Asesor en política internacional de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, Marco Aurelio García es uno de los fundadores del PT y uno de los máximos referentes de la izquierda regional. Exiliado durante la dictadura militar en Chile y luego Francia, conoce al dedillo lo que ocurre en esta parte del mundo. Por eso no extraña que use sin equivocaciones términos bien porteños como «despelote total» o «ir en cana».De eso habla en esta entrevista con Tiempo, a su paso por Buenos Aires, donde dio una conferencia organizada por Le Monde Diplomatique y la Universisad Nacional de San Martin (UNSAM)

–Desde Argentina siempre se vio a Itamaraty como un modelo de diplomacia decidida a convertir a Brasil en una potencia mundial. Se vio con la conformación de los BRICS, el planteo de tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ahora parece haber dado un vuelco. ¿Comparte esta perspectiva?

–Es un poco verdad. Hoy día, en primer lugar los ministros ya no son de carrera, son políticos; y en segundo lugar, el primer canciller (de Michel Temer, José) Serra, llenó de los suyos a Itamaraty, que no permite funcionarios que no sean de carrera. Serra estaba tratando de transformar a la cancillería en un comité electoral en una supuesta candidatura a la presidencia. Lo más interesante ahora es que grandes decisiones en política internacional que Brasil está tomando no son tomadas por Itamaraty sino por los equipos económicos o la Casa Civil (Jefatura de Gabinete). Una de ellas es el ingreso en la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Es un tema que viene de nuestra época y había mucha resistencia porque implicará compromisos que van a pesar mucho en el futuro de la política externa. Lo mismo ocurre con el ingreso al Club de París. En los dos casos había resistencia de Itamaraty pero les quitaron la decisión, o como nosotros decimos: bateram carteira (punguearon). Además ahora crearon un grupo también contrario a la política de Itamaraty en la Secretaría de Asuntos Estratégicos. Yo creo que hay un despelote total.

–¿Hay ahora un renunciamiento a ese rol de liderazgo que viene incluso desde la época imperial?

–Siempre en Itamaraty hubo dos tendencias. Una decía que no debía tener aspiraciones de ir más allá de la región. Eso fue claro en el gobierno de (Fernando Henrique) Cardoso, cuando el canciller (Luiz Felipe) Lampreia decía «nosotros no podemos subir mas allá de nuestros zapatos». Otros sectores, que básicamente estaban liderados por (Celso) Amorim (canciller con Itamar Franco y luego con Lula y titular de Defensa con Dilma), planteaban que además de los compromisos más fuertes con América del Sur, Brasil podía tener un rol internacional más amplio, sobre todo en un mundo en cambios muy importantes de los que creo que las autoridades actuales no tienen la menor idea. Ahora dicen que ese intento de acuerdo sobre el plan nuclear con Irán (de 2010, junto con Turquía) fue un absurdo. Algunos dicen que fracasó la política exterior brasileña porque no se consiguió el asiento en el Consejo de Seguridad. Lo mismo se podría decir entonces de la política exterior de India, Japón y Alemania, porque éramos los cuatro que estábamos buscando un asiento permanente como los que tienen China, Rusia, EE UU, Francia y Gran Bretaña. Tuvimos también un peso importante en el G20. Yo creo que eso estaba muy vinculado a que estábamos en transformaciones muy importantes.  Brasil era visto como un país con profunda desigualdad e inestabilidad económica y nosotros conseguimos reducir esa desigualdad dentro de un régimen democrático, con derechos plenamente garantizados con la oposición, tanto que dieron un golpe parlamentario. Eso nos dio una credibilidad muy fuerte, mas allá de un hecho que no puede ser soslayado como que Lula era una personalidad fuerte que impulsaba un liderazgo fuerte. Ahora tienen un gobierno con una situación económica pésima, una situación social en regresión y un liderazgo de una mediocridad impresionante en un país hundido en la crisis política y la corrupción. Es muy difícil así tener un peso internacional más significativo.

–Da la impresión, como decimos nosotros, «con el diario del lunes», de que el PT cayó en la trampa de creer que se podía gobernar con estos sectores de la derecha.

–Siempre tuvimos conciencia de eso, pero fuimos impotentes para cambiar el sistema político brasileño. Otros países lo hicieron, con correlaciones de fuerza distintas que las nuestras. Ecuador, Bolivia, incluso Venezuela, hicieron una refundación institucional con democracia, elecciones. Nosotros quedamos prisioneros de una institucionalidad que, más allá de algunas conquistas en el ámbito de políticas sociales, mantenía perversiones políticas muy grandes. La principal es eso que se llama «presidencialismo de coalición». Tú logras una mayoría extraordinaria en la presidencial y sin embargo no tienes mayoría en el Congreso. Es un problema global. Los franceses establecieron un sistema interesante que es hacer la elección parlamentaria un mes después de la presidencial. Nosotros no tuvimos fuerza, y a lo mejor tampoco la conciencia suficiente. Como íbamos avanzando y con ese modelo habíamos logrado tantas conquistas, pensamos que eso se podría mantener.

