¿Por qué EE UU no ha invadido Venezuela desde que se lo propuso por primera vez en 2014 con Obama? 

¿Por qué durante el gobierno de Donald Trump lo intentó seriamente una sola vez pero lo ha anunciado no menos de siete veces?

Una parte de la explicación debemos buscarla en las disputas internas que atraviesan al sistema de poder norteamericano, que mantienen al súper presidente entre la presión del Partido Demócrata y las exigencias del Tea Party. Una fracción del sistema de poder ha comprendido que metió la pata al permitir que un tipo imprevisible convirtiera en imprevisible todo el poder imperial de Estados en el mundo. Lo que estaba más o menos ordenado lo desordenó el gobierno de Trump. Lo que funcionaba más o menos, dejó de funcionar a favor de la consolidación comercial y la seguridad político-militar del imperio.

Ese nivel de previsibilidad logrado del sistema mundial de Estados (en relación al desorden dejado por la extinción de la unipolaridad de 1991) se fue perdiendo paulatinamente. Por lo menos en relación con Rusia, Irán y la India, y en la economía global en relación con China, todo eso tiende a extinguirse con el tipo de gobierno de Trump.

La burguesía yanqui ya no sabe cómo controlar a su propio loco. Sólo le sirve para mantener el salario medio obrero contenidamente a la baja, favoreciendo las exportaciones y la relación comercial con la expansiva China. Para casi más nada.

Uno de los reclamos más fuertes ha sido por su descuido del aparato de seguridad interna y externa que EE UU montó con Hoover y Dulles, desde el final de la Segunda Guerra, para combatir a sus dos enemigos mortales: la rebelión anti-imperialista de pueblos oprimidos y la existencia tormentosa del «comunismo» temporalmente representado por una potencia muy bien armada como la URSS, hoy la Rusia de Putin.

Venezuela quedó atrapada en esa disputa global de potencias en estado de reacomodamiento. Esa es una diferencia esencial con la Cuba de 1961. El gobierno de Maduro y Diosdado padece y se favorece de esa reestructuración del poder global. La pregunta es hasta cuándo, ¿cuáles son los tiempos que tiene el chavismo para sobrevivir en una disputa en la que no puede incidir, a pesar de ser una potencia petrolera internacional.

Estos laberintos de la geopolítica sirven para comprender las limitaciones, dudas, retrocesos y fracasos del imperialismo norteamericano en su propósito de extirpar al chavismo del sistema político venezolano.

La operación Cúcuta con la que intentaron invadir el territorio es mejor ejemplo de esos fracasos durante el gobierno de Maduro. Como la derrota del golpe el 13 de abril de 2002 fue el más importante fracaso en el gobierno de Chávez. La diferencia entre uno y otro es que del segundo (2002) emergió un proceso de transformaciones revolucionarias enormes que no vemos ahora tras el fiasco de Cúcuta.

Pero hay una diferencia. Hoy existen más de dos millones de milicianos y milicianas armados dispuestos a enfrentar una invasión yanqui al lado de las FANB. Eso no existía en 2002.

Entonces, tenemos una combinación entre las fragilidades que deja la disputa global geopolítica y la fuerza que ha adquirido la capacidad social de defensa dentro del país. La protección de Rusia y los favores de China son de alto valor sólo en relación con esa realidad interna. «