Como si Ucrania fuera una potencia dueña de infinitas reservas y no un país en crisis, el presidente Volodimir Zelenski lanzó una costosa idea para defenderse de Rusia: alistar a un mínimo de 16 mil mercenarios a los que pagará 2000 mil dólares por  día. Son números que sorprenden. Tendrá que disponer de al menos 1000 millones de dólares al mes nada más que para mantener a esa legión de asesinos que ya llega al Mar Negro.

Oficialmente no se sabe quién o quiénes son los financistas de Kiev. A la OTAN  le gustaría mandar al frente grandes escuadrones, pero la alianza occidental dirigida por Washington no tiene tropas propias. Sí tiene dólares, pero por ahora sólo el súper endeudado  Estado administrado por Joe Biden abrió la billetera para bancar al socio del Este.

La privatización de la guerra, o la tercerización de las tareas más sucias de la guerra, tiene sus raíces siglos antes, entre cuatro y cinco quizás, de la crucifixión en Judea de aquel joven de Galilea que luego adquirió dimensión universal. Esa es, al menos, la teoría del griego Herodoto, que por aquellos años observaba con espanto cómo en sus planes expansivos la africana Cartago se valía de unos centauros reclutados donde fuera, a los que lo único que los unía era su salvajismo a la hora de combatir. Los llamó mercenarios, y han atravesado olímpicamente todos los siglos, matando, en la Legión Extranjera francesa, o integrando las bandas gurkas de Malvinas, o sirviendo en Irak. Y siguen avanzando, Ucrania no es más que un destino circunstancial.

Ningún mercenario tuvo o tiene bandera propia y duradera. La historia vuelve a repetirse desde que Zelenski invitó a los extranjeros de donde sean a servir en filas europeas. Llegan de Colombia, Brasil, Perú, Chile, Honduras, El Salvador,  Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Dinamarca, Letonia, Polonia, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, según dicen los propios actores. Son contratados por empresas norteamericanas, seleccionados por sus probados antecedentes mercenarios o entre la resaca militar desocupada. Robert Pelton, un experto en compañías militares privadas allegado al sitio web Silent Professionals, dice que Ucrania es “un apetitoso bocado en el que abundan particulares y personas políticamente expuestas, dispuestas a pagar lo que sea para que los ayuden a salir del país, con sus familias y sus pertenencias”. Pelton habla de las mafias surgidas tras la desintegración de la URSS.

Es obvio que esas misiones a las que en el submundo mercenario llaman “de extracción y evacuación”, no existen en los misérrimos países africanos y del sudeste asiático. Antes de que empezaran a realizarse esas operaciones especiales, las fuentes asociadas al negocio aseguraban que las empresas reclutadoras tenían ganancias anuales de entre 100 mil y 400 mil millones de dólares. Aerospace & Defense News (ADN), una rama de la Corporación Reuters, explica que dada la naturaleza de esta “industria” es difícil rastrear el número de contrataciones y el dinero en juego, pero que se trata de un sector en crecimiento. Así, pronostica que “la industria militar y de la seguridad privada mundial tendrá un valor de 460 mil millones de dólares en 2030, más del doble de los 224 mil millones de 2020”.

En el caso ucraniano las dificultades a las que alude ADN nacen de la propia convocatoria a los mercenarios y a la complicidad del mundo occidental con el gobierno de Kiev. Cuando el 27 de febrero Zelenski anunció su plan defensivo, anticipó que los interesados deberían inscribirse en las misiones diplomáticas ucranianas en cualquier lugar del mundo. De los 193 países de la ONU sólo Senegal y Japón rechazaron el reclutamiento en su territorio. Voceros del primer contingente de colombianos que viajó a Ucrania dijeron al diario El Espectador de Bogotá que primero se contactaron con un oficial del ejército ucraniano y que antes de embarcarse pasaron por la embajada en Lima (Perú), porque en la capital colombiana sólo hay un consulado. De allí partieron a Brasil, para después volar a Madrid y, al fin, a Polonia, donde los contactó un ucraniano que los cruzó la frontera. “Felizmente, ya estamos en la guerra”, dijo quien se identificó como el sargento Camilo Sánchez.

La ausencia de límites morales les permite actuar con impunidad, aunque eso oscurece el discurso sobre la pretendida defensa de las libertades. Los mercenarios son útiles hasta en las horas del después, garantizan que todos estarán a salvo en el momento de rendir cuentas. En los años de auge de los asesinos pagos en Irak y Afganistán, un experto de la ONU ejemplificó: “Puede ocurrir que una empresa chilena que reclutó mercenarios tuviera su personería en Uruguay. Por lo tanto, de surgir un problema legal con un mercenario, el caso no se dirimiría en Chile y tampoco en Uruguay, porque el contrato laboral fue firmado en Virginia, Estados Unidos. Pero los norteamericanos responderán que tampoco les compete, ya que el ilícito se dio en Irak o Afganistán”. La impunidad queda consagrada. «