Los neoyorquinos están acostumbrados a una ciudad ruidosa. Aman los desfiles y los disfraces, pero no son escandalosos. Mucho menos por temas políticos. Todo parece haber cambiado desde el 20 de enero pasado, cuando Donald Trump asumió como presidente y comenzó a firmar decretos que provocan el rechazo de los sectores demócratas. El principal, la orden ejecutiva que suspendió el ingreso de refugiados e inmigrantes de siete países.

El decreto no solo causó manifestaciones en diversas ciudades durante días. También motivó a cientos de personas a movilizarse hasta los aeropuertos, para reclamar que las autoridades dejaran ingresar a quienes tenían el permiso aprobado cuando partieron de sus países, pero quedaron retenidos cuando tocaron suelo de EE UU.

En Nueva York, hasta los taxistas se sumaron y realizaron una huelga en el aeropuerto internacional John F. Kennedy. No es para menos: son muchos los conductores que provienen de países árabes o musulmanes. «No podemos quedarnos callados. Nosotros trabajamos para darle la bienvenida a la gente a una tierra que una vez lo hizo con nosotros», dijo el sindicato.

Este jueves pararon los yemeníes. Mercados, almacenes y bodegas. Todo cerrado. «En apoyo de nuestras familias, amigos y seres queridos que están detenidos en aeropuertos de Estados Unidos y en el extranjero, cerramos nuestros negocios desde las 12 hasta las 20», explicaba un letrero en un local del East Village.

En la ciudad, las protestas empiezan a dejar sus marcas. Algunos pizarrones dejaron de lado los mensajes cálidos y ocurrentes sobre el café o los dulces. Ahora tienen los teléfonos de los senadores por Nueva York, para que la gente sepa a quién llamar cuando quiera quejarse de alguna medida de Trump. «Impeachment!», reclaman a apenas dos semanas de la asunción.

En los colectivos, los pasajeros cuestionan con desconocidos los decretos firmados por el presidente y en los bancos aparecen diálogos sobre política que antes no existían. «¿Y a mí qué me decís? ¡Yo voté por ella! Ahora esto es lo que hay. Un show cada noche para ver qué dice este tipo», gritaba el viernes un hombre de una empresa de mudanzas en una vereda de Manhattan. Mientras transportaba una tabla junto a un compañero, se quejaba en voz alta del reality montado por Trump para anunciar quién era su candidato para la Corte.
Nueva York apenas está en la etapa de negación del duelo. Otras ya pasaron a la de ira. Una violenta protesta en la Universidad de California en Berkeley, en San Francisco, obligó a suspender una charla en la que iba a participar el editor de un diario de ultraderecha.

Las ricas y populosas ciudades de ambas costas de EE UU no querían este presente. Son las que colaboraron para que Hillary Clinton consiguiera inútilmente tres millones de votos más que Trump en la elección, que no le sirvieron para ganar el Colegio Electoral. Tras la asunción del republicano, son también las que expresan su rechazo. En el medio, un país extenso que, salvo contadas excepciones, sigue con su vida, apenas prestando atención a las noticias que llegan desde Washington. «