Los no tan sorpresivos cambios en el gabinete de Donald Trump esconden una puja por el control de las relaciones exteriores de la principal potencia militar del planeta. Pero también la necesidad del polémico presidente de cubrir a su yerno de algunas tropelías reveladas por la prensa estadounidense. Y de paso calmar a su hija Ivanka, preocupada por la suerte de Jared Kuchner, su intempestivo marido.

El martes, y con el hábito poco diplomático de un frío mensaje de tuit, como solía hacer en su reality The Apprentice, Trump anunció que Rex Tillerson dejaría de ser el secretario de Estado, la cancillería de Estados Unidos. En su reemplazo, pendiente de aprobación en el Senado, nombró a Mike Pompeo, hasta ahora jefe de la CIA. En la agencia de inteligencia exterior, la elegida es una mujer, por primera vez en la historia de la institución creada por Allen Dulles en 1947. Pero no parece que la “compañía” vaya a suavizar por ello sus métodos, más bien todo lo contrario: Gina Haspel es fervorosa partidaria de la tortura como una técnica adecuada y lícita de conseguir información.

Los problemas de Tillerson con Trump son de vieja data. Arrancan a los pocos meses de la gestión del polémico empresario, que tomó su cargo el 20 de enero de 2017. Tillerson, CEO de Exxon Mobil, es el principal accionista individual y tenía muy buena llegada, desde esa posición, con el presidente ruso, Vladimir Putin. O eso le dijeron a Trump Condoleeza Rice y Robert Gates, ex cancilleres de anteriores administraciones republicanas.

Rusia es un problema desde antes de triunfo de Trump, porque los organismos de inteligencia y filtraciones a los medios de prensa advertían sobre la injerencia de servicios rusos para la campaña presidencial estadounidense.

A Tillerson, que le podía caber el sayo de “amigo de Putin”, el tema no lo afectó demasiado, por eso de que Exxon es anunciante importante en los medios, quizás. Pero en todo caso tampoco es que haya avanzado mucho en un acercamiento con Moscú.

Mientras tanto, desde la CIA le fueron facilitando la “limpieza” de acusaciones a Trump y a sus allegados, aunque en el camino tuvo que quedar su primer asesor de seguridad, Mike Flynn por haber ocultado reuniones con diplomáticos rusos antes de asumir su puesto. Detalle menor en todo este asunto.

El caso es que Mike Pompeo, un hombre del sector más duro de los republicanos, con un link muy fuerte con los fundamentalistas del Tea Party, iba ganando confianza en el bastante caótico gobierno de Trump. Dicen los periodistas destacados en la Casa Blanca que todos los días es el primero en ingresar en el despacho presidencial con el informe de inteligencia actualizado.

Lo definen como leal sin tropiezos, islamófobo y enemigo declarado de Irán. También como un negacionista del cambio climático. Fue empresario, creó con el apoyo de los hermanos Koch, reconocidos ultraderechistas estadounidenses, un emprendimiento en el rubro petrolífero que lo vinculó también con la Exxon Mobil. Pero no llegó a ser amigo de Tillerson. Al contrario, la política exterior del CEO fue muy cuestionada en esos encuentros entre Trump y Pompeo.

Hubo un hecho que selló la suerte de Tillerson, más allá de diferencias puntuales con consejeros cercanos de Trump. En octubre pasado trascendió que en una conversación con un periodista había tildado de “imbécil” al presidente. Y a pesar del comprensible enojo del mandatario, nunca hubo una desmentida contundente y concreta sobre esos trascendidos. Tampoco, da la impresión, el CEO era de dejarse arriar con el poncho.

Paralelamente, el yerno presidencial, también empresario inmobiliario y con ansias de crecer y hacer negocios, se fue convirtiendo en una especie de ministro sin cartera. Dedicado a misiones en el exterior, se metió a tejer alianzas en Medio Oriente con la idea de forzar algún acuerdo ventajoso, sobre todo en beneficio de una alianza indestructible con el gobierno de Israel.

Tiene una enorme oficina a pocos metros de la de su suegro y se enfoca en la tarea, dice, “de hacer que el gobierno funcione como una empresa”.

Pero los medios no lo miran con buenos ojos, ayudados por la burocracia estatal, que no acepta la intromisión de este joven de 36 años, con la soberbia propia de un yerno.

Así salió a la luz que la familia Kushner anda con serios problemas financieros para solventar la construcción de un imponente edificio en el 666 de la quinta avenida, en Manhattan.

De allí, explican, el repentino interés de Kushner en la política exterior, un tema en que sobresale por su ignorancia. Y de allí a la sospecha de que sus reuniones en Israel, Arabia Saudita, Bahrein, Egipto y Qatar están relacionados con la necesidad de conseguir fondos para sus negocios particulares.
Tillerson no es ajeno seguramente a mucho del material con que se despacharon los medios.

El CEO, según cuenta el analista Sophig Neubauer en forward.com » llegó a la conclusión de que este chico absolutamente vacío estaba ejecutando una segunda política exterior fuera de los cuarteles centrales de la Casa Blanca» y se jugó el todo por el todo. A sabiendas de que no tiene mucho que perder personalmente: el año pasado se llevó de Exxon con un paquete de retiro de 180 millones de dólares.

La última partida se desarrolló en torno del bloqueo a Qatar impuesto por el gobierno saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto, una decisión que no contó con el apoyo de Tillerson pero que, intuyó, tenía un tufillo a revancha de Kushner porque los qataríes no quisieron poner dinero en la empresa de su familia.

La guerra de revelaciones ante la prensa continuó con un informe de la NBC News sobre los oscuros vínculos de Kushner con una trama con el gobierno ruso y el de Emiratos, con información proveniente de canales qataríes.

Neubauer señala que Trump tuvo que defender a Kushner y de paso darle un aval a Pompeo en una línea de halcones de la política exterior que se viene imponiendo en Washington. Pero con el trasfondo de la defensa de los valores familiares, por eso de que, agrega, “la sangre es más espesa que el agua”.