–¿Y ahora qué se puede esperar?

–Absoluta imprevisibilidad. Como yo digo, cualquier previsión sobre lo que pueda pasar en Brasil es para hasta hoy a las 4 de la tarde, después tenemos que constituir otro escenario. Mi impresión es que habrá una tendencia a que Temer quede porque no hay cómo reemplazarlo, y que se vaya pudriendo todo. Eso dejará un olor político tremendo en el país. Tuvimos una situación semejante al final del gobierno Sarney, muy bajo en las encuestas, cercano a lo que hoy tiene Temer, 5%, y fue pudriéndose hasta que terminó su mandato, dejando una mala herencia. No sé si el país aguanta, porque sería un año y medio, y eso es mucho. Los que hicieron el golpe son una coalición de medios –el principal partido político del país–, empresarios –mucho mas unidos porque cada vez están más abajo en la hegemonía financiera aunque tengan actividades productivas– y esta capa política que mantiene una mayoría en el Congreso y está muy involucrada en la corrupción, con corporaciones como algunos jueces, fiscales e integrantes de la burocracia estatal. Creo que la estrategia de ellos frente a la imposibilidad de encontrar una salida en las soluciones tradicionales es enfatizar más la corrupción de todos los sectores y crear un clima de «que se vayan todos» en la expectativa de que pueda aparecer un hombre providencial. No es casual que se hable mucho de (el nuevo presidente francés, Emmanuel) Macron tratando de presentar al alcalde San Pablo (João Doria) como un Macron. O que se abra camino para una solución de extrema derecha. No creo que (el exmilitar y diputado Jair) Bolsonaro tenga peso para llegar, pero sí para desplazar un poco el eje del debate

–¿Y Lula?

–Como dice Lula, «es un problema que en el PT tengamos solo una carta, que soy yo». Hay una memoria muy fuerte de la sociedad pro Lula en la medida en que se agrava la situación social. El lulismo juega un rol parecido al que acá jugó el peronismo en la memoria de la sociedad, no solo en torno de cuestiones de naturaleza socioeconómica, sino también en cuanto a empleo, identidad, jóvenes, educación, y temas más actuales, como la situación de la mujer. El gobierno de Temer es el gran aliado del feminismo, porque hace tantas cosas horrendas que lo convierte en un movimiento de masas, lo mismo que con los negros, los jóvenes, el LGBT. La manifestación del domingo pasado en San Pablo tenía 3 millones de personas con una consigna muy clara, en defensa del Estado laico.

–¿Y con América Latina?, porque lo que pase en Brasil va a influir de forma contundente. ¿No estamos ante una década…?

–No es todavía una década perdida, tengamos eso en claro, por una razón muy sencilla: porque cuando perdimos en los ’60/’70, perdimos. La gente murió, fue en cana, fue al exilio. Ahora no, ahora la gente se está moviendo, está en situación difícil, tiene incluso que hacer su análisis crítico de las políticas llevadas a cabo, pero se está moviendo. Como le encanta decir a la izquierda, perdimos una batalla pero no la guerra. Sí, hay que ver si tenemos la capacidad de cambiar el cuadro, para lo cual tenemos que cambiar nosotros mismos. «

Una salida a la crisis de Venezuela

«La refundación democrática de Venezuela con (Hugo) Chávez estuvo siempre bajo cuestionamiento de la oposición, que hasta intentó un golpe de Estado. Estas cosas dejan sus marcas. Me acuerdo de que cuando Lula ganó en 2002 me pidió que fuera a tratar de ayudar en una solución negociada puesto que el país vivía un lockout patronal. Algo hicimos y se constituyó el grupo de Amigos de Venezuela. Eso permitió un diálogo civilizado durante un tiempo. La comunidad sudamericana, Argentina y Brasil, ayudamos mucho para que no hubiera un enfrentamiento tan fuerte como ahora. En los últimos años la oposición brasileña, que tenía mucho peso en el Senado, dio apoyo irrestricto a la venezolana. En Argentina hubo un vuelco aunque quizás no tan radical como el de Brasil, y entonces el gobierno de Venezuela empezó a rechazar cualquier intento de mediación. Entiendo que sería útil, no sé si hay tiempo para eso, que la comunidad sudamericana pudiera ejercer una mediación. 
–Pero los países más influyentes han dado un giro de 180 grados y no están buscando una mediación sino un cambio de régimen.
–Eso es cierto, y les quita completamente la autoridad. En el caso de Argentina eso es menor porque surgió de elecciones, en el de Brasil eso no es así. Yo vi el voto del diplomático brasileño en la OEA y era un voto, si se quiere, moderado, pero el delegado venezolano hizo una réplica diciendo: «¿Qué autoridad tienen ustedes, un gobierno que surgió de un golpe parlamentario dirigido por un señor corrupto etc., etc.? » Eso quita autoridad completamente.