«No puede ser embajador un señor que viene a destruir la casa», dijo de un modo categórico –y haciendo honor a su apellido– Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo. El «señor» en cuestión es Theodore Roosevelt Malloch, PHD en Economía Política Internacional por la Universidad de Toronto, docente y lobista en el Capitolio con un paso como diplomático en las Naciones Unidas en Ginebra, quien se ganó la enemistad de los organismos paneuropeos por decir que el euro podría colapsar en un plazo de 18 meses y que Grecia estaría a punto de salirse de la moneda común.

Tal vez finalmente no ocurra lo que Tajani y la propia canciller Federica Mogherini rechazan: que Malloch sea designado embajador de Estados Unidos ante la Unión Europea. Pero en todo caso, el desatino del asesor presidencial fue suficiente como para erizar los pelos en un continente que todavía no digiere el Brexit. Y para alertar sobre el plan de Donald Trump de desatar una guerra de monedas que consume esa ambigua situación que crece larvadamente desde la crisis de 2008 en episodios puntuales.

Malloch, que no tiene prurito en decir lo que piensa –lo que atrae especialmente a Trump, otro incontinente verbal– se ufanó de que en su anterior paso por la diplomacia había ayudado a «hacer caer a la antigua Unión Soviética. Así que es probable que haya otra Unión que necesita un poco de amansamiento», señaló en referencia clara a la Unión Europea. Trump ya había dado muestras de incondicional apoyo al Reino Unido y al gobierno conservador de Theresa May en este momento crítico. Malloch explicó esa posición al decir que su presidente «no cree en las instituciones supranacionales». Algo que ya había demostrado con el retiro del Tratado Trans Pacífico y el anuncio de que piensa rever el que Estados Unidos mantiene con México y Canadá y de que reimpulsará la industria estadounidense a como dé lugar.

Precisamente otra de las formas para poner en marcha el programa que prometió en campaña es presentar batalla en el mercado de cambios. En el primer día en la presidencia denunció a China, con ese tono de indignado que lo caracteriza, como «un manipulador de divisas». En uno de sus ya masivos tuits, fue más contundente al decir que «si miran lo que hace China y lo que hizo Japón durante años, ellos juegan al jueguito de la devaluación, mientras que nosotros nos quedamos sentados como unos idiotas». Esto es, que las dos economías asiáticas fijan un valor arbitrariamente bajo a sus monedas para hacer más competitiva a su economía y beneficiar a su comercio exterior.
Por esa misma época otro de sus asesores, Peter Navarro, director del Consejo Nacional para el Comercio de Estados Unidos, disparaba sus dardos contra Alemania, país al que acusó de mantener un euro muy subvalorado «para explotar a sus socios comerciales de Europa y a los EEUU». Trump en persona dijo en una entrevista al británico The Times y al germano Bild que «si miras a la UE, es Alemania. Básicamente es un vehículo para Alemania», frase puntualmente repudiada por la canciller AngelaMerkel.

No resulta casual que el euro cayó levemente el viernes ante el dólar, que sigue animado por la promesa del presidente estadounidense de anunciar en pocas semanas una «fenomenal» reforma fiscal con rebajas de impuestos.

Para quienes piensan el valor de la divisa en función de los bienes o las reservas que garantizan su fortaleza, resulta difícil explicar cuál es el sustento real del dólar desde que en agosto de 1971 el presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad con el oro. No es osado decir que en gran medida se apoya en Estados Unidos como gendarme del mundo, pero sobre todo en que el dólar es la moneda en que se intercambian productos esenciales en esta etapa del capitalismo internacional, como el petróleo y los alimentos.
Desde este ángulo, se puede interpretar la invasión de Libia y la destrucción del Estado construido por Muhammar Khadafi desde 2011 y los ataques a los gobiernos progresistas latinoamericanos como una represalia. A partir de la crisis de 2008, China anunció la acuñación del yuan de oro y desde algunos países árabes exportadores se comenzó a manifestar la voluntad de reintroducir el patrón de oro. Khadafi pretendía emplear el dinar de oro para su comercio internacional. Mientras tanto, en América Latina los gobiernos de Venezuela, Brasil y Argentina –Lula da Silva, Cristina Fernández y Hugo Chávez, junto con los mandatarios de Bolivia y Ecuador– propugnaban el comercio intrazona en monedas locales o en un recurso financiero denominado SUCRE.

Ahora, Trump también amenazó con romper o al menos diluir el efecto de los acuerdos nucleares que habían firmado los cinco miembros permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania con el gobierno de Irán. La respuesta de estos últimos días de Teherán la dio el gobernador del Banco Central de la República Islámica, Valiollah Seifm, quien adelantó que desde el 21 de marzo dejará de utilizar al dólar como moneda de elección en sus informes financieros para avanzar paulatinamente hacia el intercambio en otras divisas. Irán tiene el 13% de las reservas de petróleo reconocidas por la OPEP y tuvo ventas en 2016 por 41 mil millones de dólares, lo que para los analistas es un volumen importante como para hacer ruido en esa guerra que se avecina.

El último año de gestión de Barack Obama no dejó buenas señales para su sucesor, que bien podría hablar de «pesada herencia». El país celebró sus 41 años ininterrumpidos de déficit comercial con una diferencia negativa en su comercio exterior de 502.252 millones de dólares, la mayor desde 2012. Mientras tanto, el dólar se fortaleció un 3,6% en relación a una canasta de seis monedas.

El diario mexicano El Financiero cita a Joachim Fels, asesor económico global de Pacific Investment Management, en una frase que ilustra claramente que las bravatas de Trump tienen también un contexto y buscan un objetivo en el mundo de las cosas concretas: «El nuevo gobierno estadounidense es menos propenso a tolerar la solidez del dólar y mucho más inclinado a usar el arma nuclear del proteccionismo.» Lo que abre las puertas a una abierta guerra de divisas que quizás el cálido intercambio telefónico del jueves con el presidente chino Xi Jinping –en el que se comprometió a respetar la política de «una sola China»– no alcance a disipar. «