Una de las novelas más populares de Jorge Amado (1912-2001) es Doña Flor y sus dos maridos, publicada en 1966. El primer marido es Vadinho, conocedor, practicante y protagonista de la vida nocturna en Bahía. Todos sus deslices son perdonados por Doña Flor, tanto por sus artes amatorias como por el amor que los une.

Así, Europa conoció un momento en que “todo fue hermoso / y fue lindo de verdad”. Es que al salir de la Segunda Guerra Mundial había que inventar un nuevo mundo. Es Adenauer en Alemania, Spaak en Bélgica, De Gasperi en Italia, Cassin, Mendes-France y Schuman en Francia, entre muchos otros, quienes enamoraron a Europa con un proyecto político. Podía tener tonalidades más social-cristianas o más social-demócratas; la política conducía a la economía.

Y entonces fue la construcción de Estados de bienestar, la participación sindical en la gestión y ganancias empresarias (como la cogestión alemana), la puesta en común de recursos industriales como el carbón, agrícolas para la subsistencia, científicos como el átomo. Todos sectores estratégicos. Una manera de crear soberanía.

Pero Vadinho falleció en su ley: sambando sin parar hasta llegar al infierno o al paraíso, que son los lugares donde llevan los proyectos políticos. Entonces apareció Teodoro. Teodoro es respetable, previsible, farmacéutico. El segundo marido de Doña Flor era específico como un informe del Banco Central Europeo, frío como una moneda de euro, afrodisíaco como el ajuste fiscal.

Así, Doña Europa pasó a ser considerada e insatisfecha. Los platos que cocinaba ya no tenían el picante político de lo improvisado con arte. Más bien tenían gusto a receta económica convencional, siempre el mismo. Las finanzas ocuparon el lugar de la política. Las privatizaciones desmantelaron los Estados de bienestar. El desempleo devino estructural: bajaron los salarios.

La actual crisis en Ucrania muestra los límites existentes: los previsibles gobernantes europeos diputan quién censura más rápido a los medios rusos, quién manda más armas al Batallón de Azov, quién ofende más a Rusia. Llegan a prohibir deportistas, artistas y creadores ya fallecidos, como Dostoievski o Tchaikovski por el solo hecho de ser rusos. Falta Tolstoi, que está en Guerra y Paz.

Quedaría por saber qué habría hecho Angela Merkel frente a tanto desquicio, dado que fue la última personalidad relevante de lo que quedó de política en Europa. Merkel aplastó a Grecia bajo la deuda, al tiempo que rechazaba demasiada injerencia extra-continental. ¿Europa? Sí, pero la mía, diría Merkel. Al menos podía hablar alemán con Putin. Y quizás reconocer “las líneas rojas” de Rusia. Después de todo, será difícil enfrentar el encarecimiento de los precios de la energía y de las materias primas para los europeos. Eso quedará como incógnita.

Al final, Doña Flor fue pragmática. De noche aparecía Vadinho, en toda su sensualidad. De día… había que esperar la noche. Así como quizás, espera Europa un proyecto político que le devuelva la soberanía, el desarrollo y la seguridad colectiva, en vez de pensar en una guerra con quien jamás hay que estar en guerra, a nombre y cuenta de intereses insulares o extracontinentales.