Primero fue el rumor, luego la certeza inmediata que trajo desde la isla, un sábado y de madrugada, la mala nueva que por esperable no dejó de conmocionar. Se apagó un faro de la Historia. Murió Fidel.

Quizás ayer terminó definitivamente el Siglo XX; y él, Castro, el último revolucionario, se llevó consigo su estirpe rebelde e indómita que impregnó a generaciones de jóvenes ya no tan jóvenes en cada rincón del planeta. A los 90 años, se fue aquel que murió como vivió, como cantó tantas veces Silvio Rodríguez.

Murió como vivió. De pie, jamás de rodillas. Así enfrentó a un mundo que tras la caída de la URSS no dudó en acorralar aun más a Cuba, de asfixiar –bloqueo de Washington y sus serviles mediante– las posibilidades genuinas de desarrollar un país enormemente minúsculo que eligió elegir su destino, a costa de penurias objetivas, pero cosechando frutos fértiles, ejemplares, de integridad.

Se despedía Fidel: «Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos. A nuestros hermanos de América Latina y del mundo debemos transmitirles que el pueblo cubano vencerá».

Cuba ya venció varias y variadas batallas. Pero ahora se abrirá un nuevo desafío para la isla caribeña curtida en huracanes y en zarpazos de la Casa Blanca, que comandará, a partir de enero, un magnate ciertamente alterado que horas después de la muerte de Castro insinuó cómo jugará sus cartas futuras. Con tono celebratorio Donald Trump tuiteó: «Hoy el mundo es testigo del deceso de un dictador brutal que oprimió a su propio pueblo por casi seis décadas.» Con echarle un vistazo sólo a los últimos 50 años de historia planetaria queda claro que la maquinaria depredadora no ha residido precisamente en La Habana sino a orillas del río Potomac, cerca del monumento a Lincoln.

La secretaria de redacción de Tiempo Argentino, Julia Izumi, recuerda en el suplemento especial, su extenso encuentro con Castro en Cuba en diciembre de 2001. Fidel describió hace cinco lustros los estragos del neoliberalismo, en particular, sobre Latinoamérica. Un par de años después, vio emerger en la región los «brotes verdes» (Chávez/Lula/Kirchner/Evo/Correa) de una Patria Grande que se encaminaba a parecerse bastante a la que alguna vez soñó.
Pero el viento cambió. Otra vez.
Volvió a soplar la tempestad de neoconservadurismo.

Fidel, uno de los protagonistas excluyentes del Siglo XX, se fue. Prefirió irse, tal vez, antes de ser testigo demasiado viejo y cansado, de cómo los pueblos del sur y más allá se sumergían en las tinieblas. Otra vez.

Y el faro se apagó. Se fue Castro. El mundo está más oscuro hoy. «