Michael Richard Pompeo, nombrado por Donald Trump, fue director de la Central de Inteligencia Americana desde el 23 de enero de 2017 hasta el 26 de abril de 2018, cuando pasó a ser el 70° secretario de Estado. Asumió apenas un mes y días luego de que WikiLeaks publicara los archivos de “Bóveda 7”, miles de documentos militares secretos fechados entre 2013 y 2016, con acciones diplomáticas legales y de las otras, relacionadas en especial con tareas en Irak y en Afganistán. «Mike estaba obsesionado. Veía sangre», reveló un exfuncionario cercano.

Julian Assange lanzó WikiLeaks, avalado por The Sunshine Press, en diciembre de 2006. En 2012 se asiló en la embajada ecuatoriana en Londres, para evitar la extradición a Suecia por una acusación de violación que negó. Desde su aparición, WikiLeaks resultó objeto de un intenso debate. El poder estadounidense la consideró «altamente prejudicial» aun cuando en la administración Obama tenía ciertas consideraciones como «medio de comunicación». En 2013, Edward Snowden, «un contratista de la Agencia de Seguridad Nacional, huyó a Hong Kong con un enorme tesoro de materiales clasificados» y acabó exiliado en Moscú. Ya en 2016, surgió un sugestivo informe sobre la injerencia de Assange en agentes de inteligencia rusos advertida en mails filtrados del Partido Demócrata: la operación Guccifer 2.0 desequilibró la balanza. Desde entonces, en EE UU se vinculó a WikiLeaks con los «servicios de inteligencia hostiles». La discusión pasó a ser si debería ser atacada por agencias policiales o de espionaje, del FBI a la CIA o la NSA.

Los posteriores cambios en el Departamento de Estado intensificaron la mirada. Trump cambió su original simpatía con WikiLeaks. «Cuando se trató de enjuiciar a Assange, algo que Obama había rechazado, en la Casa Blanca de Trump nadie estaba preocupado por la Primera Enmienda».

«Bóveda 7» los tomó por sorpresa y la indignación creció exponencialmente. Al asumir en la CIA, Pompeo dijo: “WikiLeaks camina como un servicio de inteligencia hostil”. Luego ordenó: “Nada está fuera de los límites, no te autocensures. Necesito ideas operativas”. Fue álgido el debate en el Departamento de Estado y también en comités de inteligencia de la Cámara y el Senado, el llamado Grupo de los 8 del Congreso.

En mayo de 2017, Suecia había desestimado la investigación por violación y EE UU se quedaba sin argumento sobre cargos criminales. Poco después identificaría presuntos vehículos diplomáticos rusos cerca de la embajada. ¿Los ecuatorianos avisarían que liberarían a Assange en la calle y así los rusos lo recogerían para llevarlo a Moscú? ¿Sería sacado en un carrito de lavandería como se filtró? Se tensaron los nervios en la Casa Blanca. Los alrededores de la sede, en el barrio londinense de Belgravia, entre Chelsea y Westminster, estaban atestados de espías. Circulaban las bromas acerca de que los jardines del Hyde Park (dos cuadras) estaban sembrados de micrófonos y que toda tienda de la cercana Harrod’s, infectada de cámaras. «Se llegó al punto en que todos los seres humanos en un radio de tres cuadras trabajaban para uno de los servicios de inteligencia, fuera barrendero, policías o guardias», aseguró uno de los 30 exfuncionarios que confiaron su conocimiento para la investigación de Yahoo News, cuya rigurosidad hasta fue admitida en círculos cercanos a Pompeo, aunque él mismo se abstuviera de opinar.

En Washington comenzaron a evaluarse diversos escenarios que provocaron intensas discusiones en el seno del poder. ¿EE UU podría lanzar un ciberataque a WikiLeaks, paralizar su infraestructura digital, interrumpir comunicaciones, provocar disputas internas, robar dispositivos electrónicos a sus miembros? ¿Podría hacerlo sin la firma del presidente? No se descartaba un tiroteo abierto y escandaloso en las sinuosas calles londinenses cuando los agentes del Kremlin decidieran transportar al célebre hacker. El plan incluía un ataque al eventual avión que lo transportaría a Moscú, antes de que pudiera despegar e incluso, derribarlo de inmediato, si lo lograba. Si bien los planes de secuestrar a Assange precedieron a Pompeo, se intensificaron con él. El suyo era irrumpir en la embajada, sacarlo y llevarlo a EE UU a través de un tercer país. Otra postura era entregarlo a las autoridades británicas.

Todos sabían la tormenta diplomática y política que acarrearía. «Esto no es Pakistán o Egipto, hablamos de Londres», blandía uno de los funcionarios menos osados: sabía que la aquiescencia británica no estaba garantizada. En la investigación se menciona a un funcionario que califica de «desquiciada» la intención del  propio Trump de «arrasar» con «Assange y otros miembros de WikiLeaks con sede en Europa, con acceso a los materiales de la Bóveda 7». Pompeo tenía libre acceso a la Oficina Oval.

La tensión creció hasta que, según relató William Evanina, tras retirarse como funcionario clave de contrainteligencia, «EE UU y el Reino Unido desarrollaron un ‘plan conjunto’ para evitar la fuga y reiterar el golpe de propaganda que Putin disfrutó con Snowden». Esa gestión abría el juego a utilizar a los «Cinco ojos», la alianza de inteligencia entre EE UU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Hasta que el 11 de abril de 2019, luego de que el gobierno de Ecuador revocara su asilo, la policía británica sacó al fundador de WikiLeaks de la embajada y lo arrestó. Julian Paul Assange cumplió 50 años el pasado 1 de julio, en la prisión máxima seguridad de Belmarsh, en completo aislamiento, severa depresión clínica y síntomas de tortura psicológica. En enero pasado, una jueza británica rechazó el pedido de extradición de EE UU, pero la administración Biden apeló la decisión. Los cargos que pesan sobre él conllevan una sentencia máxima de 175 años de prisión.

Veneno español

fines de 2015, Ecuador contrató a una empresa de seguridad española, UC Global, para proteger su embajada en Londres. Tiempo después, El País de España reveló que la firma tenía estrechos vínculos con la inteligencia de EE UU. Según dos exempleados, proporcionaba informes detallados de las actividades y de Assange, así como videos y audios desde dispositivos instalados en secreto.

En diciembre de 2017 se especulaba que Assange estaba a punto de se llevado a Rusia: se dijo que sería en Nochebuena. UC Global envió una grabación de una supuesta reunión entre Assange y el servicio de inteligencia de Ecuador para discutir el plan de escape, y que afirmaba que «recibiría un pasaporte diplomático ecuatoriano». Assange lo negó, aunque Fidel Narváez, secretario de la embajada, admitió que «Ecuador tenía un plan B». No reveló cuál sería. Nunca se sabrá. Como tampoco se pudo corroborar un dato que se publicó en The Guardian: «Entre los principales responsables de UC Global y funcionarios de la CIA se discutió la viabilidad de un plan de envenenar al señor Assange». Lo habría revelado un exempleado con acceso a la embajada.