La serie de animación Los Simpson cumple este 17 de diciembre nada menos que 27 años en el aire. Fue el primer gran éxito de la cadena Fox, un bastión del pensamiento de la derecha más conservadora, propiedad actualmente del magnate australiano Rupert Murdoch.

Esta familia sencilla de clase media y piel amarilla de tan blanca, con un padre elemental y bastante bruto, modeló a toda una generación en la irreverencia. La acostumbró a situaciones salvajes que se resuelven en un humor corrosivo como no se había visto hasta entonces en un producto masivo.

Podía parecer una crítica social, pero bien visto es un reflejo de esa enorme masa de estadounidenses que solo aspiran a una vida acomodada y a la respuesta simplona a sus problemas, para luego tomarse una cerveza con amigos mientras el resto de la humanidad –encarnados en sus vecinos– enfrenta su vida de cada día con los dilemas morales y las encrucijadas cotidianas que debe asumir cada ser humano «en este valle de lágrimas».

En el capítulo emitido el 19 de marzo de 2000 y que se tituló «Bart al futuro», Lisa, la hermana de Bart Simpson –el hijo aún más primario de Homero– llega a la presidencia de Estados Unidos y se queja de la «pesada herencia».

«Hemos heredado una crisis presupuestaria del presidente Trump», resume. El guionista de ese capítulo, Dan Greaney, salió hoy a declarar al The Hollywood Reporter que el episodio en cuestión no era sino una advertencia –hace 16 años, baste recordar– de hacia dónde iba la política en esa nación.

«Lo importante es que Lisa llega a la presidencia cuando Estados Unidos está en la cuerda floja, y así Donald Trump dejaba la presidencia», dijo Greaney, para aclarar a continuación: «necesitábamos que los problemas de Lisa fueran más allá de sus capacidades, que todo fuera tan mal como fuera posible, y es por eso que elegimos a Trump como el presidente anterior a ella», concluyó el guionista.

Ayer, esa premonición se cumplió, para sorpresa de quienes apostaban por la continuidad de los demócratas, encarnados en la exsecretaria de Estado Hillary Clinton. Y la pregunta obligada es: ¿cómo pudo ocurrir?

Quizás la respuesta esté en esa familia disfuncional creada hace casi 30 años por Matt Groening. Trump, como Homero, no tiene freno inhibitorio. Dice lo que le sale y trata de hacer lo que se le ocurre. Homero no tiene muchas luces y que es un irresponsable, para colmo, ocupando un puesto clave en el control de la seguridad de una central nuclear. Trump, desde el 20 de enero, tendrá las claves del arsenal atómico más temible del planeta. No tiene empacho en prometer que va a levantar el muro en la frontera con México y se lo hará pagar a ellos. Tampoco en asegurar que piensa armar a la población, expulsar a los musulmanes y legalizar la tortura a «terroristas».

Es que no tuvo inhibiciones a lo largo de su vida en considerar a la mujer como un objeto sexual o al menos un ser inferior.

Suena terrible, pero si uno rasca debajo de la superficie, habrá que reconocer que los personajes de Homero podrán ser cualquier cosa menos hipócritas. El policía Gorgory y el alcalde Diamante son corruptos y tienen arreglos con la mafia, pero no lo ocultan. ¿Son mejores Obama y su candidata a sucederlo?

Cierto, jamás hablarían en los mismos términos. No aceptarían defender la tortura ni violar los derechos más elementales de los ciudadanos, no prometerían erigir un muro ni expulsar a los inmigrantes.

Pero fue durante la administración del primer afrodescendiente en gobernar EE UU que un enemigo de Estados Unidos como Osama bin Laden –acusado de gravísimos delitos, vale deci–r fue eliminado sin juicio previo y en un país extranjero, mientras el presidente y su canciller celebraban públicamente en la Sala de Situación de la Casa Blanca. ¿Se aceptaría decir que comparado con esto la detención de Milagro Sala es un gesto humanitario del gobernador jujeño Gerardo Morales?

Fue durante la gestión del tándem Obama-Clinton que se impulsó la crisis en Siria, que ya generó cientos de miles de muertos y millones de desplazados que ahora mismo golpean a las puertas de Europa clamando por alguna salida para sus vidas.

Fue en este tiempo que culmina que se produjo el derrocamiento de Muammar Khadafi y virtualmente se destruyó a Libia. Como se recordará, Khadafi fue apaleado hasta la muerte por un grupo de fanáticos que grabaron su «hazaña» con un celular sin que ese bárbaro proceder levantara quejas del gobierno estadounidense. Que era presidido por un premio Nobel que tenía como secretaria de Estado a Hillary Clinton.

Fue en estos años demócratas que las autoridades expulsaron a casi 3 millones de inmigrantes ilegales, la tercera parte más que George W. Bush. Y la cartera de relaciones exteriores, primero a cargo de Clinton y luego John Kerry, promovió los golpes institucionales en América Latina que quitaron del poder a tres presidentes constitucionales, en Honduras, Paraguay Y Brasil.

Homero Simpson y su inefable familia podrán ser una caricatura del estadounidense medio. Pero al mismo tiempo es un reflejo de un sector social que existe y que tal vez desde que el programa se convirtió en el más visto de la televisión mundial se permitió expresar ese discurso básico sin prurito.

Modeló en casi tres décadas a al menos dos generaciones de norteamericanos. Y mientras algunos lo tomaban como un mensaje mordaz, otros se sintieron representados por los personajes de la inexistente ciudad de Springfield. Y el mejor exponente de este cambio de paradigma, el que mejor lo interpretó, fue precisamente Donald Trump.

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