En 1929, Sigmund Freud publicó Das Unbehagen in der Kultur, que fue traducido al castellano como malestar en la cultura, mientras que en francés fue conocido como Malestar en la civilización. A los efectos de esta reflexión, adoptaremos la versión gala. Invocamos el lar de Freud en tanto trabaja la oposición entre los deseos del yo y la confrontación progresiva con la realidad: “Los límites de este primitivo yo placiente no pueden escapar a reajustes ulteriores impuestos por la experiencia”. Es que sin la represión de esas pulsiones, viviríamos en aquel estado de naturaleza, descripto por Hobbes, en el cual el hombre es lobo del hombre.

Notemos, al pasar, que tanto Hobbes como Freud utilizan algo que conocemos como categorías de análisis, lo que algunos llaman hoy el marco teórico. Dime con qué categorías trabajas y te diré qué resultados obtendrás en la validación de tus hipótesis.

Freud estudia las hipótesis del yo, ello, superyo. Del mismo modo, Max Weber hablaba de tipos ideales, cuando intentaba describir alguna situación compleja, sin esperar que encontraría esos tipos ideales en su análisis, pero servían a la construcción del saber. Lo mismo podemos decir de Bourdieu y la noción de campo o de habitus. De eso está hecha la dialéctica del método. Aunque hoy parece que tales procedimientos han pasado de moda, por más que fundan la cientificidad del conocimiento.

Tomemos el ejemplo de Francia. Durante años el debate político tenía por protagonistas a Jean Paul Sartre y Raymond Aron, cuyos argumentos eran consistentes, ya sea de izquierda o de derecha. Esa Francia de esos años nos dio el estructuralismo en antropología con Levi Strauss, en lingüística con Barthes, en historia con Braudel, en psicología con Lacan. Representaron, a su modo, el último intento de una filosofía sistemática. Nuestra America Latina produjo el estructuralismo en economía, aquella escuela cepalina que contribuyó a la mejor distribución del ingreso y de las proteínas. El devenir de la separación de los saberes nos lleva de los especialismos a los esencialismos, que reemplazan al método. Basta ser tal cosa para tener razón, lo que establece un mundo donde los buenos sólo pueden hacer el bien, cualquiera sean las acciones y sus consecuencias, mientras los malos sólo pueden hacer el mal.  ¿La esencia precede la existencia? El ejemplo más claro es la portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean Pierre, que usa su pertenencia a diversas minorías como razón de sus argumentos.

Otro ejemplo es el concepto de justicia social. En occidente, hoy la justicia social pasa por tener a representantes de minorías diversas, que han sufrido y sufren lo indecible e inadmisible. Pero eso no obsta a que Rishi Sunak, el actual primer ministro británico de origen indio y africano, que practica la religión hindú, sostenga al neoliberalismo thatcheriano y esté más cerca de Gunga Din (un indio imaginado por Kipling que soñaba ser soldado inglés) que del Pandit Nehru (junto con Gandhi, libertador de la India). La existencia precede a la esencia.

Volvamos a Francia. Olvidados Sartre y Aron desde los ochenta, la corriente de “los nuevos filósofos” pensaron la posmodernidad:  ¡Adiós al Bien Común! Todo será hedonismo individual. También surgieron “los nuevos economistas”, que pregonaron la disolución del Estado a favor de una sociedad subsumida en los mecanismos de mercado. ¿Suena conocido?  En esa perspectiva, aquello que debe ser demostrado pasa a ser un axioma, eso que debe ser argumentado pasa a ser un slogan. Los instrumentos ocupan el lugar de los objetivos.  Las categorías son reemplazadas por parámetros de éxito. El marketing reemplaza al pensamiento.  Nos encontramos con un pensamiento acrítico e intemporal, que ya no es sistémico sino totalitario. Contra ese procedimiento se han alzado las calles de Francia. 

El actual malestar en la civilización es que occidente impone un modelo que no funciona, ni siquiera para el uno por ciento, ya que carece de sustentabilidad, habida cuenta que la cantidad de violencia necesaria para su reproducción parece imposible para durar en el tiempo. Freud apunta al control de las pulsiones por las razones en el campo personal, hoy es la pulsión de mercado que amenaza tanto al planeta como a la propia civilización humana. Para rendir cuenta de ese malestar habrá que pensar categorías que rindan cuenta del acontecimiento, o recontextualizar aquellos conceptos centrados en el Bien Común. Es mejor servir en el Cielo que reinar en el Infierno, diría John Milton.