La extrema derecha sólo tuvo una representación política marginal en la Europa de la posguerra. Los gobiernos socialdemócratas y socialcristianos ejercieron un pacto de gobernabilidad con un eje social en lo político y liberal en lo económico. Incluso en los Estados Unidos, marcados por el racismo, existía una condena social a las prácticas segregacionistas. La situación ha cambiado. 

A los «treinta gloriosos años» siguieron «treinta calamitosos años», que dieron lugar a la expansión del capitalismo financiero bajo la forma neoliberal. Esta transformación realizada a escala global terminó con el Estado de Bienestar, que contenía a las sociedades, aumentó la desigualdad y permitió la acumulación de grandes fortunas en pocas manos. La desregulación permitió el auge de guaridas fiscales, alimentadas por la evasión y fuga de los sectores dominantes, tanto desde las naciones más avanzadas hasta lo que se llamaron, en otro tiempo, países en vías de desarrollo.

Las expresiones tradicionales de la política, tanto de izquierda como de derecha, no pudieron, supieron o quisieron dar cuenta de los acontecimientos, y prefirieron participar de esta fiesta financiera global. Es que las campañas son tan caras. Ahora el capitalismo digital exige e impone determinadas formas de organización social y condiciones de trabajo, donde prima la precarización y los bajos salarios; y asistimos a la desindustrialización y reprimarización de muchas economías del sur global (como Brasil, por ejemplo). 

Ante la ausencia de relatos explicativos en términos de finalidad, como pudieron ser en su momento el liberalismo clásico, el socialismo, el catolicismo o los movimientos nacionales del tercer mundo, opacados u olvidados, aparecieron los libros de autoayuda y la colonización de las conciencias, que no parecen suplir el vacío existente. Y la política tiene horror del vacío.

En tiempos de incertidumbre, señalaba Raymond Aron, la izquierda tiende a buscar una identidad centrista y la derecha se busca a sí misma en el extremo. Es el fenómeno al que asistimos. No es sólo un reverdecer parcial de las ideas conservadoras de fines del siglo XIX o XX, sino que reviste características nuevas.

Esta extrema derecha recupera al racismo, que es aplicado contra los inmigrantes en los países del norte, y contra los pueblos originarios en los países del sur. Siempre debe existir una amenaza «exterior». La amenaza «interior», indispensable para este nuevo relato, es el comunismo (aunque cueste creerlo…), o cualquier otra forma de organización social de carácter colectivo.

Como funciona en base a absolutos, practican un cientificismo y una religiosidad particulares. Para el cientificismo, han elegido en materia económica la escuela austríaca, aquella que postula que todo debe ser monetizado y mercantilizado, hasta el aire si fuera posible. De allí una postura anti-estatista a ultranza. Otro absoluto es la voz de Dios, transmitida por católicos tradicionalistas y pastores evangelistas, aquellos alertan sobre la caída moral, estos expresan la primacía del individuo y la omnipresencia del pecado. Representan el anti-igualitarismo.

Si el medio es el mensaje, los representantes de esa derecha practican el histrionismo en la comunicación de sus valores. Han entendido a la perfección cómo funciona el algoritmo, y cuanto más extremas sean sus posiciones más interacciones recibirán. Así, fijan la agenda digital.

Consideran a la democracia como una cuestión instrumental, y no como un pacto. Si ganan las elecciones, como Meloni en Italia, tanto mejor. Si las pierden como en Bolivia, entonces golpe de Estado, y si encima lo pierden, entonces huelga por tiempo indeterminado, como ahora en Santa Cruz. Esa extrema derecha es una derecha insurreccional. Vienen al mundo para expurgar el pecado populista en nombre de la justicia: con la apariencia de la novedad, el futuro que proponen es el peor pasado.   «