Desde mucho antes de que Donald Trump asumiera su cargo, el 20 de enero pasado, los medios y los voceros de Barack Obama –incluso él mismo– batieron el parche sobre las presuntos hackeos de espías rusos en el correo electrónico de Hillary Clinton. La filtración de esos mails a WikiLeaks justo en tiempos de campaña, según la versión de los demócratas, habría hecho perder la elección a la mujer que debía suceder a Obama.

El esquema es que el gobierno de Vladimir Putin pretendía influir en la elección estadounidense para beneficiar a su «pollo». Trump, que prometía cambios rotundos en la política exterior de su país y para ello buscaba acercarse a Moscú, tuvo que ceder un alfil cuando se publicó que su asesor en temas de seguridad, el general Michael Flynn, se había reunido con el embajador ruso y había ocultado esos encuentros. El mismo tipo de cuestionamiento se desplegó sobre su procurador, Jeff Sessions. Ahora se divulgó que al menos cinco miembros de su equipo se reunieron con el embajador ruso Sergey Kislyak antes de que Trump tomara oficialmente posesión de su cargo.

La importancia de estos encuentros es que van en contra de una política que mantuvo Washington por añares y que seguían al pie de la letra cada uno de sus departamentos: Rusia es el enemigo y Putin un personaje al que se debe fustigar de cualquier modo.

¿Cómo los medios y la dirigencia política se enteran de que un funcionario de Trump visitó al embajador? Pues porque todos están bajo vigilancia, aunque hayan formado parte del Pentágono como Flynn o sean correctos miembros del ala más derechista del partido republicano, como Sessions.

¿Cómo obtuvo WikiLeaks la información que publicó sobre Clinton y ahora sobre la CIA? La fuente no será revelada por Julian Assange, porque ese es el acuerdo explícito con el portal. Antes, el australiano refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres dijo que las fuentes eran de agencias estadounidenses y no de espías rusos. Ahora acusa de «incompetencia devastadora» a la CIA y desliza que, de puros incompetentes, dejaron que una cantidad impresionante de documentos sensibles hayan salido a la luz: sólo publicaron unos 8000, pero esa es solo la punta del iceberg.

«Es un acto histórico de incompetencia devastadora haber creado tal arsenal (de material secreto) y haberlo almacenado todo en un solo sitio», pontificó Assange, quien ahora dijo que va a colaborar con los fabricantes de IPhone y televisores Samsung para obturar los huecos en el sistema que permiten el ingreso de programas de hackeo.

Los fabricantes agradecerán el convite ya que las consecuencias para la imagen de sus productos puede ser letal. Samsung será la que más va a sufrir, teniendo en cuenta el fiasco con el modelo Galaxy Note 7, que debió ser sacado de circulación porque le explotaban las baterías, y la detención de su vice y heredero de la compañía, Lee Jae-yong, procesado por un escándalo de corrupción en su país.

«La CIA fue muy imprudente creando esos programas. ¿Acaso los cibercriminales los han conseguido ya? ¿Acaso los poseen las agencias de inteligencia extranjeras? Es perfectamente posible que mucha gente ya los tenga. Es imposible mantener el control de las armas de ciberespionaje», se ufanó el hacker australiano.

Trump, a su vez, se tomó revancha y consideró que los sistemas de la CIA son «obsoletos» y deben ser modernizados. «El presidente está muy preocupado por la publicación de informaciones confidenciales que debilitan nuestra seguridad nacional», declaró su vocero, Sean Spicer. «