Uno de los grandes del submundo del marketing político quiso elogiar a Juan José Rendón pero terminó enchastrándolo. Alejandro Rodríguez, un mexicano que preside el comité organizador del Reed Latino, una especie de Martín Fierro de los fabricantes de imagen, definió al hombre que contrató a los mercenarios que protagonizaron la fallida invasión del 4 de mayo a Venezuela, como “un maestro de las campañas sucias, un amo del rumor que más que nadie sabe cómo se debe operar contra el adversario para destruir su reputación”. Igual que Jaime Durán Barba cuando accionó contra Daniel Filmus en la elección de 2011.

En una entrevista con la revista norteamericana Campaign and Elections, de Arlington (Virginia), Rendón siguió el libreto de Rodríguez y se autodefinió  como “el consultor mejor pagado, más reconocido, más atacado, pero también el más solicitado y eficiente”. Si fuera así, debería agregar ahora que, a veces, el tiro le sale por la culata. Una semana después del fracaso bélico, el amo y maestro tuvo que renunciar al muy bien pagado cargo de director del “comité de estrategia” que delinea las payasadas diarias de  Juan Guaidó, el mandadero de Estados Unidos y la OEA en Venezuela.

La última aparición de Rendón fue en Uruguay. Y se equivocó. En su encierro en el área financiera de  Miami, de donde no puede salir por una alerta roja de Interpol que lo requiere por delitos sexuales, no entendió cómo son las cosas en el país más “puritano” de la región. Le erró cuando se largó a conducir, echando basura ante el ventilador, la campaña de un muchacho –Juan Sartori– que, como él, ignora la ética y sólo comulga con las chequeras. Sartori dixit: “Veo a la política así, totalmente pragmática, sin ideología, sin nada”. Echó barro, más que tierra, sobre figuras cuestionables, pero por otras razones: el ya presidente Luis Lacalle Pou (blanco) y el ahora canciller Ernesto Talvi (colorado).

Públicamente, Rendón salió del escenario oriental, pero toda la dirigencia política se cuida porque sabe que sigue estando detrás de Sartori, ya que Sartori es una buena inversión. En el Partido Nacional (blanco) no hay ninguna figura de recambio, ni con el poder económico de Sartori. Para las próximas presidenciales (2024) el muchacho es, lo que se dice y dirían las abuelas, un buen partido. Por él, por su esposa y por su suegro. Dicen en Montevideo que es allí hacia donde hay que mirar para entender el interés que el austero Uruguay despertó en el contratista de asesinos.

Por él, que es el titular del Agriculture Group, la empresa agrícola más grande del país, con 100 unidades que suman unas 180 mil hectáreas de campos con elevado Índice CONEAT (en Uruguay, medida de productividad y valor de la tierra) y 85 mil cabezas vacunas. Por ella, Ekaterina Dimitrievna Rybolovleva, dueña de las islas griegas Skorpios y Sparti y un grupo de empresas que habían sido de Athina Onassis, la nieta de Aristóteles. Y por su suegro Dmitri, dueño de una fortuna de 8500 millones de dólares, presidente del Mónaco de la liga francesa y principal accionista del Sunderland inglés.

Rendón se vanagloria de haber participado en 40 campañas electorales y haber ganado 34. No las nombra una a una, pero diseñó estrategias en México, el Caribe y, salvo Argentina, en toda América del Sur. Colombia es, sin embargo, “el caso”, la muestra perfecta de su filosofía profesional. Hasta diciembre de 2013 fue el marketinero de Juan Manuel Santos (2010-2018), que iba por la reelección. Debió renunciar después de que uno de los jefes del narcotráfico, extraditado a Estados Unidos, denunciara que le había entregado 12 millones de dólares para que intercediera ante Santos “para que nos garantizara nuevas rutas y viera alguna forma de aligerarnos ante la justicia gringa”. Sólo un mes después de esa renuncia, en enero de 2014 no tuvo ningún reparo para convertirse en el estratega de la campaña de Óscar Iván Zuluaga, el ultraderechista que competía contra Santos. Ahora, Rendón está centrado en Venezuela, por más que su última experiencia haya sido un fracaso y su imagen haya quedado achicharrada. Insistirá, dijo. Se explica fácilmente. Guaidó no ofrece por sí un paquete tan tentador como el de Sartori, pero detrás de Guaidó está la Casa Blanca.

                                                                                               

Silencio

Hoy se cumplen 14 días del ataque contra Venezuela, y ni a Estados Unidos, por supuesto, ni a ninguno de sus empleados –la OEA, Luis Almagro, el Grupo de Lima (Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú)– ni a ningún país americano ni a la Unión Europea les sonó el despertador para recordarles la existencia de los principios de no intervención y libre determinación de los pueblos. El jueves, 10 días después, todos tuvieron la oportunidad de definirse en la reunión virtual que celebró el Consejo de la OEA para considerar el “Apoyo a la resiliencia democrática en las Américas” (así rezaba el orden del día). En dos horas saldaron el asunto en un excelso tour de frases huecas. Almagro reclamó más presencia femenina en el organismo y saludo al Club Nacional de Uruguay en sus 121 años de vida. El brasileño Fernando Simas elogió la política de derechos humanos de Jair Bolsonaro. El norteamericano Carlos Trujillo condenó, como todos los meses, a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Y el boliviano Jaime Aparicio habló de “la necesidad de detener el avance soviético (sic)”.