Durante 2017 Patria (Tusquets), la monumental novela de Fernando Aramburu de 650 páginas, se conviritó en un suceso en Argentina. Seguramente fue el libro más mencionado del año, no sólo por la prensa, sino por los propios lectores. Lo mismo había sucedido en España, donde fue publicada en 2016. El fenómeno se repitió en todos los países en que se tradujo. Obtuvo el Premio Francisco Umbral al Libro del Año y el Premio de la Crítica de Narrativa. Además, llegará a la televisión a través de HBO.

Aramburu es vasco y cuenta en su novela un asesinato  cometido por ETA en un pequeño pueblo. La narración comienza en el momento en que esa organización  anuncia el cese de la lucha armada. Como en muy pocos casos, Patria parece responder fielmente a la frase «pinta tu aldea y serás universal». 

 –Patria es una novela coral con un narrador principal y muchas otras voces. ¿De qué modo surgieron esas voces?

–Tengo una manera particular de trabajar. Tomo una serie de decisiones antes de comenzar con la redacción propiamente dicha. Una de estas decisiones tiene que ver con los personajes. Los nueve protagonistas de Patria los decidí de antemano, les puse nombres, algunos de los cuales después cambié en el curso del trabajo. Decidí que estos nueve personajes tuvieran también responsabilidad narrativa, de manera que el lector escuchara directamente sus voces y tuviera la posibilidad de escuchar a estos personajes y comprobar cómo sienten, cómo piensan. En este doble sentido creo que Patria es una novela coral: tiene numerosos protagonistas, pero también numerosas voces narrativas. 

–No es la primera vez que aborda el tema vasco, sin embargo, sus otros libros no han tenido la repercusión de Patria. ¿Qué razón encuentra para explicar la enorme repercusión de un libro que habla de algo tan específico?

–He constatado que mi libro fue leído por gente que habitualmente no lee o no lee literatura. ¿Por qué leen mi libro? Yo también me lo he preguntado. Lo publiqué con la ilusión habitual de cualquier escritor que saca un libro nuevo y tiene cierta esperanza de que sea leído. Pero Patria quebró todos los límites y golpeó emocionalmente a muchas personas. Creo que aquí hay dos cuestiones. La primera tiene que ver con la escritura. Yo no quise escribir un libro lindo, barroco, cincelado a la manera de los clásicos. Me propuse escribir un tipo de prosa que les permitiera a los lectores tener una sensación de verdad, puse la prosa al servicio de la verosimilitud. Quería a toda costa que mis personajes resultasen cercanos. Otra cosa es que despierten simpatía o antipatía. No quería darle al lector la posibilidad de entrar al libro como un testigo al margen que ve unos conflictos allá lejos con los que pasa un par de tardes entretenidas. Eso, por un lado. Por otro, hay que pensar en el tipo de personajes que protagonizan mi libro. Son seres comunes y corrientes. Son madres, padres, hijos, hermanos como los hay en cualquier país del mundo. Lo que yo muestro en ellos es cómo repercuten ciertos fenómenos sociales, en este caso la violencia y el terror en sus vidas diarias, estos hechos que no recoge normalmente la prensa. El libro lleva a los lectores a la intimidad de los personajes, los lleva a las cocinas, a los dormitorios, a los lugares de trabajo. No hay ningún ser humano que esté exento de estas emociones, de esas peleas familiares, de estos actos comunes. Pienso que Patria ha permitido lecturas en diferentes niveles. Es un libro que ha sido leído por especialistas con generosidad crítica, pero también por personas que no tienen una formación literaria. Esto y que el libro se haya convertido en un tema de conversación colectivo y que les sirva a algunos para explicar fenómenos políticos y sociales que ocurren en otros lugares creo que ha sido la razón por la que ha golpeado tan fuertemente en los países en que se ha publicado. Me refiero, por ejemplo, a Italia donde tuvo mucha repercusión. 

–Usted es vasco…

–Sí, de nacimiento (risas). No lo elegí, es lo que tocó (risas).

–¿Cuál es su relación con su identidad vasca y de qué manera el sentimiento de pertenencia e identidad cree que puede llevar a un nacionalismo violento?

–Creo que esto que llamamos pertenencia forma parte de la naturaleza humana. Hay una vinculación con el espacio de los afectos que para mí es grata. Tiene que ver, pues, con algunos paisajes con los que tengo una vinculación emocional intensa. Me causa alegría cuando el equipo de mi ciudad natal gana un partido. Hay determinados sabores de comidas y de bebidas que para mí suponen algo más que alimentarse o combatir la sed. Hay algo emotivo en mi relación con algunos sabores, con algunas formas musicales. Pero constato, al mismo tiempo, que este apego que me proporciona una identificación, no está orientado contra nadie, no pretendo imponérselo a nadie. Entiendo que el sentido de pertenencia a un lugar, a una tribu, a una comunidad presenta distintos grados de intensidad. Hay un  grado de intensidad amable que me parece que es propio de nuestra especie y que yo he sacado de las fronteras de mi tierra natal. Llevo viviendo 32 años en Alemania y aunque no tengo la nacionalidad alemana, cuando voy por las calles de mi ciudad de residencia siento que soy del lugar. Me habitué, aprendí su idioma… Pero si uno llega a convertir ese apego en una misión política que quiere plasmar a cualquier precio, poniendo un filtro social por cuyos orificios no pasan todos los ciudadanos sino los puros, los genuinos, entonces entramos en un terreno muy peligroso donde se empieza a justificar la violencia de unos contra otros. Esto se llama nacionalismo, es cuando los apegos, los afectos, la identidad se convierten en una misión política que consiste en crear un jardín cerrado, una nación, un sitio con fronteras en el que no caben todos. Me opongo a esto. No son pocos los asesinados por ETA por el hecho de disentir. Uno se jugaba la salud por expresarse en contra de ciertos dogmas. 

