y alcances del mercado que lucra con la educación privada desde la última Dictadura hasta la fecha.

-Se acercan las elecciones presidenciales y los precandidatos que lideran las encuestas son dos ex jefes de Estado: Ricardo Lagos y Sebastián Piñera. Al parecer la renovación chilena no logra escalar alto en las estructuras partidarias. ¿Cómo lee ese hecho?

-Yo no tengo una contradicción entre lo viejo y lo nuevo de la política. A mí me parece que hay ideas viejas que son muy buenas, como la democracia y la justicia social. El problema de la candidatura de dirigentes como Piñera y Lagos no es que sean ex gobernantes, ni tampoco pasa por su edad. El problema es que las ideas y propuestas de ambos representan una continuidad del modelo neoliberal. Incluso, de la profundización de las políticas de privatización, en el caso de Piñera.
En el caso de Lagos no hay una voluntad real de cambiar el modelo de sociedad capitalista que tenemos en Chile. Y nosotros necesitamos un gobierno 2.0 para Nueva Mayoría, que implica la profundización y consolidación de los derechos sociales que alcanzamos. Fundamentalmente, debemos cambiar la matriz del Estado, abandonar el Estado subsidiario por un Estado garante de derechos. Un Estado que sea palanca de un desarrollo económico sustentable, donde la ciudadanía ocupe en la toma de decisiones un lugar más importante que las grandes corporaciones privadas. Esa es la apuesta. A nosotros no nos molesta que haya un candidato unificado por Nueva Mayoría pero, en todo caso, debería haber una compulsa interna donde cada fuerza postule a un dirigente. Lo fundamental para nosotros es avanzar en lo que falta con el nuevo Parlamento que ahora será uninominal: reformar el sistema de pensiones y modificar la Constitución.

-¿Cree que todas esas profundizaciones pueden darse realmente en un contexto regional tan adverso para los gobiernos progresistas?

-Obviamente, es un escenario complejo. Estamos ante una oleada restauradora del conservadurismo neoliberal. Lamentablemente para Chile eso también se vislumbra, a pesar de que nosotros nos acoplamos más tarde a los procesos de transformación real en la región. Nosotros recién ahora estamos comenzando a dar pelea desde el Estado. Recién ahora contamos con un gobierno más progresista, que se plantea superar esa tarea de mera administración del modelo neoliberal que nos dejó la Dictadura. La derecha sudamericana está ganando o intentando recuperar posiciones con distintos medios: promoviendo golpes blandos o resistiendo con mucha fuerza los cambios logrados a favor del pueblo, como sucede en nuestro país donde la oposición nos dispara con fuego comunicacional y con presentación sistemáticas de vetos, a pesar de ser minoría, ante el Tribunal Constitucional porque la Carta Magna vigente de Pinochet se los permite.

-En un momento declaró que ser parte del gobierno de Bachelet le traía dolores estomacales. ¿Sigue afrontando su organicidad a La Moneda con muchas contradicciones?

-Hay tensiones que son evidentes. En realidad, yo había criticado a ciertos dirigentes de la Democracia Cristiana. Ellos me traían dolores de panza (risas). Pero no me estoy refiriendo sólo a un dolor estomacal. Se trata de una manifestación política más objetiva. Hemos tenido dificultades internas. El de Bachelet ha sido y es un gobierno con contradicciones legítimas porque lo sostiene una alianza pluriclasista. Incluso, ciertos debates no podemos ganarlos en el Congreso porque no contamos con todos los votos de la propia coalición. La derecha frena las reformas pero, también, hay integrantes de la coalición, aunque contados con los dedos de las manos, que no cumplen con el programa de gobierno. En la reforma laboral, en la reforma tributaria y en la despenalización del aborto aún padecemos mucho fuego amigo.

-Igualmente, han dado pasos significativos en lo laboral como la creación de guarderías populares para que las mujeres puedan concurrir más cómodas a su lugar de trabajo.

-Sí, eso fue muy importante, tanto como la creación del Ministerio de la Mujer y la equidad de género. Con respecto a las guarderías, nuestra idea es universalizarlo también para los trabajadores hombres porque no nos parece lógico discriminar a los padres. Eso sí, esos avances suelen chocar con la cuestión presupuestaria porque Chile está creciendo menos de lo esperado. Muchas veces, el ministerio de Hacienda veta ciertas políticas por falta de dinero.

-Ya que menciona la problemática de género y al ministerio de Hacienda, ¿Qué opinión le merecen los empresarios chilenos que le regalaron en supuesto tono jocoso al ministro de Economía una muñeca inflable como ofrenda de fertilidad económica?

-Fue un escándalo, algo muy vergonzoso. El sector empresarial chileno pone en evidencia con esos gestos su falta de educación y su profundo machismo. Además, se trata de personas que tienen a cargo a trabajadoras mujeres y eso es una falta de respeto mayúsculo. Si dan esas señales de forma pública, cómo se comportarán en el ámbito más privado y reservado, esa es mi pregunta y preocupación. Además, la reacción inmediata de los ministros y candidatos que compartieron el episodio fue festejar la ocurrencia de los empresarios. Fue un hecho muy violento en su simbología. «

Vallejo y el caso Sala

-Ya que hablamos de mujeres. En nuestro país hay una dirigente social y parlamentaria regional, Milagro Sala, que está presa por motivos políticos en Jujuy. ¿Qué opinión le merece la situación?

-Aproveché la visita a la Argentina para interiorizarme más de su situación. Por supuesto, hice y hago manifestaciones de apoyo por su libertad. Su detención me parece un tratamiento muy violento y criminalizador hacia los movimientos sociales y hacia los pueblos originarios. Su caso no es sólo una alerta para la Argentina, sino para todo Latinoamérica, de lo que es capaz de hacer la derecha y los sectores conservadores cuando toman el poder.