Cada cataclismo sanitario dejó cambios persistentes en la civilización. Después de la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1871, la clase alta porteña, que vivía en el sur de la ciudad, se trasladó a los barrios del norte, desde entonces un signo de distinción aristocrática, y se extendieron los servicios de agua y cloacas.  El Renacimiento europeo no se puede explicar sin la peste negra, que mató a la tercera parte de la población del continente. A su término, otro mundo nació de aquellas cenizas.

Cuando el pico máximo del coronavirus aún no llegó a la Argentina y ni siquiera se sabe si lo hizo en Europa, las primeras consecuencias ya se hicieron ver en la economía mundial. El FMI estima que, en el mejor de los casos, el PBI andará este año en un 2,5%, lo que se considera al borde de una recesión.

Las bolsas más importantes se desplomaron estrepitosamente en las últimas semanas a medida que el Covid-19 hacía estragos en Italia, España, Francia y Alemania. Este viernes tuvieron una recuperación tras fuertes inyecciones de dinero tanto en Estados Unidos como en la UE. Pero sería una solución parcial para una crisis que la pandemia no hizo sino adelantar, aseguran los gurúes.

Especialistas como el estadounidense Tom Luongo venían advirtiendo sobre la situación en el mercado de los “repos”. Se llama así a esa masa de dinero a corto plazo que los bancos piden a sus pares para cubrir erogaciones puntuales. Desde fines del año pasado las entidades vienen retaceando ese tipo de préstamo. “Es que no confían en la solidez de sus pares”, indican los que saben. A ese lugar la FED, el Banco Central de EEUU, destinó cerca de 300 mil millones de dólares en setiembre pasado.

La FED agregó 1,5 billones la semana pasada para repos de hasta tres meses. “Esta es una señal de que el problema no tiene fin”, dice Luongo, quien augura que lo único que se hizo fue patear la pelota para junio.

Jeromey Powel, titular de la FED, anunció ahora la inyección de 500.00 millones para la compra de valores del Tesoro y de otros 200 mil para valores respaldados por hipotecas de agencias.

En ese mismo lapso, el Banco Central Europeo, comandado por nuestra conocida Christine Lagarde, emitió 750.000 millones de euros para la compra de deuda pública y privada. Otra forma de poner dinero en los bolsillos de los más ricos. El Banco de Inglaterra aumentó su deuda pública hasta 645.000 millones de libras. El interés bancario se acerca a 0% en todos lados. Y el petróleo, la otra variable a tener en cuenta, sigue en baja y llegó a unos 27,38 dólares el barril, tras pisar los 24 el miércoles.

Más abajo de los 50 dólares, la producción del fracking estadounidense no es rentable y la autosuficiencia energética de ese país se convierte en un sueño. Aún no se verifica una suba tras el anuncio de Trump de que llenaría las reservas estratégicas comprando casi 80 mil millones de barriles, lo que en teoría debería sostener el precio.

En este contexto, y cuando los mercados caen por el temor al día después del virus pero fundamentalmente porque cada uno de los motores económicos del planeta están prácticamente detenidos por una cuarentena global, muchos hablan de otro “momento Minsky”.

Se llama así a un colapso generalizado -como el de 1929, por acaso- que podría marcar el final de un ciclo, sin perspectiva de lo que se viene en el futuro. Lleva el nombre del economista Hyman Minsky, quien definió a los banqueros, comerciantes y agentes financieros como habituales incendiarios que ponen a la economía entera en llamas.

La Casa Blanca, en tanto, no se cansa de dar señales de que no le preocupa jugar con fuego. Y mientras Trump busca definir al causante del Covid-19 como “Virus chino”, para escándalo de científicos y alarma de los bien pensantes, el Pentágono comenzó a desplegar unas 20.000 tropas para el ejercicio militar Defender-Europe 20 a desarrollarse con la OTAN entre abril y junio.

No es un simple ejercicio de entrenamiento en un posible campo de batalla contra el enemigo que se plantean los analistas militares de Washington, esto es, Rusia.  Es -según el experto Manlio Dinucci, del centro de investigación Global Research, de Canadá- un plan de acción para probar sobre la marcha el estado de los caminos y puentes de la región ante una posible contienda.

Dinucci muestra un informe del Parlamento Europeo de febrero pasado donde se destaca que “desde la década de 1990, las infraestructuras europeas se han desarrollado solo para uso civil”. El plan consiste en modificar las estructuras que no estén adaptadas al peso y las dimensiones de los vehículos militares. Para ello llevaron tanques Abrams de 70 toneladas de peso.

Hay temores de que soldados de EEUU pueden desparramar el virus o, al revés, contagiarse en su paso por cada lugar. Por lo pronto, el teniente general Christopher Cavoli, el máximo oficial del ejército de los EE. UU. en Europa, se puso en cuarentena después de una conferencia de prensa. Como medida precautoria, dijeron los voceros de la OTAN.

Mientras tanto, Trump profundiza su guerra con China. Que empezó siendo comercial, adquirió un tinte bacteriológico -o virulento, para ser más exactos- y nadie sabe en qué puede terminar. Luego del parate de estos primeros meses del año por el Covid-19 y en medio de las acusaciones cruzadas sobre el origen del virus, todo indica que lentamente reanuda la marcha de su economía. Las presunciones apuntaban a que China, por medios pacíficos, sería la potencia predominante al finalizar esta década, algo que Trump se propone evitar o al menos demorar. El cierre total de fronteras para combatir la pandemia es un golpe en el corazón de la globalización. ¿Lo será también hacia un futuro pacífico?