–Usted nació en el mismo año que ETA, en 1959. ¿Cómo lo vivió en su infancia? 

–Los primeros años no sonaba el nombre de ETA. Ni siquiera recuerdo haberlo escuchado cuando cometió el primer atentado contra un guardia civil de tráfico que fue tiroteado en la primavera de 1968. La primera vez que escuché el nombre de ETA fue en relación a un secuestro de un funcionario alemán del que se decía que había sido escondido cerca de mi colegio, aunque no era verdad. ETA es una presencia continua en mi vida. También yo he tenido 13 o 14 años y he estado expuesto como otros jovencitos a la doctrina o al adoctrinamiento. Afortunadamente, no caí en ese pozo. En el año ’84 fue asesinado un político de izquierdas a quien yo conocía personalmente. Este hecho me marcó de una manera muy intensa. Fue la primera vez que sentí que un atentado no era una simple noticia de la prensa. Me dolieron siemprelas víctimas y sus familiares y me acerqué a ellos cuanto pude. Si me pidieron asistir a unas jornadas, asistí. Si me pidieron un prólogo para un libro, lo escribí.  

–¿En su familia existían condiciones para que usted se convirtiera en escritor?

–Soy hijo de un obrero  y un ama de casa, personas sencillas que me educaron en el afecto, el amor al trabajo y a las cosas bien hechas. Nunca antepusieron las ideas a las personas. Mis padres eran bondadosos y me gustaría que su bondad se me hubiese contagiado. Me transmitieron valores positivos como la solidaridad y la compasión. Mi madre era muy religiosa y mi padre, un poco menos. Era un hombre generoso con gran sentido del humor. Transmitían estos valores sin necesidad de verbalizarlo. 

–¿Cómo nació su interés por la lengua en un hogar que no lo estimulaba en eso?

–Esa es una pregunta fundamental en mi vida. En mi casa sólo había libros escolares. No tuve un ejemplo que me condujera por el camino de la literatura, pero tuve una iluminación: no quería repetir el ejemplo de mi padre, un hombre que se levantaba a las cinco de la mañana para ir a trabajar a una fábrica inmunda donde le pagaban poco y donde todo el mundo lo mandaba. Una vez lo visité cuando se había roto una tubería. El agua le llegaba a los tobillos. Trabajaba en una máquina que hacía chaca-chaca, chaca-chaca, chaca-chaca diez horas al día. No pasábamos hambre ni mucho menos, pero él dedicaba su vida a un trabajo muy duro. Cuando contaba que había ido a hablar con el jefe para pedirle, para rogarle algo, yo me daba cuenta de que el jefe hablaba mejor que mi padre. Entendí que los que tenían el poder de salir airosos en cualquier discusión, eran personas que tenían fluidez lingüística, que podían nombrar más aspectos de la realidad. Entonces decidí dominar mi idioma y estudié Filología. 

–¿Cómo es para un escritor español vivir en alemán?

–Al principios me generaba un poco de psicosis porque pensaba que me oxidaría el idioma, pero me permite objetivar mi lengua, contemplarla como un objeto, cosa que ya hacía cuando estudiaba Filología y poníamos el idioma en la mesa de disección. Hoy visito mi país y me siento fascinado por las conversaciones más triviales, estoy siempre a la caza de nuevas palabras y giros. Creo que ha sido un trabajo de concientización de la lengua que a la larga ha sido muy productivo para mí. He desarrollado la capacidad para imitar diferentes formas de hablar, y esto para la literatura es muy provechoso. Cuando vivía en España aspiraba a escribir en un estilo culto, selecto. Al irme, cambié mi orientación: ahora quiero reproducir formas populares. 

–¿En su casa habla alemán?

–Mi esposa es alemana y es la razón por la que vivo en Alemania. Si de algo estoy orgulloso es de la valentía que tuvo el joven que fui para dejarlo todo y seguir a su chica. Nos conocimos en castellano y eso idioma permaneció como nuestra lengua de afecto. Ambos concordamos en que nuestras hijas fueran bilingües, por lo que ella les ha hablado toda la vida en alemán y yo, en español. 

–¿Y su perra, que he visto en fotos junto a usted mientras escribe, también es bilingüe? (Risas).

–Naturalmente. Me gusta conversar con ella, nunca me lleva la contraria (risas).

–Eso es lo bueno de los perros.  

–Sí, eso y que dan afecto. Siempre pensé que yo no tenía alma hasta que descubrí que mi alma estaba fuera de mí, cubierta de pelos y es ella. Es como mi sombra, pasa horas debajo de mi mesa cuando escribo.

–¿Es ella la que le escribe las novelas? (Risas).

–A veces le pregunto cuando me hace falta un título o un final de capítulo y en el curso de esta conversación ficticia no es raro que encuentre la idea que me faltaba.  «