Es que en otros tiempos más de tres millones de italianos llegaron para quedarse en estas pampas, con lo que más de la mitad de la actual población argentina tiene ascendencia itálica. Además, Italia tiene una ley que permite acceder a la ciudadanía a personas que emigraron de la península incluso antes de la unificación en 1861. País generoso.
Pero esa generosidad no termina allí. Durante el gobierno de D’Alema, el Presidente Ciampi firmó en enero del 2000 una ley constitucional que modifica el Art. 48 de la Constitución de 1948. Allí habilita la votación para los italianos que residen en el exterior, a determinar por una ley a tal efecto. Esa «circunscripción del exterior» puede mandar ocho diputados y cuatro senadores del exterior.
Así, la circunscripción de América Meridional abarca un millón y medio de personas de Sudamérica que pueden votar en las elecciones en Italia, y cerca de 800.000 electores están en Argentina. Reciben en su domicilio todo lo necesario para emitir el voto, que debe ser depositado o enviado por carta al consulado. Por supuesto que no deben compartir ese material con nadie, y asegurar el envío del voto. La ley italiana precisa los castigos en caso de violación de la norma, aunque no tiene los medios ni para verificar ni para sancionar.
Así vemos hoy las campañas para las elecciones italianas del 25 de septiembre próximo en las calles de nuestras ciudades. Todos los partidos aseguran perpetuar los derechos electorales de los italianos extranjeros para ellos y sus futuras generaciones, además de mayores privilegios. Por cierto, la propaganda electoral no está en italiano, sino en castellano. Raros esos tanos.
Lo grave es que parece existir un acuerdo entre las organizaciones locales que gerencian el voto del extranjero, en particular en Argentina, cuando la gran mayoría de los electores de italianos sólo tienen el pasaporte. Pero pueden traer los dos o tres votos que serán necesarios para una mayoría parlamentaria que gobierne Italia en caso de resultado incierto. Ya sucedió que un avión viniese a buscar a un argentino electo en el parlamento italiano para decidir una mayoría de gobierno (casos de los gobiernos Renzi y Conte).
Generosa ley de naturalización, inseguro sistema de votación por correo, organizaciones que ordenan los votos… muy precario. Así son electos ítalo-argentinos que, una vez obtenida la banca en Montecitorio, suelen integrar grupos independientes, a la escucha de ofertas de las mayorías de turno. Aunque sus electores no hablen italiano, ni puedan distinguir al Dante del Ariosto, ni les interese la cultura, política e historia italianas, sino que son poseedores de un pasaporte útil y utilitario.
Con un poco de imaginación, podríamos escenificar la situación inversa, donde son los italianos de origen argentino los que puedan votar en nuestras elecciones. Nos falta el talento de un Vittorio de Sica para mostrar lo que sería una contienda entre Sofia Loren y Marcello Mastroianni por una banca en el Congreso de la Nación Argentina. «
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